miércoles, 21 de septiembre de 2011

La historia de Ciro 21 sep


Los gringos quieren bien a Calderón

La historia en breve

Ciro Gómez Leyva

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  • 2011-09-21•Al Frente
Me quedo con la impresión de que los estadunidenses quieren bien al presidente Calderón, le digo al embajador de México, Arturo Sarukhán, al salir de la conferencia sobre cambio climático de la Clinton Global Initiative, donde, sin despeinarse, Calderón ha sido la figura entre siete jefes de Estado y el propio Bill, que estrena un cano copete injertado.
Quitando a los antimigrantes más duros, sin duda, responde Sarukhán: “Yo diría que lo respetan mucho, que lo ven como un hombre resuelto, decidido, que ha tomado decisiones difíciles, valientes”.
Segundo día en un enloquecido Manhattan de calles atascadas que la policía cierra para abrirle paso a medio centenar de mandatarios que, en cualquier momento, cruzan a toda velocidad por la Quinta y la Sexta y Broadway y Madison con sus convoyes de diez camionetas y patrullas camino a las Naciones Unidas.
La noche del lunes, cuando íbamos a pie al hotel Waldorf Astoria, tuvimos que esperar 15 minutos en el cruce de la 50 y Park, porque Barack Obama estaba por salir. New York, New York: 15 minutos con el embajador Sarukhán, los secretarios Chertorivski, Ferrari, Guevara, Elvira y quién sabe cuántos diplomáticos árabes, africanos y nativos neoyorquinos ensardinados en una banqueta porque Mr. President and wife se van a cenar.
En el Waldorf Astoria, Calderón recibe la Insignia Dorada del Consejo de las Américas y el mexicanólogo Thomas McLarty dice en el clímax de los elogios: “Usted ha sido el hombre indicado, en el lugar y momento indicados, para conducir esta tan difícil etapa de su país”.
No sé si McLarty esté en lo cierto. De lo que tendría menos dudas es del respeto que tienen por Calderón en el Imperio. No sé si sea poca o mucha cosa ni qué tanto sirva. Pero de que los gringos lo respetan, lo respetan.
gomezleyva@milenio.com

Estrictamente Riva Palacio

Ebrard en dos tiempos

September 21, 2011

— 12:00 am
Marcelo Ebrard se presentó ante la Asamblea Legislativa para rendir su último informe de gobierno. Técnicamente fue el quinto, pero Ebrard ya no será jefe de gobierno del Distrito Federal el próximo año pues aspira ser candidato de una coalición de izquierda a la Presidencia. La apuesta, que se antoja mayúscula al enfrentar a un adversario poderoso, abre una serie de interrogantes: ¿qué lo hace pensar que lo puede vencer en una encuesta que decida la candidatura de la izquierda? ¿es una estrategia para elevar el precio de su declinación ante Andrés Manuel López Obrador? ¿está tendiendo una trampa de largo plazo al tabasqueño ?
Ebrard tiene lo que López Obrador no: tiempo. Y carece de lo que le sobra a López Obrador: opiniones negativas entre el electorado. Los dos factores le permiten jugar sobre un tablero en dos tiempos, mientras que su adversario por la candidatura debe tener claro que si no es candidato presidencial en esta ocasión, no lo volverá a ser jamás. En este contexto, la fuerza la tiene Ebrard, aunque esta no se traduzca necesariamente en la candidatura presidencial en 2012.
Aplaudido y reconocido en el país por su gestión como jefe de gobierno, Ebrard sería el mejor candidato de la izquierda para todos aquellos que no son de izquierda. En su encuesta trimestral sobre aspirantes a la Presidencia, Consulta Mitofsky encontró que en población abierta los electores se inclinaban por 0.8 décimas de punto por Ebrard. Aunque mínima la diferencia, las posibilidades de crecimiento positivo en los próximos meses sólo existen, objetivamente hablando, en Ebrard, mientras que de López Obrador sólo se podría esperar un rendimiento negativo.
El ex candidato presidencial es el aspirante más conocido del país, con 93% de reconocimiento, según el último estudio de Parametría, superior incluso al ex gobernador Enrique Peña Nieto, y casi 20 puntos porcentuales por arriba de Ebrard. Sin embargo, los negativos de López Obrador –ciudadanos que dicen que no votarían por él- es de casi 4 de cada 10 electores, contra 1.5 que dice lo mismo de Ebrard.
La variable de los negativos ha sido desacreditada en algunos círculos cercanos a López Obrador, pero no son un tema menor. Como un ejercicio, si López Obrador llegara a la candidatura con la unidad de la izquierda, los negativos del electorado significan que la votación potencial que podría alcanzar estaría muy cerca del 22% de las preferencias que tiene hoy la coalición de PRD, PT y Convergencia, sin posibilidades de alcanzar siquiera el piso de 28-30% de voto que tienen PAN y PRI. En esta hipótesis, la candidatura del tabasqueño sería fallida.
No obstante, esta ecuación no significa que Ebrard tiene el camino allanado para lograr la candidatura de la coalición de izquierda, pues en ese grupo López Obrador aventaja notoriamente al jefe de gobierno capitalino: 60.7% contra 28.3%; o sea, casi al dos por uno. Ebrard tiene que consolidar sus apoyos dentro del PRD –hoy en día claramente tiene la de la corriente de Los Chuchos, que controlan el aparato burocrático del partido-, porque con lo que tiene actualmente no le alcanzaría para vencer en una votación, abierta o cerrada a López Obrador.
El problema para la izquierda, cuando se formulan los escenarios a partir de las tendencias, es que ninguno de los dos alcanzaría los votos suficientes para estar en niveles de competencia con cualquiera de los candidatos que presentaran el PAN y el PRI. Es la paradoja de la pérdida de apoyo electoral independiente que tuvo López Obrador con el plantón en Paseo de la Reforma, en protesta por el resultado electoral, cuya explicación táctica de que fue para desfogar la ira de una tercera parte del electorado que podría haber culminado en violencia en las calles, nunca se aceptó fuera de la izquierda, y la todavía insuficiente proyección nacional que tiene Ebrard.
Un problema más complejo es si López Obrador resultara el más votado en una encuesta abierta, que es como los dos adversarios han planteado que se resuelva en noviembre la candidatura única de la izquierda. Los argumentos más recurrentes apuntan a la descalificación de López Obrador, al alegar anticipadamente que va a incumplir el acuerdo y que aún cuando él no obtenga el favor de ese voto, lo va a irrespetar. Pero el tabasqueño no parece estar en una dinámica de comer lumbre. Lo demostró cuando el cese fulminante del secretario de Desarrollo Social capitalino, Martí Batres, muy cercano a él, al respetar la decisión de Ebrard, su moderación en el discurso antes incendiario, y su reiteración que respetará el acuerdo.
No tendría porqué, ya que todas las encuestas –menos GEA-ISSA que le da a Ebrard una sorprendente ventaja de 19 puntos- apuntan a que el vencedor sería
López Obrador. Al igual que el tabasqueño, Ebrard no come lumbre. Entonces, qué caso tendría ir hasta el fondo de una precampaña para tratar de arrebatarle la candidatura?
Una hipótesis es que una vez cumplido su quinto informe de gobierno, prepare su salida de la jefatura del Distrito Federal cuando se abra el proceso interno, a partir de la segunda quincena de diciembre, tiempo suficiente para seguir armando nuevas alianzas internas en el PRD y ganar más voluntades fuera del partido, sobretodo entre la clase empresarial y los nuevos votantes, que serán uno de los principales factores de decisión en la próxima elección presidencial.
La segunda hipótesis, en el tablero de dos tiempos, es correr hasta el final contra López Obrador, encareciendo su valor, y llegar a una negociación. ¿Cuál podría ser esta negociación? Tener primera opción para decidir su futuro –mejor el Senado que la Cámara de Diputados- y al candidato de la izquierda en el Distrito Federal. Con su alianza con Los Chuchos tendría un control indirecto del partido, y con el acuerdo de López Obrador, incluso el manejo de su campaña presidencial.
Finalmente tiene 52 años y edad suficiente para otro intento presidencial en 2018. Si fuera el caso, se mantienen las tendencias y no hay una debacle económica, López Obrador perdería la elección, se desvanecería como protagonista político –no social- de primera línea, y él se quedaría con el Distrito Federal, el partido y el futuro de la izquierda. Nada mal como alternativa estratégica.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa

Itinerario de Alemán

Peña Nieto, el legítimo

Ricardo Alemán.

En una decisión que parece ociosa y que, en opinión de no pocos electores se antoja que es una farsa, Enrique Peña Nieto confirmó sus aspiraciones de ser candidato presidencial del PRI.
Como todos saben, en horario AAA de Televisa, el ex gobernador mexiquense dijo que sí, que aspira a ser candidato de su partido y se declaró listo para ganar el proceso interno de selección del aspirante presidencial, que se llevará a cabo mediante una consulta abierta a todos los ciudadanos y con urnas en todo el país.

Sin embargo, muchos se preguntan la razón por la que un partido y un candidato que encabezan todas las encuestas aceptan someterse a un proceso interno de selección de su candidato presidencial. En otras palabras, ¿para qué hacer la pantomima de selección interna en el PRI, si todos saben que el candidato se llama Enrique Peña Nieto? ¿O alguien cree que, en el PRI, existe algún aspirante capaz de arrebatarle la candidatura presidencial a Peña Nieto?

Lo cierto es que —a querer o no—, el proceso de selección del candidato del PRI va mucho más allá de la mera ratificación de Peña Nieto en el cargo de aspirante presidencial. En realidad se trata de un proceso que tiene distintos objetivos y pretende capitalizar los efectos mediáticos de esa suerte de elecciones primarias en que se convertirán los procesos presidenciales de cada uno de los partidos. ¿Y cuáles son los objetivos de ese proceso?

En primer lugar, con la selección interna del aspirante presidencial del PRI se intenta legitimar —ante la opinión pública en general—, la candidatura presidencial de ese partido. Es decir, que al someterse a esa elección interna, Peña Nieto será el candidato de todo el priismo, no sólo del grupo político al que pertenece. De esa forma, el equipo del ex gobernador mexiquense habrá terminado con el sambenito de que Peña Nieto es el candidato del “Grupo Atlacomulco”, el candidato “de las encuestas” o de tal o cual grupo.

En segundo lugar, la contienda interna del PRI le permitirá a otros grupos, como el de Manlio Fabio Beltrones, procesar un proyecto de gobierno en cuya elaboración participarán distintos sectores del priismo que, al mismo tiempo, serán contrapeso para contener las cargadas, los destapes anticipados y, sobre todo, la división interna del partido, divisa fundamental sobre la que el PRI ha fincado su regreso al poder presidencial.

En tercer lugar, con un proceso de selección interna se procesarán, dentro de la maquinaria del viejo PRI —en todo el país, más allá de los grupos regionales—, el acercamiento del candidato con los electores tricolores de todo México —lo que Peña Nieto llamó “picar piedra”—, al tiempo que se conseguirá que los candidatos a gobernadores, senadores y diputados se aprovechen de la imagen, la maquinaria y los reflectores que suelen acompañar al candidato presidencial.

Y, en cuarto lugar, esa suerte de elecciones primarias en que se convertirán los procesos de selección del candidato presidencial —en todos los partidos y, sobre todo, en el PRI— permitirá que cada grupo político dentro del tricolor reconozca su identidad, su peso y, en especial, el compromiso político con su partido. Vale recordar que, en 2006, no pocos gobernadores del PRI hicieron todo para mover el voto en sus estados a favor del PAN, de la candidatura presidencial de Felipe Calderón.

Es decir que, en el PRI, muchos o casi todos saben que el candidato presidencial se llama Enrique Peña Nieto. Pero en el proceso de selección los tricolores harán los amarres, los acuerdos, las alianzas y los pactos necesarios para que, como partido, el tricolor regrese al poder presidencial.
Y ese trabajo político es necesario porque, hoy, los menos interesados en que en Los Pinos exista un presidente del PRI, son los gobernadores de priistas.
 ¿Por qué? Porque hoy los gobernadores son verdaderos señores feudales, dueños de las entidades que gobiernan, y no le rinden cuentas a nadie. Y en la anterior etapa del priato, el Presidente en turno era el dueño de los gobiernos de los estados, de los municipales, del Congreso y, en general, de la vida de todos y cada uno de los integrantes de la clase política.
Por eso hoy el PRI intenta construir una estructura partidista institucional, que no sea el instrumento del Presidente ni su juguete, sino un equilibrador del poder presidencial. De eso habla, entre otros, el senador Manlio Fabio Beltrones. Al tiempo.


EN EL CAMINO.  ¿Qué tal, el IFE, cuyo papel es el de árbitro, ahora también quiere meter goles? Enfermos de ambición.
2011-09-21 00:00:00

El asalto de Marín


Peligro: se llama Efrén Leyva Acevedo

El asalto a la razón

Carlos Marín

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  • 2011-09-21•Al Frente
Bastó el video (11 de agosto) que difundió ayer MILENIO Televisión para corroborar que el desplegado de prensa “firmado” por priistas de Guerrero y publicado este lunes fue una calumnia vil.
Orquestado por Efrén Leyva Acevedo, impresentable dirigente estatal, el texto insinúa que el actual secretario de Desarrollo Social en el gobierno aliancista de Ángel Aguirre Rivero, Socorro Sofío Ramírez Hernández,asesinó al diputado 500, Moisés Villanueva de la Luz.
Para cometer la perversidad, Leyva usó los nombres de un alcalde ¡muerto en 2010!, así como los de una veintena de presidentes municipales, un senador y diputados locales y federales, sin consultarles las afirmaciones en que aparecieron como abajofirmantes.
Según Leyva, el difunto era sujeto de “presión” para que se sometiera a los “intereses personales” de su futurohomicida, pero en el video se le ve al 500 desbordándose en elogios a Ramírez Hernández.
Los autores intelectuales y materiales de esta nueva infamia se ganaron la célebre sentencia del profesor Nelson Vargas (“¡No tienen madre…!”).
cmarin@milenio.com