miércoles, 17 de septiembre de 2014

TEPOZTECO - LA CORRUPCIÓN EN MÉXICO.

España, para desesperación de la historia de México, durante el tiempo que duró su intervención en nuestro país, jamás se hizo un Estado moderno, devastada como lo fue por guerras, hambre y miseria. La corrupción florecía: todo tenía un precio. Imperaba la deshonra y la miseria. Pero aún si España no se hubiera rezagado, el meollo del asunto fue la relación colonial, no la naturaleza de la “Madre Patria”. Una relación de desigualdades y dependencia en la que México llevaba todas las de perder y, principalmente, el haberlo obligado, durante los 300  años de la Colonia, a seguir el modelo económico característico de los países subdesarrollados: exportar materias primas e importar bienes manufacturados, además de todo lo necesario para satisfacer a los intereses y gustos de los españoles.


La industria quedó en la orfandad. Como amo colonial de la época, la corona  prohibió la manufactura, tratando de proteger a sus comerciantes y a sus fábricas textiles, no permitiendo ninguna producción de bienes que compitieran con los suyos. La orientación de la Nueva España al exterior bloqueó el desarrollo del mercado interno. Al final del dominio español, por no habérsele permitido la mínima industrialización, tan solo existían unas cuantas  plantas textiles, denominadas obrajes. Según el huésped alemán, Alejandro de Humboldt, esas fábricas explotadoras, impresionaban a sus visitantes, no solo por su tecnología primitiva, sino también por su suciedad y por la crueldad que se infligía a sus trabajadores.










Esa era la España que descubrió el Nuevo Mundo, que erigió uno de los imperios más grandes de todos los tiempos. Fernando e Isabel, los reyes católicos, dejaron España en manos de Carlos I, quien gobernó cerca de 40 años, pero pasó en ese país menos de 16. La conquista de México y el Nuevo Mundo ocurrió en vida de este monarca. Tramando un imperialismo gravoso que puso en manos españolas gran parte del mundo occidental, pero a costa de desviar enormes sumas de dinero. Al final tuvo que pedir préstamos a bancos extranjeros, su dependencia del crédito llevó a España a la quiebra.


Al intentar hacer a España un refugio de la fe católica, ante la propagación del protestantismo en Europa, los monarcas privilegiaron al clero católico, lo cual produjo una iglesia rica y poderosa. En vísperas del desplome de su imperio en América, España tenía dos mil monasterios, con sesenta mil frailes. La iglesia había adquirido enorme riqueza y poder, fincas inmensas, propiedades en manos muertas, libres de impuestos. No era raro que fuese el principal terrateniente de la región. Los monjes tenían prestigio social y poder político sobre la gente en sus dominios, semejante a los nobles. La burocracia excesiva, incompetente y hundida en el soborno, imperaba en los círculos del gobierno. La iglesia católica seguía un camino parecido. El clero, complaciéndose en la riqueza, disfrutaba de la vida de la nobleza, reflejo de una sociedad en la que convivían opulencia y miseria


La plata y el oro de México y Perú ocultaron por un tiempo los males de España, pero no demasiado. Para 1600, las señales de decadencia era obvias y a fines del siglo siguiente, la ruina de la España Imperial era del conocimiento público. La corrupción y el soborno imperaban en la monarquía, el rey miraba para el otro lado cuando sus aduladores atracaban los ingresos reales. La burocracia excesiva, incompetente y hundida en el soborno imperaba en los círculos del gobierno. Los curas, como los pecadores laicos, tenían concubinas e hijos.


La inquisición, al erigir barreras contra el pensamiento económico de la Europa capitalista y desalentar a los extranjeros a visitar a España,  contribuyó al desarrollo del sabotaje. La doctrina católica produjo un ambiente hostil al cambio y al progreso capitalista. Inglaterra y Europa occidental ocuparon el centro, y dejaron la periferia, a los pueblos que producían cultivos comerciales de exportación o que, como el México colonial, explotaban la plata. Para 1492, España ya era un dominio económico de Europa, y lo siguió siendo pese a la conquista y colonización del Nuevo Mundo


La afluencia de plata de México y Perú, vista como un don del cielo por los españoles, fue en realidad un don del infierno: su ingreso a la subdesarrollada economía de España retrasó indudablemente el crecimiento, gracias a su riqueza, los españoles no tenían necesidad de fabricar bienes, podrían comprarlos a comerciantes extranjeros. Para la década de 1750, España estaba sumamente endeudada, habiendo caído en bancarrota en 1557, 1575 y 1597.


En vísperas de la Independencia de México, la Madre España era, para efectos prácticos, un país periférico, dependiente y exportador (a través de sus colonias) de plata a las naciones centrales de Europa. Ella misma era colonia de los países desarrollados europeos. Para España, la situación cambió, para mejorar paulatinamente al lograr, en el segundo intento, instaurar su Constitución del 1812. En México, los verdaderos artífices de la consumación de la Independencia, lograron con este hecho, evitar su aplicación en nuestro país, al ya no de depender de  España.


Al conquistar a México, lo españoles exportaron sus “costumbres” y algunas enfermedades desconocidas en nuestro país, como son la viruela y el sarampión, que hicieron estragos en la población. Sin embargo, de esas “costumbres” la que ha causado más daño es, sin duda alguna, la corrupción. Desconocida en el México prehispánico.


Europa tenía superioridad mecánica; pero en sensibilidad artística, valores sociales y éticos, lo mismo que en organización política, la asombrosa cultura del Nuevo Mundo estaba a la par de la europea.


México emergió de las ruinas del imperio azteca, en el que, se nos dice, alojaba a millón y medio de personas en el Valle de México y, probablemente, a veinte millones más en las provincias bajo su jurisdicción, según algunos demógrafos. Ya había transitado de la barbarie a una organización urbana compleja. Los aztecas tenían a la educación en un pedestal y era obligatoria. Su capital, Tenochtitlan, era una metrópoli de inmensas pirámides de piedra y paredes estucadas de colores brillantes que refulgían bajo el sol. Tan espléndidos era los templos de Huitzilopochtli y Tláloc que Bernal Díaz del Castillo, creyó estar soñando cuando los vio.


Del antes  densamente poblado Anáhuac, rebautizado como Nueva España, de 14 a 25 millones de habitantes que había, para 1640 solo sobrevivían 1.3 millones, en uno de los peores desastres demográficos que han aquejado a la humanidad. Para comenzar, los conquistadores sofocaron la resistencia indígena con salvaje crueldad, lo que, no por primera vez, planteó la pregunta de quienes eran los “salvajes” y quienes los “civilizados”. Ese desastre empezó desde el momento mismo en que Cristóbal Colón desembarcó en el Nuevo Mundo. Los reyes católicos lo hicieron volver encadenado a España, por su crueldad en las islas del Caribe. Los españoles, por ejemplo, al tropezar con una fiesta religiosa en el gran templo de Tenochtitlán cortaron los brazos a un tamborilero, luego le cercenaron la cabeza, que vieron rodar por el suelo, y a continuación atacaron a los celebrantes, a los que acuchillaron y alancearon.


Por otro lado, los aztecas eran un pueblo supersticioso y fatalista que practicaba los sacrificios humanos para aplacar a sus dioses. Los españoles, a su llegada, substituyeron estos sacrificios por otros más “civilizados”: la Santa Inquisición, también por motivos religiosos. La Inquisición se mantuvo en México hasta que fue abolida en España.


La conquista también trajo beneficios: el más importante, el idioma español; los indios se beneficiaron de la rueda y las herramientas de hierro de los europeos y los utilizaron como si los hubieran practicado toda la vida; recibieron con los brazos abiertos a vacas, ovejas, pollos, aves de corral y el poderoso caballo, así como también, arados y carretas; trigo y verduras, desconocidas en el Nuevo mundo


Para 1600, los españoles ya  poseían dos tercios de la tierra cultivable del Valle de México, lo que dio paso a una época de crecimiento de los latifundios y la pérdida de parcelas de los  indígenas, a quienes fueron despojando de sus tierras. Con el paso del tiempo, los latifundios terminaron por apoderarse de la mayoría de las tierras fértiles, en las regiones de lluvia confiable. No tenían tecnología, ni la necesitaban, por la abundancia de mano de la obra barata de los indios.


En la estructura política de la Colonia, el virrey estaba en la cima pero, no confiaban plenamente en él, ni el rey de España, ni su consejo de Indias (que supervisaba los asuntos de las colonias), en consecuencia, al no dar credibilidad a la información directa, establecieron un sistema en el cual, los burócratas de la Nueva España, se espiaban unos a otros y difícilmente decían lo que realmente pensaban. Los españoles y los criollos monopolizaban los cargos públicos, los mestizos brillaban por su ausencia. Sea cual fuere la intención, la corrupción reinaba en este esquema, y los virreyes y los altos funcionarios solían volver muy ricos a su país.


Los españoles se enriquecieron por su corrupción, por el oro y la plata que explotaron en México y también, en gran medida, por el trabajo de los indios; con un sistema similar a la servidumbre medieval, aunque sin ninguna de las recompensas que ofrecía el modelo europeo y con la libertad de los patrones de tener sexo con cualquiera de sus mujeres, inclusive, las recién casadas, antes de tenerlo con su esposo.


El tributo que los indios pagaban, originalmente en especie (maíz, calabaza, frijol, etc.) imponía una pesada carga. La corona prohibía a los naturales portar armas, poseer caballo o vestir ropas europeas. Ávidos de tierras, los hacendados se apropiaban constantemente de las de los pueblos, aparte de para sembrar más cultivos, tan solo para ocuparlas y forzar a sus antiguos dueños a laborar para ellos. Para obligar a los indios a trabajar  permanentemente, el hacendado contaba con las tiendas de raya, que  ofrecían créditos, bienes y dinero a sus trabajadores. Los naturales obtenían así un poco de beneficios pero, a costa de su libertad pues, con su miserable salario, jamás podrían liquidar su adeudo. Este sistema, conocido por peones acasillados, concedía al hacendado un suministro garantizado de mano de obra barata y dócil, y lo hacía dueño del destino del peón.


Para utilizar el trabajo indígena, los españoles se valieron primero de la encomienda, concesión real de un grupo de nativos a un español. La encomienda fue, en gran parte, responsable del descenso de la población en el siglo XVI. El encomendero elegía a las indias de su gusto, con pareja o no. Las usaba como concubinas y sirvientas y cuando dejaban de ser atractivas o útiles como sirvientas, embarazadas o no, las echaba.


Los jueces de los tribunales de justicia, normalmente con una gran familia que mantener y esposa con pretensiones sociales, vendían sus favores. El duque de Linares, uno de los virreyes de la Nueva España, se refirió así a la justicia colonial. “Se vende como bienes en un mercado, donde quien tiene dinero en la bolsa compra lo que quiere”.


No obstante, la corrupción no era exclusiva de la esfera política, también estaba presente en la agricultura y en el comercio. El ansia de la Corona de intervenir arbitrariamente en asuntos coloniales, obligaba a comerciantes y hacendados a operar con un oído puesto en la política. Unos y otros usaban sus relaciones de parentesco influencia política y prestigio familiar, para conseguir préstamos y créditos, obtener lucrativos contratos, evitar pagar derechos de importación o defender concesiones fraudulentas de terrenos.


El alto clero de la Colonia, siguiendo el ejemplo del de España, acumuló una inmensa riqueza, bienes y poder, algunos de sus integrantes fueron también virreyes. Llegó a ser casi la única institución de banca y crédito. En el siglo XIX, ya era dueño de más del cincuenta por ciento de la propiedad inmobiliaria del país.


De los 6.1 millones de habitantes de Nueva España, en 1810; un poco más de un millón eran de “raza blanca” (españoles, criollos y mestizos que se habían “blanqueado” con la mezcla de razas). Entre once y catorce mil eran españoles y, aproximadamente, medio millón eran criollos, en este grupo se acumulaba casi toda la riqueza. En ninguna otra parte, escribió Humboldt, había visto tantas disparidades en la “distribución de la riqueza y niveles de civilización”. Aproximadamente el 90% de la población era analfabeta.


Este fue el legado que recibieron los mexicanos, de parte de los españoles y criollos, y dichas “costumbres” se han seguido cultivando hasta la fecha por sus sucesores, quienes fueron dejando de ser extranjeros o hijos de ellos, al irse mezclando con los nacionales, en las generaciones siguientes. Cambió la nacionalidad, de los protagonistas, pero no las costumbres.


Una vez dejado bien aclarado cuáles son los orígenes de la corrupción en nuestro país, en sus diversas manifestaciones, es conveniente analizar sus repercusiones actuales, omitiendo el largo y tortuoso camino que ha tenido que recorrer nuestra querida patria, el cual, aunque muy importante para la comprensión del porqué estamos como estamos, corresponde a otro tema.


Según la gran mayoría de las opiniones vertidas en este foro (respaldadas por una buena parte de la población), la culpa de la corrupción en este tiempo es, casi exclusivamente, de la clase política y de  la gobernante; manifestando también una gran preocupación tanto por el interés, como por las posibilidades reales de la presente Administración, para combatirla, y suponiendo, aunque erróneamente, como se verá más adelante, que la corrupción se ha incrementado sensiblemente en este régimen.


Sin embargo, se trata de percepciones personales, en las cuales, juegan un papel muy importante los sentimientos y las preferencias electorales, no un análisis riguroso de la realidad.


Hace ya muchos años, uno de los científicos de ese tiempo, expuso una gran verdad: no podemos asegurar que conocemos algo, hasta que no seamos capaces de medirlo. Esto se aplica, como en todo lo demás, también a la corrupción. Las cifras frías están despojadas de concepciones subjetivas y tan solo están sujetas a la confiabilidad sobre su precisión. Afortunadamente, en este caso, un organismo internacional, desde hace años, se ha dedicado a esta tarea: Transparencia Internacional, y no se conoce ninguna objeción a sus resultados.


Después de unas declaraciones del presidente, en relación con la corrupción, uno de los artículos publicados al respecto es el de Denise Maerker (”La corrupción somos todos); en donde critica dichas declaraciones, sobre todo, por haber mencionado EPN que la corrupción era un problema cultural en nuestro país y escribiendo, entre otras cosas:



“Pero decir que la corrupción ocurre en todo el mundo, que ha existido siempre y que es un asunto cultural, es una forma de relativizar el problema y de declarar de antemano infructuosos y no prioritarios los esfuerzos que se emprendan para abatirla”.



Utilizó las cifras de Transparencia Internacional para indicar que nuestro país estaba en el lugar 106, un lugar muy lejano, por ejemplo, de Chile, que se encuentra en el 22; dándonos ejemplos de lo logrado por otros países pero, se le “olvidó” mencionar que, a finales del 2012 estábamos en el lugar 105, y que al inicio del sexenio pasado estábamos en el 72. Es conveniente reproducir un párrafo del reporte anterior de TI, refiriéndose a dicho sexenio:


“El desplome tan vertiginoso debería ser motivo de gran preocupación, si en el 2006 México se ubicaba en el lugar 72 igual que Marruecos, China, India, Perú y Brasil, en el 2009 en el sitio 89, en el 2010 alcanzó el lugar 98, en el 2011 se ubicó en el 100 y en 2012 perdió otras cinco posiciones, ¿qué ha sucedido? Descender 33 lugares en el Índice de Percepción de la Corrupción en un sexenio no es culpa única de tal o cual partido o gobierno, es un problema cultural que refleja la forma de ser y de actuar de la sociedad mexicana”.


De la lectura anterior, obtenemos dos conclusiones: que el problema de la corrupción se agudizó sensiblemente en el sexenio pasado, sin que Denise, ni otro columnista, hayan considerado justificado mencionarlo, y que también para ese organismo, la corrupción en México es un problema cultural.


Otro columnista, Raymundo Riva Palacio, en parte de uno de sus artículos, escribió lo siguiente:


 “Los senadores del PRI presentaron la iniciativa de Peña Nieto el 13 de noviembre de 2012, dos semanas antes de asumir el poder, para crear una Comisión Nacional Anticorrupción. Después de un año de discusiones en el Senado, se votó la creación de un órgano anticorrupción con una Fiscalía que sustituiría a la Secretaría de la Función Pública. La comisión que salió del Senado fue muy distinta a la que quería el Presidente. La despojaron de autonomía, y la mantuvieron dentro de la PGR, con lo cual tampoco le otorgaron atribuciones nacionales. Le eliminaron los recursos judiciales para operar con eficacia y su alcance, que incluía sanciones penales, quedó en meramente administrativas”.


“Dentro del Senado hubo fuerzas priistas y panistas que se opusieron a la iniciativa presidencial, pero quien terminó de sepultarla fue el michoacano Salvador Vega Casillas, que había sido secretario de la Función Pública durante el gobierno de Felipe Calderón, cuya esposa se vio involucrada en un acto de corrupción de gasolineras y que cuando llegó al despacho de su esposo, se fue diluyendo el escándalo y las acusaciones. Vega Casillas conocía, por tanto, qué tipo de fuerza tendría una comisión o una fiscalía independiente de la PGR y con autonomía, donde el Ejecutivo no tuviera suficientes elementos de control”



Recordemos: el ejecutivo propone y el Legislativo dispone. Actualmente sigue en discusión en el Congreso  la redacción final de la iniciativa presidencial pero, ya hemos visto acciones precisas del  Gobierno para combatir la corrupción, cuando menos, lo hemos notado quienes no cerramos los ojos a la realidad. El año pasado descendimos un solo lugar en la medición antes mencionada, no los cinco acostumbrados anualmente, durante todo el sexenio pasado. Si la disminución en el descenso se debe, todavía, a la “inercia” de lo sucedido en el sexenio anterior  o no, lo comprobaremos en la medición del año próximo. De cualquier manera, el exponer las cifras al respecto, en nada  modifica  la percepción de algunos foristas, como lo comprobé con uno de ellos, cuya respuesta (al mostrarle dichas cifras) fue, sencillamente, que las mediciones anteriores era pura “paja”.


Pero lo más importante es señalar, como se lo aclaré a otro forista: para que exista un acto de corrupción se requieren dos partes, el que da y el que recibe, y tan corrupto es uno como el otro.  Si los “buenos” no aceptaran  o propusieran el trato, los “malos” no podrían se corruptos. Según él, los únicos corruptos son quienes reciben la “gratificación”. Comprobando, indirectamente, que la corrupción ya es parte de nuestra cultura, quienes piensan como él, no consideran un acto ilegal el dar “mordida”.


Todos sabemos lo generalizado que está ese intercambio; así como también,  las argucias contables para pagar menos impuestos de los que corresponden;  las “gratificaciones” que dan las empresas a los inspectores para evitar multas por no cumplir con determinadas normas; todas  las compañías que laboran en el comercio informal, para no pagar impuestos, etc.; sin embargo, cuando se señala que la corrupción es ya un problema cultural en México,  quienes se han involucrado en uno o varios actos corruptos, de menor o mayor magnitud, pocas o muchas veces en su vida, aun siendo casi imposible encontrar a alguno que nunca lo haya hecho,  la respuesta molesta, como hemos visto es, generalmente, negativa, no obstante la abrumadora evidencia existente  de lo contrario.


Hace algunos años, se empezaron a realizar “tomas clandestinas” en los ductos de Pemex que conducen tanto gasolina, como diésel y petróleo; el problema, inicialmente,  no era muy grave,  hasta que se dio cuenta el crimen organizado de ese “negocio”, con grandes ganancias y poco riesgo. El monto de los  robos asciende ya  a miles de millones de pesos al año;  en el 2006 se registraron tan solo 213 casos y  el año pasado fueron 2 mil 614 (un aumento del  ¡1,127%!). Nadie menciona quienes propician este terrible daño al país, al financiar a los grupos criminales más peligrosos que hemos tenido, hasta la fecha, sin embargo,  nuevamente,  es pertinente aclarar: para que exista ese negocio se requiere de un “arreglo” entre el que roba y el que se lo compra pero, ¿Quiénes lo compran?, no es muy difícil suponerlo: las gasolineras y las empresas que utilizan el petróleo. Se trata de transacciones directas entre empresas particulares y el crimen organizado, con lo cual, lo ayudan a financiar sus actividades y hacer, todavía más difícil, el lograr aniquilarlo. Realizan este intercambio tan solo para incrementar, ilegalmente, sus ganancias, sin importarles, en lo más mínimo, las graves repercusiones para nuestro país. ¡Qué poca…vergüenza!, por no decir lo que realmente pienso. ¿Y todavía hay quien dude que la corrupción es ya parte de nuestra cultura?


Por otro lado, como bien lo mencionó Ramn, quienes se encuentran en el gobierno, de todos los niveles,  y en la política, provienen de los mismos ciudadanos mexicanos. Algunos de los que están afuera de dichos grupos, muy probablemente, al tener oportunidad de ingresar, harían lo mismo, es decir, cambiarían los nombres, pero no las costumbres. 


Desde luego, no todos los ciudadanos son corruptos y nuestra esperanza es que ellos llegarán a formar la gran mayoría de los mexicanos pero, para eso, se requiere que los niños y los jóvenes sean formados en los valores morales que debieran ser la regla, no la excepción.


El gobierno federal, seguramente, implantará (como ya lo está haciendo) medidas para evitar la corrupción pero, por más eficiente que sea, no logrará erradicarla por completo, para eso es necesario, un cambio de mentalidad en la población. Aunque proliferan las opiniones contrarias a su desempeño, antes de finalizar este sexenio, se apreciaran los resultados positivos.


Seguramente, entre las críticas que reciba por este escrito, no faltaran las correspondientes a su exagerada extensión, en consecuencia, solo quienes tengan suficiente paciencia lo leerán completo pues  no es, de ninguna manera,  forzosa su lectura.


Un cordial saludo a todos los foristas.


Nota.-La mayor parte de lo escrito referente a España fue obtenido del libro: MEXICO. Por qué unos cuantos son ricos  y la población es pobre, escrito por Ramón Eduardo Ruiz, con prólogo de Lorenzo Meyer. La información se complementó también con  otras referencias históricas.


 


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