viernes, 28 de noviembre de 2014

Francisco Martín Moreno - Escuela para presidentes

Al comenzar a redactar esta columna vinieron a mi mente las palabras que pronunciara Dwight D. Eisenhower cuando llevaba al menos dos años como Jefe de la Casa Blanca: ¡Cuánto trabajo me ha costado aprender a ser presidente de Estados Unidos!, llegó a confesar en la intimidad familiar el héroe norteamericano de la Segunda Guerra Mundial. Y no le faltaba razón. No hay otra escuela para presidentes que la práctica, el ejercicio del poder en sí mismo. Los aciertos y errores, las consecuencias y los beneficios de tan difícil e inoportuno aprendizaje habrá de padecerlos o disfrutarlos la nación en su conjunto. Los éxitos y los fracasos de un presidente los gozan o los sufren directamente los gobernados. Sus decisiones no son medibles simplemente en términos de pesos y centavos sino en vidas humanas, en salud y en el desarrollo de millones de personas.








¿En qué universidad podría tomar clases un presidente para convencer a las fuerzas vivas de la trascendencia de su programa de gobierno? Conocemos a los políticos, a los líderes sindicales, a los legisladores, capaces de tragarse un alacrán pantanero de Tabasco sin masticarlo ni mostrar la menor emoción en el rostro… ¿Cómo inspirarse para explicarles a los gobernadores, esos virreyes regionales, las estrecheces del presupuesto federal y animarlos a aumentar la recaudación en sus localidades, en lugar de venir a extender la mano ante las autoridades centrales? Los mexicanos estamos acostumbrados a pedirle a Dios, al gobierno, a los jefes y a los padres. Pedir, pedir, pedir.. ¿Trabajar? Siempre dependemos de la gracia de terceros…¿En qué manual práctico puede encontrar un presidente las claves para seducir al congreso norteamericano, dominado ahora por una mayoría de ultraderecha, de la importancia de legislar en relación a la migración mexicana reconociendo esa realidad? Pocos presidentes han escrito sus memorias para dejar constancia de su experiencia política confidencial y cuando lo han hecho, los mexicanos hemos ignorado el documento por frívolo, interesado, tendencioso, irrelevante, falaz o superficial. En escasas ocasiones se capitaliza la experiencia anterior.


¿A dónde va un presidente mexicano sin un gran conocimiento de sus semejantes y de los significados e inflexiones del verbo “chingar’? México ha cambiado y los manuales e instructivos para tratar a los mexicanos ya son caducos. Los presidentes deben aprender de su propia experiencia. No hay escuela para administrar este México emergente que busca finalmente su dignidad política. No, no hay escuela para políticos... ¿Cómo encontrar los cadáveres de Ayotzinapa? ¿Cómo se logra imponer finalmente un Estado de derecho? ¿Cómo imponer el orden y el respeto sin dar el primer paso con el ejemplo? ¿Cómo recuperar la confianza perdida de la ciudadanía? ¿Cómo agarrar las manos negras que pretenden su derrocamiento y exhibir a los sediciosos ante la opinión pública? ¿Cómo reconstruir su imagen destruida? ¿Cómo echar a andar la economía? ¿Cómo devolverle la sonrisa a la nación? ¿Cómo tranquilizar a la inversión local y extranjera? ¿Conviene la renuncia del gabinete en pleno para recuperar al menos algo de capital político?


¿Un presidente debe desconfiar de todos y confiar en todos? ¿En qué escuela se aprende a tratar a los banqueros extranjeros, hoy dueños de casi toda la banca mexicana, para reiniciar los préstamos a los sectores productivos nacionales? ¿Dónde se debe abrevar para mejorar sus relaciones con la prensa? ¿Cómo dar con las claves para crecer al 7% anual? ¿De qué manera se abordan las relaciones con el “diablo” gringo? ¿Cómo gobernar un país en el que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo con la hora que es?


Todos: secretarios de Estado, banqueros, funcionarios, intelectuales y columnistas, políticos y empresarios, caricaturistas, curas y periodistas se presentan ante el presidente de la República vestidos de domingo. El baile de las mil máscaras no tiene fin. Al jefe de la nación le corresponde encontrar la verdad oculta en cada planteamiento, el interés inconfesable en cada sugerencia, el verdadero motivo en cada propósito. En ninguna cátedra se aprende a conocer a los hombres y mucho menos a los inversionistas o titulares de grandes capitales que vendieron su alma al diablo a cambio de unos centavos.


Las actividades más importantes de la vida no se pueden aprender en la escuela. No hay escuela para maridos ni para esposas ni para padres de familia ni para presidentes de la República. Sólo que en el último caso 120 millones de mexicanos pagamos el costo del aprendizaje...



Leído en http://www.debate.com.mx/opinion/Cuentos-politicos-20141128-0058.html


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