sábado, 22 de noviembre de 2014

Salvador García Soto - EPN: ¿Algo más que discursos?


Las manifestaciones del 20 de noviembre en varias partes del país y del
mundo dejaron claro que, por encima de una pequeña minoría de violentos,
hay un grito mayoritariamente pacífico de la sociedad mexicana que exige
un cambio urgente en la vida y el sistema político, económico y social
del país. Al hartazgo por la violencia, la injusticia y la impunidad que
representa el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, se ha sumado el
evidente clamor social por un replanteamiento total del Estado mexicano,
un cambio de fondo en la forma de operar de sus tres poderes y la
revisión urgente de todos sus niveles de gobierno, junto con una limpia
y una sacudida de la actual clase política que está siendo claramente
rechazada por los mexicanos.


¿Cómo han respondido a todo eso hasta ahora los gobernantes y políticos,
desde el presidente Enrique Peña Nieto, hasta los representantes de
otros poderes y los dirigentes partidistas? Sólo con palabras, con
discursos grandilocuentes y con frases que pretenden interpretar el
hartazgo y el cansancio que se expresa en las calles. Pero fuera de la
palabrería discursiva, ni el gobierno federal, ni los gobiernos locales,
ni los otros poderes del Estado parecen estar entendiendo el mensaje
iracundo y contundente que surge de esta movilización creciente de la
sociedad: ¡basta de discursos!, ¡basta de palabras! Se necesitan
muestras claras de cambios urgentes o la protesta social terminará
rebasándolos.

No se ha escuchado hasta ahora, de las instituciones, nada más que
mensajes con los que se pretende mostrar sensibilidad ante las
manifestaciones sociales. “La sociedad mexicana está dolida… su hartazgo
es entendible… quiere paz y justicia”, se le ha escuchado decir por
estos días al presidente Peña Nieto, mientras en las calles crecen las
voces que, con razón o sin ella, piden su renuncia. Ni siquiera el
discurso presidencial se ha preocupado por abandonar la generalización y
habla de “paz” y rechaza “la violencia”, cuando ha quedado claro que los
violentos son apenas unos cuántos que no representan nada ante la enorme
mayoría de mexicanos que, de manera pacífica pero firme y decidida,
exigen un cambio urgente del sistema político.

Valdría la pena que los asesores del Presidente le dijeran que llegó el
momento de reenfocar su discurso y aceptar que la exigencia de cambio y
la expresión de hartazgo social es independiente de la violencia que
ejercen unos cuántos grupos minoritarios, a los que por cierto su
gobierno y los gobiernos locales tienen la responsabilidad de contener
de manera legal y cuidando en todo momento que en el uso de la fuerza
pública no haya abusos ni excesos.

Pero lo más importante es, comenzando por el Presidente y siguiendo con
el resto de las instituciones, pasar de los discursos a los hechos. El
gobierno parece pasmado. Apuesta al tiempo pero a medida que pasa el
tiempo crecen las demandas y la ola de inconformidad cobra más fuerza.
El Presidente y su equipo, junto con el resto de los poderes y los
dirigentes políticos, deben entender que el problema de Ayotzinapa ya
rebasó, con mucho, el ámbito de la procuración de justicia, y lo que
está emergiendo ahora es una crisis de confianza y de credibilidad en
las instituciones y el Estado. De ese tamaño tendría que ser la
respuesta del Presidente y del resto de las instituciones.

*LA PGR REBASADA.* El problema que tienen encima los gobernantes es que
no hay respuestas en ningún sentido. Más allá de los discursos y de las
expresiones de pretendida sensibilidad, las indagatorias de la PGR sobre
el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa siguen sin dar luz sobre
la pregunta principal que ya no sólo recorre las calles de México, sino
que se ha vuelto un tema global que se repite por todo el mundo, ¿dónde
están los estudiantes?, ¿si efectivamente murieron de la forma cruel e
inhumana en que ha dicho el procurador Murillo Karam dónde están sus
restos?

Los avances de las indagatorias oficiales, por más macabros y
descriptivos, no han satisfecho las dudas ni de los padres, ni de la
gran cantidad de mexicanos y de personas que alrededor del mundo siguen
preguntado ¿dónde están los 43? ¿Nos faltan 43? ¿Queremos vivos a los 43?

La falta de elementos y de pruebas científicas de las autoridades para
dar una conclusión oficial a las investigaciones y declarar oficialmente
muertos a los 43 normalistas sólo ha atizado la exigencia de respuestas
y la sensación de incapacidad e insensibilidad ante esta tragedia que
hace rato dejó de ser un tema nacional para convertirse ahora en un
movimiento mundial de reivindicación de los derechos humanos y la justicia.

La espera de los resultados del laboratorio de Austria donde fueron
enviados los presuntos restos de los jóvenes se ha hecho tan larga que
sigue alimentando la esperanza de que los 43 jóvenes aparezcan con vida,
algo que las autoridades simplemente no pueden ya ofrecer, y mucho menos
garantizar, mientras los padres y las miles de voces que crecen en
México y en el extranjero insisten en el grito y la consigna de ¡los
queremos vivos!

¿Qué va a pasar cuando el procurador tenga que reconocer que se agotó ya
el último recurso y que los exámenes de ADN de los huesos que se
llevaron hasta el laboratorio austríaco confirman la peor tragedia
humanitaria que se recuerde en el México contemporáneo?, ¿se podrá
contener el desencanto y la rabia de tantas voces a las que se quitará
la última esperanza?

Por eso es urgente que el presidente Peña Nieto, su gobierno y el Estado
mexicano en su conjunto entiendan que no pueden seguir paliando sólo con
discursos el movimiento de inconformidad social que se despertó con
Ayotzinapa. O comienzan a generar una respuesta mucho más amplia a la
crisis social y política, con una propuesta de cambio real y estructural
al sistema político, económico y de justicia, o esta ola que crece cada
vez más y que ya salió del país y se desbordó hacia todas partes del
mundo, terminará por arrasarlos.

*NOTAS INDISCRETAS…* Al paso que va, el procurador Jesús Murillo Karam
terminará pareciéndose cada vez más a aquel antecesor suyo, Oscar Flores
Tapia, que encabezó la PGR en los tiempos de Luis Echeverría. Cuando le
preguntaron al entonces procurador por los cientos de desaparecidos que
se seguían denunciando producto de la Guerra Sucia del gobierno contra
los grupos subversivos de aquellos años, la respuesta de Flores Tapia se
quedó para el anecdotario: “No sabemos dónde están. Por eso son
desaparecidos, porque nadie sabe donde están”. Ese fue el equivalente de
aquellos años al “Ya me cansé” de Murillo Karam… Paran los dados.

Fuente: http://www.eluniversalmas.com.mx/columnas/2014/11/109908.php

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.