jueves, 1 de octubre de 2015

Pablo de Llano - Jorge Volpi: “Dividir a México entre malos y buenos es maniqueísmo”

Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) recorre en Las elegidas (Alfaguara) el submundo de la prostitución de mujeres mexicanas en los campos de fresas de Estados Unidos. Escrito en verso, con un explotador llamado El Chino como eje de rotación, ficciona la historia real de una familia de Tenancingo, un pueblo mexicano de tradición proxeneta –se dice que desde antes de la colonia– que en los noventa ramificó su oscuro negocio al gran mercado norteamericano. En su nueva novela, Volpi (Premio Planeta 2012 por La tejedora de sombras) despliega el camino de fatalidad y miserias morales de la migración sexual con un lenguaje de jerga relampagueante.

Pregunta. ¿Cuánto tiene de lengua popular y cuánto de inventando?

Respuesta. Es una reinvención de lo que asumimos como lenguaje popular de México, particularmente de la zona fronteriza entre Tijuana y San Diego. No busqué una trasposición realista del lenguaje sino un lenguaje parecido pero imaginario, alejándome del realismo puro. Es algo muy presente en la tradición de la literatura mexicana, con Juan Rulfo como mejor ejemplo. Tiene que ver con encontrar una propuesta estética en el lenguaje popular.









P. Y la forma narrativa es el verso.

R. Sí, es una novela en verso. Yo no soy poeta ni he escrito poesía, pero usé el recurso del verso para obtener lirismo, sonoridad.

P. ¿Por qué el tema de la prostitución mexicana en Estados Unidos?

R. Me pareció un fenómeno tan interesante como terrible de doble explotación, de mujeres secuestradas en su pueblo de México, transportadas a los campos de fresas en Estados Unidos y esclavizadas allí para dar servicios sexuales a migrantes mexicanos sin papeles, a su vez explotados en Estados Unidos.

P. ¿Tenancingo es un pueblo maldito?

R. Sí, se ve como un lugar terrible. La leyenda es que desde la época prehispánica este pueblo se dedica a la prostitución, aunque por supuesto en Tenancingo también hay gente normal. Pero de lo que no hay duda es de que desde mediados de siglo pasado hay familias dedicadas a la explotacion infantil y de mujeres. Cuando vas allí sientes cierto ambiente extraño. Ves casas grandes que uno no se imaginaría encontrar en un pueblo mexicano. Ves en la carretera decenas de chicas formadas para ir a los hoteles de paso.

P. ¿Cómo definiría moralmente a El Chino?

R. Es el jefe de la familia. Se va de Tenancingo sin nada y termina siendo un mafioso con poder en Estados Unidos, perdiendo todo límite ético. Pero me parece más compleja la figura de su mujer, que empieza siendo explotada y termina convirtiéndose en explotadora. Es una característica de la naturaleza humana: la violencia se reproduce y hay quienes comienzan siendo víctimas y terminan convirtiéndose en verdugos.

P. ¿En México la moralidad es un espacio más difuso de lo normal?

R. Sí, ese fue uno de los problemas terribles de la guerra contra el narco, que parecía dividir México entre buenos y malos. Los muertos eran los malos. Pero esos malos, incluso si eran malos de verdad, no dejan de ser ciudadanos mexicanos que por unas condiciones determinadas se convirtieron en criminales. Dividir a México entre malos y buenos es maniqueísmo. El crimen organizado genera unas zonas de grisura moral que abarcan un espectro social muy amplio. Esto no se reduce a quiénes son buenos y quiénes son malos.

P. ¿Y qué descubre un hombre de sí mismo novelando el sometimiento de la mujer?

R. Descubres uno de los peores lados de lo que significa ser varón. Los peores lados del machismo. Al meterte en la piel de un padrote [proxeneta] terminas por ver con más claridad esos aspectos oscuros. Una obra de ficción te permite vivir otras vidas, identificarte con las víctimas y también con los verdugos, con los que compartimos resabios y tentaciones.



Leído en http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/30/actualidad/1443649247_239300.html



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