Cuando los historiadores revisen con rigor la era de la violencia en México (el periodo 2007-2011, por ejemplo) encontrarán la paradoja de la capital de la República. Muchas áreas del país se desmoronaban, pero la gran ciudad parecía renacer.
Y habrá algo de cierto en ello. No porque la capital sea en realidad una urbe modelo en seguridad, que desde luego no es, sino porque cuando en otros lados los habitantes atrancaban las puertas y se guarecían, aquí se lanzaron a recuperar calles y espacios públicos. Poco a poco. Sin desprenderse de los reflejos desarrollados en décadas de aflicción y miedo. Pero volvieron a salir.
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