Felipe Calderón inició una llamada “guerra” contra los delincuentes, pero a medio camino se dio cuenta de que su policía no estaba lo suficientemente preparada. La aparición del Ejército y de la Marina, en este sentido, no es una disposición que resulte de una vocación particular —el deseo de mostrar músculo—, sino la utilización, casi desesperada, de un último recurso.
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