El presidente Peña Nieto tiene una palabra en la boca: populismo. Es el ogro que quiere descabezar y al que dedica todas las municiones disponibles. Se monta en cualquier oportunidad para lanzarse en su contra. Ha aprovechado los compromisos más importantes para denunciar el mal: el populismo es irresponsabilidad, es polarización, es retraso, es devastación institucional. La preocupación empieza a parecer obsesiva. Más que su legado, lo que desvela al presidente es, al parecer, su sucesor.
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