Los priistas están de nuevo en el
banquillo de los acusados. Arremolinados alrededor de Humberto
Moreira, se preguntan cómo contestar
o qué ataques lanzar. Están pasmados.
Llevan tres años atribulados en Los Pinos y quieren desesperadamente permanecer en el lugar que tan bien los nutre, en el sitio que a tantos engorda. Por
ello, intentan deslindarse del exdirigente del PRI. Intentan argumentar que el
suyo es un caso aislado. Un problema
personal y no institucional. Quieren
mantener un partido unido. Una maquinaria engrasada. Pero por más que tra-
tan de protegerse de manera conjunta
como alguna vez lo hicieron, todo sale mal.
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