En 1989, el antropólogo José del Val ocupaba una ruidosa oficina en la sede del Instituto Nacional Indigenista, ubicada, con buena lógica, en avenida Revolución. Desde ahí ideaba proyectos para visibilizar a los pueblos originarios del país. Uno de ellos era la revista México indígena, dirigida por el poeta y periodista Hermann Bellinghausen.
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