El espectáculo de las convenciones es morbosamente fascinante, decía H. L. Mencken, quien cada cuatro años hacía la crónica de esos circos que eligen a los candidatos presidenciales en Estados Unidos. Disfrutaba como nadie de ese horrible, vulgar, estúpido y tedioso teatro. Era una fiesta grotesca y, a la vez, fascinante. Durante horas, el espectador solo desea que los delegados ardan en el infierno pero, de pronto, queda hechizado con algo que supera todas las expectativas de la obscenidad, el melodrama y el absurdo. En unos minutos se despliega el entretenimiento de todo un año. Al presenciar la convención de 1924, el gran periodista de Baltimore no pudo dejar de pensar que lo envolvían las emociones de la plaza frente a un ahorcamiento.
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