En "Contra la ficción", excelente ensayo publicado en la Revista de la Universidad, Cristina Rivera-Garza se ocupa de la obra de Ove Knausgård, que repudió los mecanismos de la fabulación para escribir una descarnada autobiografía en seis volúmenes bajo un título que parecía imposible de recuperar: Mi lucha.
El interés de la escritora mexicana por este autor aumentó cuando dos de sus alumnos le dijeron que estaban hartos de la ficción y deseosos de encontrar relatos verdaderos. Knausgård es un ejemplo extremo de memorialista; escribe como si ignorara su vida y sólo pudiera averiguarla por escrito, con una franqueza que no admite enmiendas.
Esta exploración íntima está puntuada por el llanto. Al respecto escribe Rivera-Garza: "Un hombre que llora públicamente siempre resulta inquietante [.] En las delicadas aunque férreas reglas que gobiernan las relaciones entre género y emotividad, a los hombres les ha tocado a menudo la rabia o la impotencia, pero pocas veces el llanto. Las mujeres o los niños lloran, sin duda, exponiendo así una básica ruptura interna: la vulnerabilidad. Que Karl Ove llore tanto y tan visiblemente a lo largo de estas páginas acentúa una doble transgresión: he aquí un hombre que exhibe sus sentimientos y he aquí un hombre cuyos principales sentimientos son de debilidad".
Knausgård abandonó la ficción en busca de un discurso vulnerable. La verdad importa porque duele.
La obra del autor noruego, las reflexiones de Rivera-Garza y la sed de autenticidad de sus alumnos revelan un rasgo esencial de nuestro tiempo: el déficit de realidad.
Durante siglos, el arte construyó una segunda naturaleza, no menos importante que la que le daba origen. El Quijote ha transformado el mundo incluso para quienes no lo han leído. Pero ahora habitamos un terreno espectral donde lo más importante sucede en pantallas. El sitio Second Life postuló la posibilidad de llevar una vida alterna en la red hasta que esa conducta se convirtió para muchos en la existencia dominante.
En Japón el síndrome del autista digital recibe el nombre de hikikomori. Para remediar esa afección, han surgido terapias de realidad en las que se desconectan los aparatos y se recupera el olvidado truco de amarrarse los zapatos o preparase un sándwich. Esto recuerda las "Instrucciones para subir una escalera", que Julio Cortázar escribió como una parodia del hiperrealismo. Esos consejos se podrían utilizar ahora en un tratamiento para curar lesiones digitales.
"Conócete a ti mismo". ¿Qué significa la frase del templo de Apolo en tiempos donde la introspección depende de motores de búsqueda? Cuando el sujeto contemporáneo tiene una crisis de identidad, se busca en Google. Cuando quiere socializar, se dirige a sus dos mil amigos en Facebook.
En este contexto, la realidad se ha convertido en algo difícil de obtener, lo cual explica la propagación de los reality-shows y las competencias donde se triunfa o llora por un sueño. En los años sesenta la televisión dependía de una inventiva desaforada: Mi marciano favorito, Perdidos en el espacio, El superagente 86, La isla de Gilligan, Hechizada, Mi bella genio y Mr. Ed trataban de asuntos imposibles de encontrar en la vida real. Hoy la especie busca integrarse televisivamente a las tramas de Animal Planet. La urgencia de hallar datos comprobables e incontrovertibles ha hecho que la medicina forense sea una rama del guionismo, según demuestran CSI, Dexter y otras series. El cuerpo, que alguna vez vivió en lo real de tiempo completo, se ha convertido en un misterio narrativo.
"La literatura, al menos la literatura como el artefacto cultural de la burguesía del XVIII, enfrenta, con las tecnologías del XXI, uno de sus retos más fuertes y vívidos", escribe la autora de Nadie me verá llorar, título que alude al pudor con que nos protegemos de la emoción y de la fragilidad, es decir, de lo verdadero que lastima.
A partir de un texto de Ismail Kadaré, Rivera-Garza recuerda que la tragedia surgió para codificar el llanto, para llorar por una causa y un sentido social, al modo de las plañideras en un rito funerario: "A diferencia del llanto, que sólo es; el plañido es arte o es, también, política. Recuérdese que la prohibición estatal de cualquier forma de duelo, entre ellos el llanto, en el caso de la muerte del hermano de Antígona, hizo de la lágrima un motivo de contención social".
Tal vez los cibernautas futuros lloren lágrimas eléctricas. Por ahora, necesitamos dosis de realidad. "Mis recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia", dice un replicante en la secuencia final de Blade Runner. Al igual que Knausgård, el androide que anhela la condición humana asocia la memoria con el llanto, expresión física del dolor.
La ficción surgió para sobrellevar el peso del mundo. En una realidad ingrávida, el testimonio recupera el peso del mundo.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=188717
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