domingo, 2 de noviembre de 2014

Denise Dresser - El futuro que no tuvimos


Aquí atorados en el largo proceso de desencuentros, rupturas, deslealtades y corrupción que fue minando la esperanza de dignificar y consolidar el régimen democrático del país. Como lo escribe Mauricio Merino en su libro El futuro que no tuvimos, tendríamos que bautizar los últimos años como el periodo del desencanto. Un periodo específico, determinado, cognoscible, comprendido entre el 1 de noviembre de 2003 y el 1 de julio de 2012. Un ciclo fechable que empieza con la ruptura de los acuerdos electorales que dieron origen al IFE autónomo y que termina con el regreso del PRI a Los Pinos. Un ciclo de todo lo que hemos presenciado y padecido desde entonces.




Atrás quedaron los acuerdos sensatos y honestamente comprometidos con la construcción de un nuevo régimen democrático. Atrás quedó aquella “joya de la corona” que fue un IFE creíble, admirado, autónomo. Atrás quedaron los pactos que tenían como objetivo una repartición más justa y más ciudadana del poder. En su lugar han quedado las malas artes y los conflictos. La transición de un sistema de partido prácticamente único a uno en el cual los beneficiarios fueron otros partidos, con sus arcas repletas de dinero público. La polarización de la sociedad producto de los pleitos incesantes entre la clase política. La sensación de que la democracia no ha servido para resolver los problemas del país sino para exacerbarlos. El sentimiento de desamparo ante Tlatlaya e Iguala.

Y la angustia compartida ante la certidumbre de que la vida pública se ha corrompido –sin distinciones ni matices– entre partidos y gobernantes. La desilusión colectiva ante el abandono de las promesas de profesionalización de la gestión pública. Ante la prevalencia de la cercanía, la amistad y las lealtades políticas en el nombramiento de funcionarios públicos. Ante el franco rechazo de los gobiernos a la apertura de toda la información relevante que la creación del IFAI motivó. Ante la opacidad que persiste en la fiscalización del dinero público a nivel federal, estatal o municipal. Sigue la repartición del botín partidario sin consecuencias. Sin efectos. Sin sanciones. He allí la podredumbre del PRD en Guerrero para constatarlo. Los moches del PAN para evidenciarlo. La candidatura a una diputación federal de Arturo Montiel para subrayarlo.

La economía sigue sin crecer lo que debiera. La deuda de la desigualdad social sigue sin ser saldada como podría. Poco a poco vamos cobrando conciencia de que los errores de gestión del gobierno no se han corregido. Las autoridades siguen asignando recursos crecientes a programas politizados que, en lugar de igualar a la sociedad, la hacen más desigual y generan mayores incentivos para la informalidad. Las autoridades siguen gastando el dinero público a manos llenas en medio de fallas, equivocaciones y actos de corrupción tan escandalosos como el de Oceanografía, entre tantos. Todos estos problemas acumulados no han encontrado sanción ni solución. Los partidos se culpan unos a otros, se aprovechan electoralmente de los errores del contrario antes que corregir los suyos. No vemos soluciones de conjunto. No vemos la creación de un sistema completo para rendir cuentas o usar mejor el dinero público o responder a las necesidades de una ciudadanía crecientemente agraviada.

Pero más grave aún es que en este periodo del deterioro democrático la inseguridad se ha implantado como una rutina común. Muertos, heridos, torturados, desa­parecidos, fosas con cadáveres que no conocemos. La macabra puntualidad de la muerte en el Estado de México y en Michoacán y en Tamaulipas y en Guerrero. Mientras tanto, el Estado muestra tanto su poder de fuego como su impotencia frente al crimen que ayudó históricamente a cobijar. Muestra que la corrupción de sus ramas más indispensables –las policías, las Cortes, los Ministerios Públicos– se ha vuelto cosa de todos los días. Queda claro hoy que el desafío principal ya no es sólo salvar a la democracia, sino salvar al Estado; rescatar la capacidad de garantizar la seguridad mínima que México necesita para sobrevivir.


¿Y nosotros qué? ¿Cuál ha sido el papel de los ciudadanos frente a esta descomposición? Como argumenta Merino, ha habido reacciones sociales sin que logremos plantear una ruta alternativa eficaz a la trazada malamente por los partidos. No hemos logrado diseñar una agenda capaz de sacudir a la clase política. Hay una larga lista de heroísmos locales e individuales; de aquellos que han alzado la voz en distintos momentos frente a los abusos de Humberto Moreira y Ángel Aguirre y Eruviel Ávila. Ha habido marchas multitudinarias en distintas latitudes del país que expresan la indignación, el hartazgo, el miedo. Ha habido investigaciones valientes –como las de Mexicanos Primero, México Evalúa, el Instituo Mexicano Para la Competitividad y el CIDE– que generan métodos y conocimientos cada vez más finos para evaluar la disfuncionalidad de la democracia y el deterioro de las instituciones. Ha habido un amplio movimiento a favor de las víctimas y la dignidad y la paz. Ha habido un cúmulo de estudiantes que exigen más de lo que el gobierno les ofrece y no están dispuestos a conformarse. Pero nada ha sido suficiente.

La ruta del deterioro prosigue. Porque ninguno de los que poseen poder quieren abandoner el guión que les permite ejercerlo con impunidad. Porque los actores fundamentales siguen siendo los mismos. Porque el voto para el PRI fue un voto a favor del pasado, pues no es creíble pensar que la sociedad siga creyendo en el futuro que no tuvimos ni tendremos con el PRI en Los Pinos.

Y lo único que queda es seguir exigiendo, seguir la ruta de lo insuficiente para que se vuelva suficiente. Aprovechar las nuevas tecnologías de la información. Demandar libertad, conciencia, respeto. Declarar que estamos hartos de la violencia sin fin, de la falta de respeto a nuestra inteligencia por parte de instituciones como la PGR, de la manipulación mediatica, del control obstinado y corrupto de los partidos políticos, del cinismo de los que creen que pueden engañar a cualquiera, de la falta de horizontes creíbles, del predominio de explicaciones sobre Iguala que no van a ningún lado. Nos queda entonces pasar a la vida activa en todos los planos, en todos los espacios. Recuperar el espacio público que nos ha sido robado. Aprender a ser ciudadanos de veras. Defender la agenda democrática por encima de todo y de todos. Tiene razón Mauricio Merino: Ni un paso atrás. Ni un paso atrás en la construcción del futuro que queremos tener.

Fuente: http://hemeroteca.proceso.com.mx/?page_id=278958&a51dc26366d99bb5fa29cea4747565fec=386457

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