A una semana del arribo del papa Francisco hay nerviosismo en México. En las seis visitas papales anteriores, el saldo fue muy favorable a la jerarquía católica del país. También las autoridades políticas consiguieron convertir estas visitas en un espaldarazo al país y aprovechar la movilización masiva y el sentimiento de orgullo y unificación como una forma de reivindicación de los valores patrios y, por ende, de las instituciones que los representan, es decir, los gobernantes. Por su parte, la televisión comercial, además de transformarlas en un festín económico gracias a la parafernalia mercadológica religiosa, aprovecha las visitas para darse un baño de pueblo y para entronizar los lugares comunes sobre los valores tradicionales del noble pueblo mexicano: el fervor, la devoción, la humildad. Ciertamente, en un país en el que el 84% de la población se dice católica, la visita del Santo Padre termina convirtiéndose en un acontecimiento de masas, pero también en un fenómeno político y económico.
Pero muchos se preguntan si esta visita será como las anteriores. Para sorpresa de muchos, Jorge Mario Bergoglio ha sacudido algunos intereses creados dentro del clero y sus reformas cuestionan normas anquilosadas de la Iglesia. Sus pronunciamientos han generado resistencias dentro de la propia jerarquía del Vaticano y nerviosismo, por decir lo menos, en la jerarquía conservadora latinoamericana, que ve con preocupación sus opiniones.