Sólo porque la circunstancia empaña las fechas patrias, no sobra iniciar este texto expresando tres sentimientos.
-Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.
-Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados...
-Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian...
Al final del día, lo que se tiene es una miscelánea fiscal que golpea a los contribuyentes cautivos, que no fomenta la formalidad, que tampoco alienta la productividad
En el libro México, la gran esperanza, Enrique Peña Nieto, entonces precandidato a la Presidencia de la República, planteó cinco elementos para una reforma fiscal integral:
1) Ampliar la base tributaria; 2) Reducir al máximo las exenciones y los privilegios fiscales; 3) Simplificar el sistema fiscal; 4) Ejercer un gasto público eficaz y transparente; 5) Redefinir las obligaciones tributarias entre los órdenes de gobierno.
Sin embargo, la reforma fiscal presentada por el gobierno de la República el domingo pasado se queda corta en cada uno de esos apartados.