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Juan María Alponte |
Sí es verdad, de acuerdo con la filosofía, que la realidad inmediata del pensamiento es el lenguaje, ese lenguaje –incluida la calle turbulenta- no aparece, en modo alguno o con niveles ideológicos mínimos, en nuestra izquierda.
Su lenguaje es mínimamente de izquierda porque no hay que confundir la reclamación airada de la pequeña burguesía con un pensamiento de izquierda que aterriza, en el mundo real de cada día, no con una petición fáustica (vamos a cambiarlo todo) sino con un contenido, ideológico, preciso y claro. Nada de eso está en la calle. Es una izquierda súper-moralizante que olvida que, por esa vía, se discurre hacia la teología…y ya tenemos demasiados obispos.
El desarrollo –que es una aspiración colectiva de la izquierda- no es, como se plantea, el crecimiento de las variables estadísticas del PIB. México ha crecido poco, cierto, pero ha crecido sin alterarse el dominio oligárquico y la concentración progresiva del ingreso.
Por ello es indispensable asumir un cierto nivel de ideas rigurosas. En principio el desarrollo no es, mecánicamente, el crecimiento de las variables estadísticas. En síntesis, el desarrollo –esa aspiración real, concreta- es el tránsito de un nivel a otro más alto de la acción histórica de un pueblo. Una manifestación de cacerolas no tiene nada que ver con esa interpretación histórica del desarrollo. Realmente, las grandes mayorías mexicanas viven al margen del desarrollo y tres millones de sus hijos menores, estadísticamente, trabajan –a veces en espacios inadmisibles- para “ayudar a su familia” y, a sí mismos. En ocasiones para comer.
El trabajo, para una izquierda que asuma el contenido filosófico y ético, de esa definición –el trabajo- es la fuente de toda la riqueza. Ese trabajo se vincula, a la vez, con la Naturaleza y la Empresa y el trabajo crea al hombre mismo. Esa idea es, aún, una nebulosa incomprensible para nuestra clase trabajadora que vive a 14 kilómetros promedio de su trabajo y que, entre la ida y la vuelta, consume, cotidianamente, entre 4 y 6 horas. Esto es, un trabajador perdido.
Difícilmente con hombres desarticulados, puede asumirse la dialéctica marxiana de que el trabajo crea al hombre mismo. Entre nosotros lo descrea; lo destruye. Prueba de ello es que se le utiliza para protestar; no para asumir un cambio histórico, esto es, para transitar de un nivel a otro más alto y complejo de la participación en el sistema socioeconómico y jurídico-político.
El trabajador mexicano está atribulado, primero, por las distancias físicas entre su casa y el trabajo y, a la vez, por la incomprensión de la tarea que realiza y que no le libera como persona. El Sector Informal es el sector que más crece en el país. Son 13 millones de trabajadores viviendo en su alambre.
No ha existido una educación significativa que, comunicativamente, le señale su papel en el aparato productivo y el inmenso espacio de enajenación que controla sus días en los autobuses. Una marcha con banderas puede ser un desahogo, pero no una lectura de clase. Su lengua es lamentable; no poseedora de una conciencia madurada en las luchas sociales. Su lucha es la supervivencia, el mecanismo más elemental y menos propicio para una conciencia elaborada en una experiencia integradora.
En suma, esa experiencia laboral es aislada. El lazo y la mediación educacional, derivada de los modelos sindicales, es casi desconocida. Todas las grandes manifestaciones obreras de protesta en Europa se realizan con sus dirigentes sindicales a la cabeza que imponen, además, disciplina. Saben que el problema no es luchar contra la policía o linchar al dirigente del Instituto Federal Electoral. Sus consignas deben asumir categorías, conceptos. El éxito es llenar las calles sin un solo linchamiento y atendiendo otras prioridades, esto es, acuerdos y compromisos parlamentarios indispensables. Lo contrario es el apapacho. La izquierda no es un mitin –aunque vaya a ellos- sino un proyecto explícito que supera la coyuntura. Las masas obreras del mundo industrial poseen su propio lenguaje. Ello revela madurez. No siguen imágenes de políticos ocasionales que les hacen bailar con esquemas que sirven a los de arriba; no a los de abajo. En suma, la izquierda es un compromiso en serio y en muchas de las manifestaciones multitudinarias apenas aparece la clase obrera con su salario lamentable y, más ahora, que la mujer se ha incorporado a la población activa, gana aún menos y, en gran número de casos –sin que ello alerte a los obreros para la protesta real y no al servicio de los políticos –no poseen ninguna de las garantías sociales o sanitarias-. Se trata de un gran despojo, violento, que, ni de lejos, alerta a nuestros trabajadores.
A su vez, como efecto y defecto de su desarrollo marginal la clase obrera mexicana está inmensamente disociada de los movimientos internacionales y de su evolución. Es una clase atrapada en un nacionalismo xenófobo que paraliza una visión universal de los problemas de los trabajadores en su conjunto. Pongo un ejemplo que ya he citado. Cuando se descubrió que la empresa transnacional Wal Mart hacía crecer sus ingresos con los sobornos, la prensa hizo una “escandalera”. Ni uno solo de los medios de comunicación tradujo lo que, al día siguiente, admitió el New York Times: que era cierto que la empresa gastaba millones de dólares en sobornos. Pero el New York Times dijo que se repartían, fundamentalmente, entre funcionarios públicos.
Esa inmensa ocultación dialéctica empobrece la toma de conciencia que, finalmente, se dispara al linchamiento de los funcionarios del IFE sin advertir que se les toma el pelo, es decir, que la instrumentalización se proyecta a lo inmediato. Lo prueban los eslóganes. Ni uno solo superó lo estrictamente momentáneo para ascender al terreno de las categorías. Por ejemplo, asumir algo evidente: que el próximo gobierno carece de mayoría parlamentaria y que, por tanto, es más importante que ninguna otra cosa establecer las prioridades del consenso como ejercicio de renovación del país, en conjunto. El tiempo histórico apremia.
El narcotráfico es una enorme empresa (el consumo anual en Estados Unidos es de 200,000 millones de dólares) que, en la sociedad desarticulada de México –donde los sindicatos son corporaciones casi empresariales- crea, sin duda, empleos. Un Informe del Yale Center, firmado por Zedillo, señala que el narcotráfico ha generado una cadena real de empleos ilegales –acrecentada por la extorsión a empresas y el soborno- que conforman una estructura real. El Informe dice, por ejemplo, “que es dinero fácil y que, además, suscita prestigio social”. Palabras exactas del Informe.
Si, a su vez, se examina el lenguaje político dirigido a la sociedad y, sobremanera, a la clase obrera femenina –al hablar de la mujer se sigue hablando en términos de “hogar” y “sacrificio”- asombra que no se haya hablado del voto de la mujer, pero no de la mujer explotada que se acercará, en el próximo lustro, al 40% de la fuerza del trabajo. Su tragedia laboral, respecto a su inseguridad, revela en qué medida la izquierda está por hacerse –en un momento, cierto, promisorio- pero sin que exista un lenguaje esclarecedor, en la vía democrática –no hay otra- hacia la transformación de la correlación de fuerzas, pero con un diálogo indispensable para establecer las prioridades sin linchamientos. En suma, es preciso prepararse para un diálogo nuevo en el Congreso donde se ventilará el futuro. Eso es lo que hay que tener en cuenta. La negociación es ya el porvenir.
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