viernes, 6 de abril de 2012

Viernes musical.


Vicente Fernández Gómez nació el 17 de febrero de 1940 en el pueblo de Huentitán El Alto, Jalisco, México; es hijo del ranchero Ramón Fernández y la ama de casa Paula Gómez de Fernández.
A los 14 años, entró a un concurso amateur en Guadalajara, en el que ganó el primer lugar.
En el año 1954, empezó a cantar localmente en restaurantes y bodas, para grupos de familiares y amigos.
En 1960 llegó a la Ciudad de México y el primer lugar que visitó fue la Plaza Garibaldi, donde preguntaba por restaurantes en donde le fuera posible cantar a cambio de propinas. Alguien le señaló el local tradicional de El Amanecer Tapatío.
Y visita el Diario de Antonio Moreno en  http://www.democraciaenmxicoya.blogspot.com.es/

La encuesta y la apuesta de hoy.




Fuentes: http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/ba3affde584f0c18a954d6a77766851a

http://www.intrade.com/v4/markets/?eventId=91382

Contrasta la noticia.

Contrasta la misma nota y saca tu conclusión.  ¿Quesadilla azul de tinga a Josefina?  ¿La corrieron? ¿Se fue?

En Reforma





En Milenio:




En El Universal



Natalia Mendoza Rockwell - Quiero que usted me fusile


INTERESANTE ARTÍCULO QUE TRATA A LOS LEVANTONES DEL NARCO DESDE EL PUNTO DE VISTA ANTROPOLÓGICO.


El derecho a sepultar, primer artículo de la trilogía (nexos, marzo, 2012), cuenta la historia de distintas desapariciones y la forma en que el duelo inconcluso de los familiares se volvió una forma de acción política para exigir lo que cualquier ciudadano: investigación de los casos.

En medio de la supuesta “cultura de la ilegalidad”, a cuya acción invisible suele atribuirse la crisis actual, lo que piden a gritos los familiares de víctimas y desaparecidos es imperio de la ley, investigación legal y concluyente de sus casos.

La entrega que ofrecemos en este número es a la vez crónica y análisis de una de las formas más comunes de matar: los levantones. Estudia el efecto de esta modalidad de asesinato en las relaciones comunitarias tomando el caso de un pueblo fronterizo sonorense.

El tercer artículo, Crónica de una cartelización, que
 nexos publicará en su edición de junio, es la historia del desplazamiento de los narcotraficantes locales, por organizaciones regionales —cárteles , sicarios , policías estatales— que establecen una ambigua relación de “protección” y exacción con los municipios pequeños.

El viaje de Natalia Mendoza que narran estas crónicas tiene, como muchos otros, algo de retorno. Iba en busca de las mismas personas que en 2005 le habían contado sus vidas, dando pie a un libro extraordinario: Conversaciones en el desierto, del que 
nexos publicó una versión sumaria de la misma autora: Altar: El desierto tomado (abril, 2009)

La violencia tiene, sin duda un aspecto instrumental, puede verse como un medio disponible para que algunos alcancen ciertos fines. Pero casi por definición, aquello que la violencia produce excede cualquier cálculo. La manera de matar, el trato que se da a los cuerpos y sobre todo la forma de interpretar los hechos violentos nos dicen cosas y tienen consecuencias. Se reconocía legendariamente a la mafia siciliana por el tiro de lupara, una escopeta con el cañón recortado que se usaba en la cacería de lobos: una reminiscencia del mundo rural. En Medellín te encontrabas de frente con una pareja montada en una motocicleta que te disparaba sin detenerse: una muerte pública, urbana, joven, un desafío a la puntería. El holocausto nazi mató a seis millones de personas de manera relativamente invisible: fuera de Alemania, aislados y en cámaras de gas. En el genocidio de Rwanda murieron medio millón; la mayoría en su propia casa o pueblo, a la luz del día y asesinada por vecinos con machetes. No sólo es una cuestión de tecnología: las implicaciones para la memoria, para la atribución de responsabilidades, para el sentido de nación y para la reconciliación son completamente distintas.

La mayor parte de las muertes de narcotraficantes en México sucede en dos formas: enfrentamientos y levantones. En principio, los primeros son más bien accidentales, son el resultado de una mala “política exterior” de los diversos grupos (incluyendo al Ejército y las policías) o una forma de establecer fronteras. Me interesan los segundos, que se dirigen hacia los socios y subordinados de un mismo grupo y que se utilizan cada vez más como mecanismo rutinario de disciplina y castigo. El verbo “levantar”, con el sentido de raptar y dar muerte, entró al léxico de los medios nacionales mexicanos hace relativamente poco, unos cinco años. En los pueblos del norte de México empezó a sonar hace quizá 20 años, no muchos más.

Se llaman levantones porque implica siempre subir a la víctima a un automóvil y llevárselo fuera, lejos de su pueblo o lugar de residencia. Antes se acostumbraban las trampas: un día llegan por ti para decirte que el patrón quiere hablar contigo o incluso para invitarte a una fiesta y ya nunca regresas. Ahora es más común escuchar que los suban al automóvil a la fuerza. El cuerpo puede o no aparecer. Generalmente un levantón implica dos delitos: homicidio y desaparición forzada. Obliga a buscar a la víctima durante meses, antes de poder encontrarla. Si el cuerpo aparece, estará tirado en algún rancho, en alguna carretera, medio enterrado, medio escondido: siempre fuera del pueblo, “en el paisaje”, diría el fotógrafo Fernando Brito. Todo esto tiene su importancia para la relación que se establece entre la vida comunitaria y el tráfico de drogas.

Arcanos
Visto desde la perspectiva de un pueblo fronterizo que llamaremos Santa Gertrudis, un levantón es un infortunio que viene de fuera. Es decir, es una decisión que en principio rebasa los límites de la comunidad: lo deciden patrones que viven en otra parte; la gente del pueblo y los familiares de la víctima no alcanzan a armar el cuadro entero. El diciembre pasado en Santa Gertrudis me relataron de la siguiente manera la muerte de un hombre conocido de todos y querido por muchos:

A Rafael lo levantaron una mañana muy temprano en los corrales donde se la pasaba. Llegó una camioneta, los encapuchados eran gente de lejos porque no lo conocían y tuvieron que preguntar: ¿Quién de ustedes es Rafael? Más tarde llegó alguien a buscarlo y se encontró a su ayudante atado adentro de una galera. Ahí empezó la búsqueda: siguieron las huellas del vehículo, recorrieron todas las brechas, todos los ranchos. Lo buscaron en moto, en avión, a caballo. Lo buscó todo el pueblo: amigos, parientes, trabajadores, curiosos. Se dice que al final alguien intercedió para que se entregara el cuerpo, o que los mismos jefes al ver tanto movimiento en el pueblo decidieron entregarlo para que se calmaran un poco las cosas. El caso es que llegó una llamada de la policía municipal de Nogales dando el paradero del cuerpo. Después de tanto buscar, encontrarlo fue un consuelo.

No me interesa tanto la exactitud o veracidad de este relato, como la estructura social y los hábitos interpretativos que refleja. Es un buen ejemplo de una sensación que percibí en muchas otras conversaciones: la de estar siendo vistos y juzgados por algo o alguien que se ubica fuera de las relaciones locales. Desde esta mirada, tanto la muerte como el cuerpo caen de otro lado. Hay alguien que define cuándo y cómo hemos de morir y otorga también el derecho a la sepultura. Por su parte, a la gente del pueblo le corresponde solidarizarse con la familia de la víctima, compartir el dolor por la pérdida, colaborar en la búsqueda, etcétera. Esta separación entre una escala comunitaria que padece el infortunio, y la escala regional o nacional que lo infringe —entre un “adentro” y un “afuera”—, es un mecanismo que garantiza cierto grado de paz local.

La modalidad del levantón como forma predilecta de infligir castigos deja indefinidas una serie de cosas y por lo tanto permite varias interpretaciones. Nadie explica las causas de la muerte, nadie las tiene claras, todo el mundo tiene hipótesis. El momento de la muerte se oculta, nadie escucha las últimas palabras ni puede elogiar la actitud de la víctima en el segundo antes de morir. Nada más opuesto al ideal del duelo de honor entre dos hombres. Ni siquiera se ratifica la muerte, a veces no se encuentra el cuerpo: pudo no haber existido la persona. La súplica de Benjamín Argumedo, en uno de los corridos revolucionarios más melancólicos, resume todo el desamparo de una muerte anónima. Ya cuando lo llevaban preso, le pide al general:
Oiga usted, mi general
Oiga usted, mi general
Yo también fui hombre valiente
Quiero que usted me fusile
Quiero que usted me fusile
En público de la gente

No sólo es una cuestión de honor, sino de contundencia, de claridad, de reiteración de un orden simbólico. Regreso a mi argumento. Un levantón acepta muchas interpretaciones. Pero es posible notar que predomina la tendencia a entenderlo como un castigo venido de una instancia superior por un error cometido por la víctima. Con todo lo que pueda tener de injusta, es interesante notar que de todas las lecturas posibles, ésta es la que mejor garantiza la paz local. Cuando la muerte viene como la decisión inapelable de “una instancia superior” se vuelve remota la posibilidad de que se organice una venganza y la confianza relativa entre los miembros de una comunidad se mantiene. Sin embargo, en los últimos años, a medida que aumentan los casos de desaparición y homicidio, aumentan también los rumores de participación de gente del pueblo en los levantones. Poco a poco se va formando una nata de sospecha y desconfianza entre los vecinos que amenaza con generar más violencia.

Retomo algunos ejemplos recientes. A finales de enero de 2012 unos pistoleros encapuchados levantaron a tres o cuatro sinaloenses residentes de Santa Gertrudis y se dirigieron después a la casa de un joven del pueblo que alcanzó a escaparse antes de que llegaran. Los encapuchados rodearon la cuadra, en la que hay también una carnicería. Un doctor conocido de todos salía de la carnicería y uno de los encapuchados le dijo: “Usted hágase a un lado, doctor, con usted no es la cosa”. Como sólo residentes de Santa Gertrudis o alrededores podrían haberlo reconocido como “el doctor”, el suceso confirma la sospecha de que los encapuchados eran personas del pueblo.
Otro ejemplo. Desde hace unos cinco años han proliferado los “puntos”: jóvenes provistos de un radio pagados por alguno de los diversos grupos de narcotraficantes operando en el pueblo para vigilar todos los movimientos de vehículos desde un lugar estratégico. Se dice que ningún automóvil desconocido entra o sale del pueblo sin que el “punto” lo reporte. Eso significa que cuando entran las camionetas que vienen a levantar a alguien, los puntos tienen que haberla visto y haber recibido la orden de dejarla pasar. Por consiguiente, para muchos, incluyendo a los puntos y otros miembros de las organizaciones criminales, un levantón es un secreto a voces que los pone en la complicada situación elegir entre dos lealtades: una hacia la comunidad o familia y otra hacia una organización criminal regional.

Se produce una especie de desdoblamiento de la comunidad, un espacio público alterno se va configurando. Un espacio masculino, nocturno, ilegal, violento que se sitúa en las periferias del pueblo, en los ranchos, y en el que los miembros se encuentran bajo otra luz. Indicios de aquel mundo llegan de vez en cuando al público comunitario familiar y religioso en el que uno sigue saludando a sus vecinos y parientes como si nada. Algo así como el guiño de complicidad que podrían intercambiar dos personas que estuvieron en una fiesta donde pasaron cosas de las que no se puede hablar. Poco a poco el mundo de lo visible también se va intoxicando, cada quien sospecha que los demás tienen información o injerencia en los casos de violencia. Las acusaciones cobran la forma de rumores y circulan rápidamente de un lado a otro del pueblo. El espacio público comunitario empieza a sentirse como una especie de teatro de sombras que oculta una realidad de secretos y traiciones.
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Para los que estamos excluidos de ese otro espacio, cualquier cosa que nos cuenten puede ser verdadera o falsa. La característica de las hipótesis conspiratorias es precisamente que no hay evidencia que las pueda desmantelar, pues la falta de indicios sólo confirma la habilidad de los conspiradores para ocultar la verdad. Un día escuchas a modo de confesión que el que fue tu compañero de banca en la escuela, que te saluda afectuosamente y es padre de familia, se pone un pasamontañas en las noches y tortura gente en algún rancho. Uno podría creerlo o no, no tiene manera de corroborarlo, pero la acusación ya surtió efecto: no se vuelve a ver a la persona de la misma manera después de “saberlo”. Esta sensación se resume de la manera más clara en el sentido que dio Freud a la experiencia de lo siniestro. Ver un camión enfilado contra ti a toda velocidad puede ser aterrador, pero no siniestro. Lo siniestro ocurre cuando algo que nos resultaba conocido, familiar, cercano, adquiere un tono súbitamente hostil y extraño. Siniestro es el pensamiento de que la nana que te cuidó desde pequeño se convierte en bruja por las noches.

Este tipo de fenómeno encuentra resonancias en el compendio de casos que la investigación antropológica ha ido constituyendo. Casos que van desde las acusaciones de brujería a las purgas de los regímenes totalitarios. Tienen en común ese desdoblamiento de la vida local entre un mundo visible y otro invisible, la imposibilidad de producir evidencia que frene la cadena de acusaciones y sospechas, el deterioro del poder de la palabra para establecer la verdad o producir significado. También tienen en común el generar formas de violencia infértil, por llamarla de algún modo. Violencia que no funda un orden, que no establece un centro, sino que desmantela todo lo que existe en la repetición de un gesto vano que busca infructuosamente ser contundente.

Antígonas
En Antígona, la tragedia griega, dos hermanos, Etéocles y Polinice, se matan en una guerra de sucesión al trono de Tebas. Su tío Creonte sube al trono y ordena que el cuerpo de Polinice, acusado de traición, se pudra en las afueras de la ciudad para que sirva de alimento a los buitres. En cambio, pide que el de Etéocles se sepulte con honores.
Antígona, hermana de ambos muertos, desobedece el mandato real y se desliza durante la noche para efectuar los ritos funerarios sobre el cuerpo de su hermano Polinice.
Cuando los soldados la aprehenden y la llevan frente al rey, Antígona se defiende apelando a una ley previa a la fundación del Estado. Una ley familiar que desconoce la diferencia entre leales y traidores y que impone la obligación de sepultar y llorar a los muertos.

Las víctimas de los levantones son acusadas y excluidas de dos sistemas paralelos. Por un lado, las buenas conciencias y las autoridades dirán que se lo buscó por narco; por el otro, los narcos dirán que se lo buscó por transa. En el pueblo todo mundo tiene una versión de por qué “se llevaron” a alguien; hay una gama reducida de explicaciones que se repiten: se robó la mota del patrón, trató de “saltarse a alguien”, se metió en una ruta sin permiso, estaba trabajando para varios patrones al mismo tiempo o, cuando ninguna de las anteriores funciona, fue cuestión de mujeres. Se insiste siempre en que hubo alguna razón, nada es de a gratis: “Y es que para andar en lo chueco hay que ser muy derecho, porque la mafia no perdona”. Así se valida localmente el sistema de justicia de los grupos dedicados al tráfico de drogas como uno que no falla.

El signo más patente de la exclusión de los levantados tanto del orden mafioso como del legalista, por darles algún nombre, es la manera en que se desechan los cadáveres, arrancados a la humanidad y restituidos a la naturaleza. Como Antígona con Polinice, la tarea de las hermanas y viudas consiste en recuperar los cuerpos, y reclamarlos para un tercer orden: la familia, la comunidad. Buscar, rezar, llorar, enterrar. Al hacerlo, no sólo se le restituye un lugar al cuerpo entre los humanos, sino que se reitera la fundación del orden comunitario. A fin de cuentas, es común escuchar en el campo que cada quien pertenece al lugar donde están sus muertos. Enterrar a alguien es también atarse un poco a la tierra. A Rafael, por ejemplo, lo enterraron en sus establos, la puerta está siempre abierta para que el que necesite ir a hablar con “un amigo” lo encuentre. Es más, en el desfile del 20 de noviembre hubo un carro alegórico en su honor. Ante la acusación implícita en el levantón, un video conmemorativo lo celebra como: “Un gran padre y jinete”.
Para encontrar los cuerpos, hay quienes eligen la vía legal y se aferran a la esperanza de que las autoridades investiguen. Hay también quienes prefieren apelar directamente a las jerarquías del narcotráfico. Eso requiere de otros mecanismos, de otros argumentos como ilustra el relato de esta viuda:

Ese fin de semana había unas carreras de caballos. Yo estaba en Tucson. Me habla mi esposo para decirme que se habían cancelado las carreras por la lluvia, pero que tenía que ir a hablar con Nacho Páez que le había mandado hablar. Luego me habló cuando ya había salido de ahí para decirme que sólo iba a despedirse de su mamá y se venía para Tucson. Después de un par de horas me habla su papá para decirme que lo habían levantado. Me fui volada de Tucson a Santa Gertrudis, nunca había hecho tan poquito de camino. Yo sola. Y empezamos a buscarlo por todas partes. Los policías municipales sabían lo que había pasado antes de que nadie les avisara. Me comuniqué con Nacho Páez directamente y lo fui a ver a un rancho. Le dije: “Mira, a mí no me interesa lo que haya pasado. Si tienes a Ramón, entrégamelo por favor, te doy todo lo que tengo, te doy las casas, las caballerizas, todo. Dámelo como lo tengas, sin problemas y sin cuestiones. Sólo quiero a Ramón”. Me dijo que él no lo tenía, que sí le había mandado hablar, pero que habían quedado bien. Me ofreció ayuda para buscarlo. Hablé también con Giovanni Páez, a un lado del expendio, también me dijo que él no sabía nada. Traté de hablar con el Gilo también pero no me quiso dar la cara. Me metí a pie a su rancho a buscarlo: yo y mi mamá nomás. Anduve buscando el cuerpo en avioneta y hasta fui a dar con un brujo de Monterrey que supuestamente es muy bueno. Durante tres meses no paré de buscarlo. Ya cuando me había dado por vencida, me hablaron para decirme que unos perros o coyotes habían descubierto una parte del cuerpo en un rancho. Ya no tenía la billetera, la camisa tenía tres tiros, el cuerpo un golpe en la cabeza. Ya eran los puros huesos, pero le sacamos el ADN. Dijeron que habían pasado 10 días entre que se lo llevaron y lo mataron. Cuando lo enterramos le mandé decir a todos ellos que gracias a Dios lo había encontrado y que él no se iba a quedar tirado como los perros, que ya algunos de los involucrados en su muerte habían quedado así, y que todo se paga en esta vida.

La intervención femenina interrumpe la lógica de teatro de sombras que el levantón promueve. Si los nombres de narcos como Nacho y Giovanni Páez y el Gilo aparecen en el espacio comunitario casi como conjuros, como la cristalización de una instancia superior que nadie ha visto, la respuesta de la viuda es ir a verlos a la cara, desenmascararlos. Hace lo que Dorothy con el mago de Oz. No subscribe su lógica, es inmune al encantamiento, no le importan sus “problemas ni cuestiones”. Como Antígona, desmantela todas las normas y razones para salvaguardar una sola: la obligación de enterrar a los muertos de uno. Es importante el “de uno” porque indica parentesco, pertenencia, arraigo. Ella sabe que la agresión fundamental de un levantón no es el homicidio sino la abducción, la escisión de todo vínculo de la víctima con lo humano. Por eso le manda decir a los jefes que ella ganó, que sepultar el cuerpo es su victoria.

Hay una dimensión demográfica de la violencia que no se ha analizado con detalle. Urge, por ejemplo, el dato de qué porcentaje de los muertos encontrados en un municipio son originarios del mismo y cómo varía esta tasa en diferentes regiones de la República. Importa porque es una medida de la profesionalización de la violencia. En lugar de hombres que combinan varias actividades con el narcotráfico, que viven en su pueblo y por lo tanto se someten hasta cierto punto a sus controles comunitarios, vemos grupos constituidos por profesionales que circulan en un amplio territorio y que precisamente están escindidos de la vida local y que mueren lejos de su casa. Es un dato que también ayudaría a analizar con más detalle la hipótesis de que mucho de la violencia, por lo menos tal y como se le ve desde Santa Gertrudis, deriva de una lucha entre instancias, regionales y nacionales —desde la policía municipal hasta el Cártel de Sinaloa— por el control de ciertos recursos locales. Finalmente, ese dato podría permitirnos empezar a ver hasta qué punto la violencia relacionada en principio con el tráfico de drogas se monta o produce otro tipos de conflictos locales.

Algo de lo que más desconcierta en la violencia reciente en México es el desarraigo, el destierro de los cuerpos. Para que un cadáver pueda permanecer más de una hora colgado en un puente peatonal hace falta que esté muy lejos de su casa, de sus Antígonas. Que aparezcan 40 cuerpos tirados en una carretera después de un enfrentamiento y lo único que la gente de los alrededores pueda comentar es que “parecen gente del sur”, muestra que no es posible entender los engranajes de la violencia sin tomar en cuenta la migración en el territorio nacional y la desarticulación del mundo rural que conocimos. 

Leído en 

Brozo - !Cuando la de malas llega, la de buenas no dilata!

Brozo, el payaso tenebroso.

¡Chamacos insensibles, jijos de mi última aflicción! Yo creo que en buena onda, sin ningún afán de amargarles las vacaciones, salió a balcón Alberto Espinosa Desigaud, el mero presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana, mejor conocida como Coparmex, para decirnos que la inseguridad y el crimen organizado han alcanzado niveles bien chonchos, como nunca se había visto antes y que de plano le están poniendo los malosos la pata encima al Estado mexicano, porque: “el crimen organizado está deteriorando la competitividad de las entidades federativas, desalentando la inversión nacional y extranjera, causando el cierre de empresas formales, pues en 2011 más de 160 mil empresas dejaron de operar en todo el país”.

Y que como consecuencia de la misma bronca: “ocho de cada 10 mexicanos consideran que la seguridad hoy es peor a la que se vivía hace un año y tres de cada 10 han sido víctimas de un delito en los últimos tres meses. No sólo se está alterando la vida de los mexicanos; la economía también está siendo afectada por esta situación”. Y soltó la sopa numérica que está de pena: dijo que en las tierras norteñas aumentaron gacho las primas... pero no a las que te arrimas, sino las de los seguros que subieron un 30%; que México vio volar 800 melones de dolarucos en los últimos cinco años, porque hubo 24 millones de viajeros fronterizos que mejor se zafaron y ya no se hospedaron en Mexicalpan y que: “hay frustración y decepción en todos los sectores de la sociedad, por la impunidad que predomina en el país y la falta de responsabilidad de las autoridades. El Estado no está cumpliendo con su principal obligación: garantizar la seguridad y la integridad física y patrimonial de todos los ciudadanos. Los esfuerzos realizados hasta ahora han sido insuficientes”.

Aunado a esta mala onda, acuérdensen que, en febrero, el Coneval les había 18 que la población en situación de pobreza se incrementó 3.2 millones entre 2008 y 2010, por lo que pasó de 48.8 a 52 millones de jodidos, y que: “La falta de crecimiento económico en el largo plazo ha influido también en el desempeño de salarios, empleos e ingresos. La reducción del poder adquisitivo del ingreso tiene repercusiones importantes sobre el desarrollo social de la población, especialmente sobre la pobreza”. Pero si ya están a punto de tirarse al mar a ver si se los come un tiburón, no se precipiten, que está saliendo la luz, nos está iluminando el cielo a través del profeta de Nueva Alianza, Gabriel Quadri, que dijo que son puras papas fritas lo que dice el Coneval, que la neta del planeta es que: “Sólo el 10% de los 50 millones de pobres vive en pobreza extrema, el resto es clasemediera con ciertas vulnerabilidades”.

Y que no nos estemos cortando las venas con galletas saladas, que: “basta de decir que somos un país pobre, somos un gran país. Yo sí creo que México es de clases medias, es un país clase mediero y los invito a leer el estudio, y lo cito aquí, de Luis de la Calle, donde se demuestra con estadísticas, cómo los mexicanos mayoritariamente somos clasemedieros y basta de que nos sigamos considerando pobres y que México es un país pobre. Yo no creo que sean gente pobre, yo creo que está mal que los mexicanos sigamos pensándonos como gente pobre, esto es clase media baja que está emergiendo, es gente que trabaja, que tiene una casa, televisión, incluso un coche, que va a la escuela, que tiene empleo, aunque sea en la economía informal, es gente pujante, es mentira que los mexicanos que habitan en estas zonas sean gente pobre, es clase media emergente”. Esto lo dijo en las barrancas de lo que se llama “Tierra Nueva Tlachomulco”, en la Delegación Álvaro Obregón, donde los de la perrada aborigen se quejan de que no tiene drenaje, ni luz, ni agua potables y que a ojos vista viven en casas de madera y aluminio y que por piso tienen la pura tierra. Me cai que desde las épocas de Kaliman no escuchaba un mensaje tan positivo y esperanzador.

Cualquiera cosa relacionada con la columna, ahí me encuentran regocijado en la “güev”:

 chilang_brozo@yahoo.com.mx

Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/cuando-la-de-malas-llega-la-de-buenas-no-dilata

Proceso - Arzobispo de Morelia exculpa a Calderón de los 60,000 muertos de su guerra antinarco.

El arzobispo de Morelia, Alberto Suárez Inda

MÉXICO, D.F. (apro).- El arzobispo de Morelia, Alberto Suárez Inda, exoneró al presidente Felipe Calderón de los más de 60 mil muertos que ha cobrado su guerra contra el narcotráfico, pues, a su juicio, el mandatario no es responsable de nada.

 En conferencia de prensa convocada con motivo de la Semana Santa, el prelado pidió no culpar a Calderón Hinojosa de los miles de muertos de su guerra anticrimen.

Aunque el gobierno federal reconoce que más de 53 mil personas han muerto en el combate contra el crimen organizado, autoridades mexicanas reconocieron ante sus similares de Estados Unidos que la cifra asciende a más de 150 mil, según declaró el fiscal general de aquel país, Eric Holder.

Suárez Inda deslindó a Calderón de cualquier responsabilidad. A su juicio, los únicos responsables de estas muertes son los grupos delictivos.

Aunque admitió que no se justifica la muerte de 60 mil personas que ha cobrado la guerra antinarco, dejó en claro que Felipe Calderón no ha matado a ninguna de ellas.

“¿Quiénes son los responsables?, ¿quién los ha matado? No ha sido Felipe Calderón, yo creo que han sido muchas veces, entre ellos mismos –los grupos delictivos– quienes actúan de una manera criminal y quitan la vida”, precisó.

Además de la exoneración, el arzobispo justificó la guerra calderonista con el argumento de que al gobierno federal le corresponde “salvaguardar la integridad de la vida de los ciudadanos”, y en esta guerra “domina el más fuerte”.

Leído en: http://www.proceso.com.mx/?p=303393

Juan José Arreola - El faro.

Juan José Arreola
(1918-2001)
EL FARO.

Lo que hace Genaro es horrible. Se sirve de armas imprevistas. Nuestra situación se vuelve asquerosa.

Ayer, en la mesa, nos contó una historia de cornudo. Era en realidad graciosa, pero como si Amelia y yo pudiéramos reírnos, Genaro la estropeó con sus grandes carcajadas falsas. Decía: "¿Es que hay algo más chistoso?" Y se pasaba la mano por la frente, encogiendo los dedos, como buscándose algo. Volvía a reír: "¿Cómo se sentirá llevar cuernos?" No tomaba en cuenta para nada nuestra confusión. 

Amelia estaba desesperada. Yo tenía ganas de insultar a Genaro, de decirle toda la verdad a gritos, de salirme corriendo y no volver nunca. Pero como siempre, algo me detenía. Amelia tal vez, aniquilada en la situación intolerable.

Hace ya algún tiempo que la actitud de Genaro nos sorprendía. Se iba volviendo cada vez más tonto. Aceptaba explicaciones increíbles, daba lugar y tiempo para nuestras más descabelladas entrevistas. Hizo diez veces la comedia del viaje, pero siempre volvió el día previsto. Nos absteníamos inútilmente en su ausencia. De regreso, traía pequeños regalos y nos estrechaba de modo inmoral, besándonos casi el cuello, teniéndonos excesivamente contra su pecho. Amelia llegó a desfallecer de repugnancia entre semejantes abrazos.

Al principio hacíamos las cosas con temor, creyendo correr un gran riesgo. La impresión de que Genaro iba a descubrirnos en cualquier momento, teñía nuestro amor de miedo y de vergüenza. La cosa era clara y limpia en este sentido. El drama flotaba realmente sobre nosotros, dando dignidad a la culpa. Genaro lo ha echado a perder. Ahora estamos envueltos en algo turbio, denso y pesado. Nos amamos con desgana, hastiados, como esposos. Hemos adquirido poco a poco la costumbre insípida de tolerar a Genaro. Su presencia es insoportable porque no nos estorba; más bien facilita la rutina y provoca el cansancio.

A veces, el mensajero que nos trae las provisiones dice que la supresión de este faro es un hecho. Nos alegramos Amelia y yo, en secreto.

Genaro se aflige visiblemente: "¿A dónde iremos?", nos dice. "¡Somos aquí tan felices!" Suspira. Luego, buscando mis ojos: "Tú vendrás con nosotros, a dondequiera que vayamos". Y se queda mirando el mar con melancolía.

Leído en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/arreola/faro.htm


SIGUE ADELANTE.



Un leñador estaba en el bosque talando árboles para aprovechar su madera, aunque ésta no era de óptima calidad. Entonces vino hacia él un anacoreta y le dijo:

- Buen hombre, sigue adelante.

 Al día siguiente, cuando el sol comenzaba a despejar la bruma matutina, el leñador se disponía para emprender la dura labor de la jornada. Recordó el consejo que el día anterior le había dado el anacoreta y decidió penetrar más en el bosque. Descubrió entonces un macizo de árboles espléndidos de madera de sándalo. Esta madera es la más valiosa de todas, destacando por su especial aroma.

 Transcurrieron algunos días. El leñador volvió a recordar la sugerencia del anacoreta y determinó penetrar aún más en el bosque. Así pudo encontrar una mina de plata. Este fabuloso descubrimiento le hizo muy rico en pocos meses. Pero el que fuera leñador seguía manteniendo muy vivas las palabras del anacoreta: “Sigue adelante”, por lo que un día todavía se introdujo más en el bosque. Fue de este modo como halló ahora una mina de oro y se hizo un hombre excepcionalmente rico.

*El Maestro dice: “Sigue adelante”, hacia tu interior hacia la fuente de tu Sabiduría. ¿Puede haber mayor riqueza que ésta?

Tomado de “Cuentos Clásicos de la India” recopilados por Ramiro Calle.

Leído en: http://es.scribd.com/doc/64467643/101-cuentos-clasicos-de-la-India