Un señor en su lecho de muerte gira lentamente la cabeza hacia la derecha para mirar por última vez los dulces ojos de su esposa. La señora lo toma de la mano y trata de reprimir el llanto. El señor hace el mayor esfuerzo para despedirse de su amada y le dice:
–Mi vida, ¿te acuerdas la primera cita que tuvimos? Aquella en que se te cayó la taza de café y me quemaste la entrepierna...
–Ay, mi amor, claro que me acuerdo. Te portaste como todo un caballero, pues a pesar del dolor, no te quejaste ni una vez en toda la noche.
–¿Y te acuerdas, mi vida, que en nuestra luna de miel en Acapulco quisiste que nos subiéramos a uno de esos veleritos, que terminó volteándose y estuvimos a punto de morir ahogados?
–Jajajajaja, claro que me acuerdo, viejito, si no ha sido por aquel lanchero que te sacó de los pelos, me ando quedando viuda.