La crisis política que tumbó al presidente español Mariano Rajoy y encumbró al dirigente socialista Pedro Sánchez dejó muchas lecciones que debieran ser aprendidas en otras latitudes.
Si bien el origen del proceso constitucional de destitución fue la corrupción de figuras del Partido Popular que afectaron al propio presidente Rajoy y al partido, a lo largo del camino la responsabilidad en grado de culpa fue de Rajoy.
El presidente del gobierno y dirigente máximo del PP le apostó a las contradicciones y fragmentaciones de la oposición, supuso que el radicalismo independentista nunca iba a entenderse con el populismo del PSOE y Podemos concluyó que la sociedad iba a preferir a los populares que a los socialistas aliados a los catalanes y vascos independentista.
El juego de poder de Rajoy creyó que los españoles iban a repudiar al populismo. En las elecciones del 2015 hubo un dato que dibujó las opciones electorales: los españoles votaron --aunque sin darle mayoría absoluta- por el PP “tapándose las narices” para no respirar el hedor de su corrupción.
Si bien el origen del proceso constitucional de destitución fue la corrupción de figuras del Partido Popular que afectaron al propio presidente Rajoy y al partido, a lo largo del camino la responsabilidad en grado de culpa fue de Rajoy.
El presidente del gobierno y dirigente máximo del PP le apostó a las contradicciones y fragmentaciones de la oposición, supuso que el radicalismo independentista nunca iba a entenderse con el populismo del PSOE y Podemos concluyó que la sociedad iba a preferir a los populares que a los socialistas aliados a los catalanes y vascos independentista.
El juego de poder de Rajoy creyó que los españoles iban a repudiar al populismo. En las elecciones del 2015 hubo un dato que dibujó las opciones electorales: los españoles votaron --aunque sin darle mayoría absoluta- por el PP “tapándose las narices” para no respirar el hedor de su corrupción.