¿Quién, en su sano juicio, puede aceptar que la irritante noticia
relativa a la existencia de una mansión multimillonaria en las Lomas de
Chapultepec, propiedad del Presidente de la República y de su esposa,
fue producto de la casualidad cuando faltaban unos días para iniciar su
viaje a China? La mano negra que mandó la información a diferentes
medios y que sólo Carmen Aristegui publicó valientemente, ¿no tenía como
objetivo absolutamente claro envenenar el viaje de Peña Nieto a Asia en
el preciso momento en que, además, la nación protestaba airadamente por
la desaparición de los 43 estudiantes guerrerenses? En el contexto de
un ambiente social y político crispado, ante la manifiesta incapacidad
de las autoridades para dilucidar los acontecimientos de Ayotzinapa y
arrestar tanto a los asesinos intelectuales como los materiales de los
muchachos inmolados, en esa terrible coyuntura en que México es exhibido
en el mundo como una comunidad salvaje integrada por caníbales que
resuelven sus diferencias con las manos como en el Paleolítico tardío,
cuando se discutía si el presidente debería o no ir a China, de repente,
así porque sí, se asesta un golpe de gracia en la nuca presidencial
cuando la opinión pública, ya de por sí incendiada, fue informada a
través de la prensa, de la existencia de una residencia propiedad del
Jefe de la Nación en una de las zonas más caras de la capital del país.
Un escandaloso insulto en un país sin leyes y en donde se encuentran
sepultados 60 millones de mexicanos la pobreza. ¿Casualidad…? ¡Jaaaa!