miércoles, 9 de mayo de 2012

Mar y Elefante

El efecto tranqulizador de un bebé elefante jugando con las olas del mar.


Foro Paralelo - La hermana incómoda de Vázquez Mota

El caso de la hermana incómoda de la candidata a la presidencia, Josefina Vázquez Mota, es una muestra palpable de la corrupción panista que se ha dado en los sexenios gobernados por el partido derechista.

Los hechos:

1.- Con un sueldo de más de 170 mil pesos mensuales, Margarita Silvia Vázquez Mota, trabaja en la PGR como coordinadora general de formación y políticas públicas de la Fevimtra, a pesar de no tener título profesional ni ser abogada, como exige la ley. Informó el diario 24 horas Link http://www.24-horas.mx/hermana-de-josefina-aviador-en-pgr/

2.- La hermana incómoda es diseñadora gráfica, egresada del INBA, y en su currículum señala que de 2000 a 2005 trabajó en la empresa privada como Directora General operando ferreterías; de 2005 a 2008 fue directora del DIF de Cancún. En enero de este año, fue designada coordinadora Link http://www.24-horas.mx/wp-content/uploads/2012/05/documentosok.pdf

Ante la pregunta sobre si su hermana estaba capacitada para el puesto, la candidata presidencial respondió: “tiene la preparación, la trayectoria, ha pasado los polígrafos, tiene los ascensos en el organigrama”.

¿Tú le crees a Josefina?

Yo no.

Y la PGR declaró que la hermana estaba en proceso de titulación, de la carrera de diseño, y que aún así cubre el perfil para el puesto Link http://www.24-horas.mx/margarita-vazquez-mota-esta-en-proceso-de-titulacion-pgr/

Esto en China y en el mundo, se llama nepotismo ó tráfico de influencias ó corrupción...

¿Y así pensará gobernar de llegar a la presidencia, a golpes de nepotismo y/o amiguismo?

Antes de votar, reflexiona por quién vas a hacerlo.

Si lees esto, es por que tu madre no te aborto. Por Andrés González.


Digamos NO al aborto y SÍ a la vida, que cuando se use el aborto sea para salvar una vida y no para “arreglar” lo que dejo un momento de placer.
Ve el video, ten cuidado ya que contiene imágenes muy fuertes, son imágenes de tortura y “Ejecuciones” contra inocentes que no tuvieron la mínima oportunidad para defenderse y que desgraciadamente tampoco contaron con un juicio justo, simplemente decidieron por ellos y decidieron que eran culpables y su sentencia fue la muerte.


Roberta Garza - El escote


La nutrida hoja laboral de la chica es lo de menos. La bronca fue la total ausencia de buen gusto o de sentido común (o de ambas) por parte de los organizadores porque, sin que el caso siente precedente, no es asunto de ponerse cínicos: fue un debate entre candidatos presidenciales, no un encuentro de lucha libre, una presentación de productos aspiracionales ni la apertura del nuevo Bar Bar. Me pregunto yo hasta dónde llegará el nivel de ineptitud (en caso de que haya sido un descuido) o de desfachatez (si el asunto fue meterle fuego a lo que casi todos sabíamos sería un plomazo) necesaria para que los responsables dejaran entrar al foro a semejante bombón asesino. Qué bueno que José Woldenberg no está muerto, porque se revolcaría en su tumba.
El desempeño de los candidatos fue casi el esperado: Vázquez Mota sonó sensata pero poco convincente y sin arrastre; López Obrador siguió con sus cansados e insustanciales lugares comunes y Quadri cortó unas orejas y un rabo que, sin embargo, sólo le servirán para amenizar sus futuras pláticas de salón. La excepción fue Peña Nieto, de quien la mayoría creyó, luego de los conocidos deslices que le ganaron fama de pazguato, que se despeñaría sin remedio ante las salivas invencibles de sus contrincantes. ¿Que si hizo o dijo algo sobresaliente? No. Pero la medianía le bastó para capitalizar el encuentro sobre cualquier otro de los presentes: las expectativas del público en cuanto a su desempeño eran bajísimas, y el simple hecho de haber demostrado que puede hablar y responder como cualquier político promedio es para su campaña oro molido.
A López Obrador le pasó lo contrario: infló como merengue al debate, exigió pasarlo en cadena nacional, se cansó de decir que llegaría pletórico de propuestas y que se mostraría como todo un estadista (Mancera dixit), y sus clictivistas acusaron de antidemocráticos y apátridas a todos aquellos que osaron elegir el futbol sobre los deberes cívicos del elector comprometido y amoroso. Pero Rayito llegó con el discurso reduccionista y barato de siempre, uno que se resquebraja cada vez más por inverosímil e incongruente: Salinas El Innombrable, la mafia mala, el pueblo bueno. ¿Y las propuestas de peso, apá?
La realidad es que el ejercicio, a la larga, va a resultar más o menos irrelevante, excepto para Julia Orayen, a quien sin duda le espera harta chamba y un sitio de honor en los anales de la cultura popular patria.
O, ¿alguien se acuerda de quién era el Presidente cuando salió el anuncio de La Chiquitibum?

Libertad Hernández - Andrés Manuel no tenía derecho. Recomendacion de RamnR

Andrés Manuel Lopez Obrador no tenía derecho de hacer lo que hizo. No tenía derecho a dejar pasar la oportunidad de hablar claro ante la ciudadanía y explicar, más allá de  “los de arriba”, “el grupito” “los que no quieren que las cosas cambien”, más allá de esas frases que son bien aprovechadas por sus adversarios para descalificarlo y anularlo mediáticamente, decir por qué es urgente un cambio de rumbo, un cambio de modelo de desarrollo porque el actual está carcomido por la corrupción, agotado en la putrefacción.  El sólo pronunciar el nombre “Salinas” no explica nada en sí. ¿Qué representa Salinas de Gortari? Dos o tres líneas argumentales sobre los 24 años de neoliberalismo desde las privatizaciones y el TLC y los perjuicios que han traído a la nación, uno de cuyos rostros más evidentes y desgarradores es Ciudad Juárez con la corrupción social, política, la crisis de inseguridad en esa frontera, donde ser defensor de derechos humanos o periodista es actividad de alto riesgo.  Nada. Los de arriba, Televisa, los de arriba, Televisa, el grupo de poder, ¿qué significa eso? Si se iba a dedicar a informar, como sostiene en el post debate, pues al menos hubiera preparado la clase. No estaba ante los círculos de estudio que ha organizado el Movimiento de Regeneración Nacional con su base social. El debate era otra cosa, estaba frente a los incrédulos, indecisos, que esperaban un giño de AMLO, un atisbo de que valía la pena ponerle atención y como el Cristo a su Padre, decirle “en tus manos encomiendo mi espíritu”.  El voto duro ahí está y estará, pero no le alcanza con eso para ganar. Yo estoy decepcionada de su actuación en el debate y sin embargo, voy a votar por él, porque las otras opciones me aterran. Intuyo además que representa mucho más de lo que muestra.


Pero Andrés Manuel no tenía derecho a sonar repetitivo, a sonar como siempre, a no sorprender, a no decirle mentirosa a una Josefina Vázquez Mota que habló de que hay un “México en paz”, con estabilidad económica, donde las familias no han hipotecado su futuro. No tenía derecho porque no va solo. Hay mucha gente comprometida con la campaña proselitista y a muchos nos deja sin argumentos para convencer a los que él pide: cinco por cada adepto al Movimiento de Regeneración Nacional. Nos deja sin nada. 


“Si hubiera equidad en la contienda”, dice AMLO, “me habría dedicado a las propuestas”. Pero hay lo que hay, Andrés Manuel, y era el momento para hablar de las propuestas desde esa visión analítica: el problema de fondo es la corrupción y un modelo de desarrollo agotado, por ello la propuesta es…”.  No tenía derecho a dejara al expectante público ayuno de propuestas. No tenía derecho a hacer una exposición paralela al cuestionario del debate, a ignorar las preguntas.


Tuvo dos oportunidades invaluables: le tocaba el primer turno para responder  si cambiaría el modelo de desarrollo y de qué haría en materia de seguridad. Y las dejó pasar, regresando sobre lo mismo, viéndose como un necio. 


No tenía derecho. En el día después, hay encuestas que le dan el triunfo en el debate, pero hay dudas. Estaba obligado a derrotar a Peña Nieto y a Josefina en el debate. Al primero le dio raspones y a la segunda no la tocó.

Debía convencer, impactar, sacudir. Nada. Yo quiero a mi país, yo estoy harta del cinismo del PAN, de un gobierno federal que se anota todas las notas positivas de lo bueno que ocurre en el país a pesar de él y que atribuye las muertes horrendas, las desapariciones forzadas, las violaciones de derechos, la corrupción, a los gobiernos de los estados. Estoy harta del cinismo del PRI, cuyos gobernadores se unen para frenar las investigaciones sobre feminicidios en el Estado de México y en Monterrey, en Chihuahua, de sus legisladores que promueven, junto con el PAN, leyes que criminalizan a las mujeres por abortar, incluso por abortos espontáneos. Un cinismo que acoge a los que burlan la ley.  Y yo esperaba que López Obrador se mostrara como la opción frente para la regeneración nacional. No lo ví. No importa


Pero muchos otros, hartos como yo de este régimen de centro-derecha, cada vez más a la derecha, y esperaban a un representante de la izquierda que les dijera: “soy claro, así veo el país y esto propongo para cambiarlo”. Creo que había esa cosquilla, esa disposición como Magdalena ante Jesús, según el Evangelio recuperado por Amado Nervo en los versos: “si tu me dices ven, lo dejo todo”. 


Pero se quedaron con las ganas. Y por todo el esfuerzo, el empeño, la voluntad que da sustento a la candidatura del representante de las izquierdas, digo que Andrés Manuel no tenía derecho a no entusiasmar y desperdiciar esta oportunidad. El cambio es posible, debe ocurrir y él está obligado a lograrlo.

Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/08-05-2012/6795. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX

Sergio Aguayo - Jugada exitosa

El debate pudo haber sido un banquete pero nos sirvieron un guiso desabrido que cocinaron con tres ingredientes: la astucia del PRI, la ineptitud del PAN y del PRD y la debilidad del Instituto Federal Electoral (IFE).

Desconfío de las teorías conspiratorias porque en la mayoría de los casos son el recurso analítico de los flojos. Sin embargo, sería ingenuo negar su existencia y con ese supuesto preparo una explicación, una mera "hipótesis de trabajo" sobre el debate. La armo con información publicada y poco conocida y con algunas conversaciones con fuentes informadas.

El corazón del asunto es elemental: el puntero, Enrique Peña Nieto, tiene astucia política y tablas mediáticas pero es vulnerable a las peleas en corto porque en el Estado de México no eran necesarias dado el abrumador dominio priista. Los dos debates obligatorios eran los espacios de mayor riesgo y una primera tarea de los equipos del aspirante priista fue reducirlos al mínimo.

El artículo 70 de la legislación electoral es clarísimo: "las reglas para los debates serán determinadas por el Consejo General, escuchando previamente las propuestas de los partidos políticos". Por razones que el IFE debería aclarar, abdicó la responsabilidad y ahora se lava las manos en desplegados donde aclara que "los candidatos debatieron en el formato que ellos y sus representantes acordaron unánimemente" (Reforma, 8 de mayo de 2012).

Las reglas fueron establecidas dentro de una Comisión Temporal integrada por tres consejeros: Alfredo Figueroa, Marco Antonio Baños y Sergio García Ramírez. Figueroa se formó en las filas de la sociedad civil, lo cual se refleja en sus posturas; Baños y García Ramírez fueron propuestas tricolores. Este último destaca por su veteranía y protagonismo en el PRI; ingresó a ese partido en 1961 y llegó a ser su secretario general (2000-2001), además de aspirante a la Presidencia en 1987. Por un pudor inexplicable esa larga militancia no aparece en el perfil biográfico que difunde el IFE en su página.

Pese al evidente conflicto de interés, Sergio García Ramírez es quien preside la Comisión Temporal que decide sobre los debates. Es imposible reconstruir lo que sucedió porque no hay minutas de las sesiones. Sabemos, eso sí, que se impusieron la obligación de llegar a acuerdos unánimes. Según me comentan dos participantes de las reuniones, el PRI se impuso utilizando con enorme habilidad la amenaza de retirarse de la mesa del IFE y ausentarse del debate (la participación no es obligatoria).

El 18 de abril los representantes de los candidatos llegaron al acuerdo final con una sesión pletórica de sonrisas y reconocimientos en la cual García Ramírez fue alabado por su "gran capacidad e inteligencia", "espléndida conducción", y "gran sabiduría".

Pese a las alabanzas el debate fue acartonado y rígido, como si estuviera pensado para ahuyentar al gran público. Los planteamientos aparecían tasajeados porque aun cuando cada intervención era lógica en sí misma no hilaba con la anterior o la siguiente. Se arrojaban críticas que quedaban interrumpidas por intervenciones sobre temas de lo más diverso. En suma, ni profundizaban en los temas ni se peleaban a fondo. Eran dos gallos y una gallina de pelea enjaulados que dejaron al pollo pasearse libre por el palenque regañándolos y presentándose como ciudadano impoluto.

El segundo gran obstáculo fueron acciones deliberadas que buscaban limitar la audiencia al máximo posible. Las dos televisoras mandaron el evento a canales menores y el dueño de TV Azteca lo hizo de manera particularmente majadera. El Consejo General del IFE dobló otra vez las manos ante las televisoras y el broche de oro fue la contratación de un productor cercano a TV Azteca y enemigo confeso de López Obrador y del PAN. Jesús Tapia Flores contrató a la, ahora célebre, edecán que irrumpió en el set sin que nadie reparara en el efecto distractor que su paseíllo tendría.

Los equipos y simpatizantes de Peña Nieto tuvieron éxito, blindaron a un candidato que se defendió mejor de lo esperado. Salió casi ileso de la primera gran prueba y se ve difícil, no imposible, una reducción de su ventaja. Los candidatos opositores y sus equipos, por el contrario, no estuvieron a la altura del reto. Regalaron el formato al PRI y sus ataques al puntero por lo general carecieron de la frescura de las grandes revelaciones; les faltó trabajo de investigación.

Visto en perspectiva es positivo que el evento se realizara pero pudo haber sido mucho mejor. En lugar del banquete prometido nos dieron un bocado insípido e indigesto. Era totalmente natural que así fuera porque nuestra democracia electoral está capturada o acotada por árbitros débiles y poderes fácticos implacables. ¿Cambiarán las cosas en el debate del 10 de junio? Pase lo que pase estamos ante otra evidencia de la crisis que padece la joven democracia mexicana. Es obvia la urgencia de nuevas formas de hacer política.


Comentarios: www.sergioaguayo.org; Twitter: @sergioaguayo; Facebook: SergioAguayoQuezada
Colaboró Abraham RoMa.



Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/656/1311659/

Rocha - Los candidatitos ante los problemotas

La nación no se conmovió. No hubo un solo discurso deslumbrante. Ningún candidato que emergiera y se elevara muy por encima de los demás. Vaya, ni siquiera alguno que hubiera vapuleado por nocaut, contundentemente, al menos a otro de sus adversarios. 

A esas penumbras añádase un formato tan rígido como ridículo y el resultado es un debate que sólo se salvó por el entusiasmo de sus televidentes y por las reglas rotas por los propios participantes. Que se supone debían responder a determinadas preguntas y prefirieron dedicarse al bonito deporte de golpearse los unos a los otros al tiempo de intentar eludir los mandarriazos y contragolpear al otro en cuanto bajaba tantito la guardia. 

Lo que más alienta es que, a pesar de las tentaciones panboleras hubo una entusiasta respuesta de millones de mexicanos que siguieron el debate y que continúan metidos en la discusión. Porque ya se ha dicho que, en gran medida, durante el debate cada quien mira lo que quiere ver y escucha lo que le conviene oír. Por eso es más difícil aun decretar un claro ganador. De tal suerte que, según los expertos, lo que realmente determina el resultado es el post-debate. 

Enrique Peña Nieto gana, porque no pierde. Contra el ferviente deseo de sus malquerientes a ultranza no se quedó pasmado ni sus ojos buscaron la línea siguiente en el lente de la cámara: en pocas palabras acabó con el mito genial del telempromter; y eso para él es una ganancia formidable, sobre todo de cara a los indecisos. 

Es cierto que Josefina lo incomodó con lo de sus promesas no cumplidas y que Andrés Manuel lo tundió por sus relaciones peligrosas con personajes siniestros y poderes fácticos, pero tampoco pudo arrinconarlo. Enrique salió de las cuerdas casi sin despeinarse y todavía logró colocar dos o tres uppers y ganchos a quienes le echaron montón. Sale golpeado, ni duda cabe. Pero no lo hicieron visitar la lona, también es cierto. En consecuencia es probable que baje 2 ó 3 puntos. Nada o casi nada, para los 20 que trae de ventaja. 

Andrés Manuel López Obrador para mí que ya anda en segundo. A pesar de las veleidades de algunas encuestas, otras más ya lo ubican ahí en las semanas recientes. Me parece que el debate lo reafirma en ese propósito. Yo no sé si por asesoría o por instinto, retomó su naturaleza, hizo a un lado el discurso amoroso y se revistió con el traje que mejor le va: el de un esforzado luchador social que le da voz a los sin voz con sus señalamientos flamígeros. Lo que podría reconciliarlo con cierto sector de sus radicales que ya lo andaban dudando. La incógnita en su caso es si el despegue de Josefina pudiera ser de al menos seis puntos que le permitieran llegar a fines de mayo al rango de los treintas para hacerlo competitivo frente a los cuarentas de Peña Nieto. 

Josefina Vázquez Mota es la gran perdedora del debate. Nadie la ha asesorado o ella no ha querido deshacerse del tono monocorde de sus intervenciones orales. Dice que es diferente, pero la pregunta es ¿a quién?, si se resiste a deslindarse de dos indefendibles gobiernos panistas que han arrojado cifras catastróficas en millones de pobres, de desempleados, de “ninis” y una carga atroz de miles de muertos. Así, parece condenada al tercer lugar. 

Gabriel Quadri de la Torre es, en cambio, el gran ganador. Cierto que hay una natural simpatía por el más débil; pero aun así habrá que reconocerle su apostura en un trance con el que ni soñaba hace apenas cuatro meses. Libre de presiones, fue a lo suyo, a insistir en que es un candidato ciudadano muy diferente a los políticos. Como nadie le cuestionó nada, se fue de frente con sus propuestas audaces o hasta insensatas. Habrá que ver hasta dónde llega y a quién le quita puntos.


Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/los-candidatitos-ante-los-problemotas

Ciro - Esta es la verdadera paliza


La atención en la contienda presidencial ha hecho perder de vista lo ocurrido en las dos primeras semanas de campaña en el DF. La verdadera paliza no es la de Enrique Peña Nieto a Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador, sino la que el perredista Miguel Ángel Mancera les está dando a la priista Beatriz Paredes y la panista Isabel Miranda de Wallace.
La de la capital es una elección que está decidida. Al menos eso perfilan los números. Quedan 50 días de campaña y sólo hay 17 por ciento de indecisos. Es decir, la gente ya sabe por quién va a votar. Y de acuerdo con la encuesta MILENIO-GEA/ISA de ayer, ese voto estaba repartido así:
* Mancera, 56%
* Beatriz, 24%
* Isabel, 16%
Una ventaja de 32 puntos permite inferir que un porcentaje sustantivo de los indecisos podría caer en el cuadro de Mancera, para ponerlo en el rango de 60 por ciento que alcanzó el priista Eruviel Ávila en el Estado de México.
Es comprensible que López Obrador le haya lanzado un S.O.S. a Marcelo Ebrard el lunes, rogándole que lo acompañe en actos, giras y lo que sea, que le comparta un poquito de ese toque mágico que traen Mancera y él en la gran ciudad.
De nada parece haber servido, en cambio, la presencia de Peña Nieto en la campaña de Beatriz la semana pasada. Ella cae; Mancera, sube.
La pregunta es qué hará Peña Nieto. No puede olvidarse de Beatriz y dejar un millón y medio de votos al garete. Pero tampoco le conviene placearse con una imagen de inexorable derrota, paliza.
Buena ecuación para los priistas: asociar una delantera nacional de 20 puntos con una desventaja de 30 en la capital de la República.

Jorge Ibargüengoitia - La mujer que no.

Jorge Ibargüengoitia
(1928-1983)

La mujer que no.

Debo ser disctreto. No quiero comprometerla. La llamaré.. . En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya. junto con las de otras gentes y un pa­ñuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién. o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinariamente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus gran­des ojos almendrados, el pelo restirado hacia atrás, dejando a descubierto dos orejas enormes, tan cerca­nas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.

Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cer­canos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un medio­día brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. “Jorge”, me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una doce­na de veces era mucho. Le puse una mano en la gar­ganta y la besé.

Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y. con hijos, que yo había te­nido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impul­sos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche, que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano y con el dedo de enmedio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos.

Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mí. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. “No importante, no importa.” Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza... hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.

Después del accidente, fuimos al SEP de Tamauli­pas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores. La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. “¿Te veré?” “Nunca más.” “Adiós, entonces.” “Adiós.” Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.

Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha... fue a ella. Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: “Búscame mañana, a tal hora, en tal par­te”; y desapareció.

¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparci­miento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gra­cias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!

Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: “Esto es para ti.” Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silen­cio; luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.

Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a Sanborns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: “¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!” Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.

Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.

Y esto es que un mes después recibí, no un tele­grama, sino un correograma que decía: “Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p. m.) Firmado: Guess who? (advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras sig­nifican “adivina quién”). Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acer­caba al fin la hora de ver saciados mis más bajos instintos.

Pedí prestado un departamento y también dinero; me vestí con cierto descuido pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, por­que no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y es­peré. Inmediatamente empezaron a llegar gentes co­nocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.

Pasaba el tiempo.

Caminando por la calle de Génova pasó la joven N., quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.

Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en tíos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida...

La joven N. volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la joven N. venía mirando hacia el Konditori.

Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.

Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la joven N., que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: “Did you guess right?”

Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la joven N. se puso incómoda; luego, me repuse, plati­camos un rato apaciblemente y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine. 

Ella, con su marido y sus hijos, se habían ido a vivir a otra parte de la República.

Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día, busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar. La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos... Hasta que llegaron sus hijos del parque. Des­pués, fuimos a darles de comer a los conejos.

Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: “¡Es mía!” Y luego, con una impu­dicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo nos fuimos a la cocina, para preparar la cena.

Cuando ella abrió el refrigerador, empecé mi segunda ofen­siva, muy prometedora, por cierto, cuando llegó el marido. Ale dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé qué tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el telé­fono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, tam­bién, yo le tomé a ella la mano y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos su­cios.

Entonces regresó el marido poniéndose el sacro y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey, allí, el tocadiscos, allí, su mujer. Él regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer.

Cuando la arrinconé, me dijo: “Espérate” y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauvage, lo puso y mientras empezaba la música brindarnos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. “Es para ti”, me dijo. Yo la miraba. mientras calculaba en qué parte del trayecto estaría el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada.

A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba riada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le en­cantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besarnos apasionadamente, busqué el cierre cíe sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él... y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos ja­deantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.

Hubiera podido, quizá, tegresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de mi escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la his­toria), son más numerosas que las arenas del mar.

Leído en: http://www.literatura.us/jorge/mujer.html

NI TU NI YO SOMOS LOS MISMOS.



El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.

Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, Devadatta preguntó:

- ¿No estás enfadado, señor?

 - No, claro que no.

Sin salir de su asombro, inquirió:

- ¿Por qué?

Y el Buda dijo:

- Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.

*El Maestro dice: Para el que sabe ver, todo es transitorio: para el que sabe amar, todo es perdonable.

Tomado de “Cuentos Clásicos de la India” recopilados por Ramiro Calle.

Leído en: http://es.scribd.com/doc/64467643/101-cuentos-clasicos-de-la-India

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