Andrés Manuel Lopez Obrador no tenía derecho de hacer lo que hizo. No tenía derecho a dejar pasar la oportunidad de hablar claro ante la ciudadanía y explicar, más allá de “los de arriba”, “el grupito” “los que no quieren que las cosas cambien”, más allá de esas frases que son bien aprovechadas por sus adversarios para descalificarlo y anularlo mediáticamente, decir por qué es urgente un cambio de rumbo, un cambio de modelo de desarrollo porque el actual está carcomido por la corrupción, agotado en la putrefacción. El sólo pronunciar el nombre “Salinas” no explica nada en sí. ¿Qué representa Salinas de Gortari? Dos o tres líneas argumentales sobre los 24 años de neoliberalismo desde las privatizaciones y el TLC y los perjuicios que han traído a la nación, uno de cuyos rostros más evidentes y desgarradores es Ciudad Juárez con la corrupción social, política, la crisis de inseguridad en esa frontera, donde ser defensor de derechos humanos o periodista es actividad de alto riesgo. Nada. Los de arriba, Televisa, los de arriba, Televisa, el grupo de poder, ¿qué significa eso? Si se iba a dedicar a informar, como sostiene en el post debate, pues al menos hubiera preparado la clase. No estaba ante los círculos de estudio que ha organizado el Movimiento de Regeneración Nacional con su base social. El debate era otra cosa, estaba frente a los incrédulos, indecisos, que esperaban un giño de AMLO, un atisbo de que valía la pena ponerle atención y como el Cristo a su Padre, decirle “en tus manos encomiendo mi espíritu”. El voto duro ahí está y estará, pero no le alcanza con eso para ganar. Yo estoy decepcionada de su actuación en el debate y sin embargo, voy a votar por él, porque las otras opciones me aterran. Intuyo además que representa mucho más de lo que muestra.
Pero Andrés Manuel no tenía derecho a sonar repetitivo, a sonar como siempre, a no sorprender, a no decirle mentirosa a una Josefina Vázquez Mota que habló de que hay un “México en paz”, con estabilidad económica, donde las familias no han hipotecado su futuro. No tenía derecho porque no va solo. Hay mucha gente comprometida con la campaña proselitista y a muchos nos deja sin argumentos para convencer a los que él pide: cinco por cada adepto al Movimiento de Regeneración Nacional. Nos deja sin nada.
“Si hubiera equidad en la contienda”, dice AMLO, “me habría dedicado a las propuestas”. Pero hay lo que hay, Andrés Manuel, y era el momento para hablar de las propuestas desde esa visión analítica: el problema de fondo es la corrupción y un modelo de desarrollo agotado, por ello la propuesta es…”. No tenía derecho a dejara al expectante público ayuno de propuestas. No tenía derecho a hacer una exposición paralela al cuestionario del debate, a ignorar las preguntas.
Tuvo dos oportunidades invaluables: le tocaba el primer turno para responder si cambiaría el modelo de desarrollo y de qué haría en materia de seguridad. Y las dejó pasar, regresando sobre lo mismo, viéndose como un necio.
No tenía derecho. En el día después, hay encuestas que le dan el triunfo en el debate, pero hay dudas. Estaba obligado a derrotar a Peña Nieto y a Josefina en el debate. Al primero le dio raspones y a la segunda no la tocó.
Debía convencer, impactar, sacudir. Nada. Yo quiero a mi país, yo estoy harta del cinismo del PAN, de un gobierno federal que se anota todas las notas positivas de lo bueno que ocurre en el país a pesar de él y que atribuye las muertes horrendas, las desapariciones forzadas, las violaciones de derechos, la corrupción, a los gobiernos de los estados. Estoy harta del cinismo del PRI, cuyos gobernadores se unen para frenar las investigaciones sobre feminicidios en el Estado de México y en Monterrey, en Chihuahua, de sus legisladores que promueven, junto con el PAN, leyes que criminalizan a las mujeres por abortar, incluso por abortos espontáneos. Un cinismo que acoge a los que burlan la ley. Y yo esperaba que López Obrador se mostrara como la opción frente para la regeneración nacional. No lo ví. No importa
Pero muchos otros, hartos como yo de este régimen de centro-derecha, cada vez más a la derecha, y esperaban a un representante de la izquierda que les dijera: “soy claro, así veo el país y esto propongo para cambiarlo”. Creo que había esa cosquilla, esa disposición como Magdalena ante Jesús, según el Evangelio recuperado por Amado Nervo en los versos: “si tu me dices ven, lo dejo todo”.
Pero se quedaron con las ganas. Y por todo el esfuerzo, el empeño, la voluntad que da sustento a la candidatura del representante de las izquierdas, digo que Andrés Manuel no tenía derecho a no entusiasmar y desperdiciar esta oportunidad. El cambio es posible, debe ocurrir y él está obligado a lograrlo.
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