miércoles, 9 de mayo de 2012

Roberta Garza - El escote


La nutrida hoja laboral de la chica es lo de menos. La bronca fue la total ausencia de buen gusto o de sentido común (o de ambas) por parte de los organizadores porque, sin que el caso siente precedente, no es asunto de ponerse cínicos: fue un debate entre candidatos presidenciales, no un encuentro de lucha libre, una presentación de productos aspiracionales ni la apertura del nuevo Bar Bar. Me pregunto yo hasta dónde llegará el nivel de ineptitud (en caso de que haya sido un descuido) o de desfachatez (si el asunto fue meterle fuego a lo que casi todos sabíamos sería un plomazo) necesaria para que los responsables dejaran entrar al foro a semejante bombón asesino. Qué bueno que José Woldenberg no está muerto, porque se revolcaría en su tumba.
El desempeño de los candidatos fue casi el esperado: Vázquez Mota sonó sensata pero poco convincente y sin arrastre; López Obrador siguió con sus cansados e insustanciales lugares comunes y Quadri cortó unas orejas y un rabo que, sin embargo, sólo le servirán para amenizar sus futuras pláticas de salón. La excepción fue Peña Nieto, de quien la mayoría creyó, luego de los conocidos deslices que le ganaron fama de pazguato, que se despeñaría sin remedio ante las salivas invencibles de sus contrincantes. ¿Que si hizo o dijo algo sobresaliente? No. Pero la medianía le bastó para capitalizar el encuentro sobre cualquier otro de los presentes: las expectativas del público en cuanto a su desempeño eran bajísimas, y el simple hecho de haber demostrado que puede hablar y responder como cualquier político promedio es para su campaña oro molido.
A López Obrador le pasó lo contrario: infló como merengue al debate, exigió pasarlo en cadena nacional, se cansó de decir que llegaría pletórico de propuestas y que se mostraría como todo un estadista (Mancera dixit), y sus clictivistas acusaron de antidemocráticos y apátridas a todos aquellos que osaron elegir el futbol sobre los deberes cívicos del elector comprometido y amoroso. Pero Rayito llegó con el discurso reduccionista y barato de siempre, uno que se resquebraja cada vez más por inverosímil e incongruente: Salinas El Innombrable, la mafia mala, el pueblo bueno. ¿Y las propuestas de peso, apá?
La realidad es que el ejercicio, a la larga, va a resultar más o menos irrelevante, excepto para Julia Orayen, a quien sin duda le espera harta chamba y un sitio de honor en los anales de la cultura popular patria.
O, ¿alguien se acuerda de quién era el Presidente cuando salió el anuncio de La Chiquitibum?

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