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Francisco Garfias |
Fue la sesión de la vergüenza. Lo que coloquialmente llamaríamos “un verdadero desmadre.” Hubo de todo. Visto y no visto. Una toma de tribuna con violencia. La mesa directiva instalada en uno de los palcos de los fotógrafos. El debate sobre la reforma electoral transformado en diálogo de sordos.
Razones para enfadarse no faltaban. Los diputados debatieron un dictamen de reformas a la Ley Federal del Trabajo que resguarda los privilegios de los caciques de los sindicatos. Pero también que incluye el pago por horas, relaja los requisitos para correr a los trabajadores, en aras de promover el empleo, limita a doce meses los salarios caídos, regulariza el outsourcing (subcontratación), trastoca los contratos colectivos, prohíbe el trabajo en los pozos de carbón, establece la licencia paternal, reconoce el “teletrabajo”.
Un documento con luces y sombras. El lastimoso espectáculo se inició con las actitudes porriles de la treintena de diputados obradoristas que ocuparon la tribuna del salón de sesiones y la vistieron con pancartas en contra de la Reforma Laboral.
Jesús Murillo Karam, presidente de la mesa directiva, fue literalmente zarandeado. Su investidura no fue escudo. Le arrebataron el micrófono. Le movieron la campana. Le escondieron el simbólico “Gran Tintero” (Un águila de plata que representa la libertad y la soberanía). Al hidalguense lo tenían acorralado, acosado, rodeado. “Iniciaron la primera discusión de manera intolerante”, acusó Manlio Fabio Beltrones, quien vuelve a la Ley de la Selva, después de ser el mandarín en el mucho más civilizado Senado de la República.