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Osvaldo Svanascini (1928) |
Partida
-Porque es mejor elegir una manera de morir a cualquier hora del domingo -se dijo-.Y era cierto que en sus músculos ni la tarde cabía. Pero él estaba seguro de eso, lo mismo que de algunas otras cosas con las que poblaba su vida e incluso a veces trataba de evadirla. En las canciones melosas, a menudo llenas de alcohol y a pesar de su propia domesticidad, encontraba la fuerza para justificar su tristeza.
Miró el reloj de arena y vio sus propios ojos, justo en la ampolla superior, ligeramente distorsionados, mientras el material dentro del vidrio caía sin relación con su manera de sentir la inquietud de la calma. Reparó sorpresivamente en el ventilador y el aparato le contestó sin vacilaciones, con un trepidar formado por convulsiones pequeñas, casi siempre cercanas a su rostro. Las paletas podían verse debatiéndose en la velocidad, con expresión invariable. Una expresión verdosa y acaso sibilina.
Se dio cuenta de que aquel ventilador era simplemente un ser en mitad de la tarde y le habló con mesura, sin ocultar su vacío, su arrepentimiento y su lejana vitalidad. Mientras le hablaba, las otras cosas que navegaban en el estudio lo miraban no con aquella incipiente naturalidad que aparentaban sino con una fijación posesiva. Él escuchó una serie de sonidos imperfectos, aunque amalgamados entre sí, trabados gravemente, discutiblemente premonitores. Del piso crecieron las huellas que durante años fueron empujadas hacia la calle.