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Rafael Loret de Mola |
Se mastica el creciente temor a la violencia; de hecho, cada partido político, según su estilo, la ha promovido, abiertamente unos o de manera soterrada otros. El hecho es que, como en el trágico 1994, es muy posible que la definición –redes sociales de por medio-, se dé al través del miedo y el manejo del mismo. Cualquiera podría preguntarse, por ejemplo, si Enrique Peña Nieto está ligado al crimen organizado –reiterada denuncia de la casi perdida, Josefina Vázquez Mota-, es él quien es más hostilizado en cada uno d sus actos de campaña. ¿O será que cada uno de los principales protagonistas está al amparo de uno de los brazos de las mafias enfrentados entre ellos? A manera que pasan los días, confirmo más este aserto. Y no es nada agradable, se los aseguro.
Por ejemplo, Peña Nieto guarda silencio sobre esta grave denuncia –lo mismo que en Michoacán hicieron panistas y priístas acusados entre sí de lo mismo, sin excluir a los grandes derrotados, los perredistas-; en su terreno, Josefina Vázquez Mota se evade de cualquier cuestionamiento con referencia a las sesenta u ochenta milo víctimas de la muy enconada “guerra de Calderón” que va y viene como las mareas cada que es necesario impactar a la opinión pública con nuevos relatos de matanzas inexplicables; y, finalmente, López Obrador no contesta a las interrogantes sobre sus posibles contactos con los subversivos y guerrilleros encuadrados en las regiones en donde el candidato de la izquierda recorrió “hasta el último rincón” sin dar cuenta de si fue o no interceptado por quienes, desde la clandestinidad, dominan territorialmente. Y de Quadri no gastemos mucha tinta en explicar que sus compromisos, corporativos claro, dependen de la poderosa Elba Esther Gordillo. ¿Para qué le seguimos?
Me temo, además, que la desesperación, incluso en el cuarto de guerra de Peña todavía al frente de las encuestas pero obviamente desgastado por ellas, incida en decisiones cuyas conclusiones pueden ser terriblemente nocivas para la sociedad. Nada que ver con las pacíficas “colas” de 2006 cuando una gran parte de los empadronados desfiló ante las mesas electorales sin percatarse de nada extraño. Claro, el hurto y loa alquimia funcionaron y se fusionaron en cuatro o cinco laboratorios estatales. Es indicativo el hecho de que Peña cada vez tartamudea más y López Obrador reduce el timbre de su voz para parecer lo más terso posible mientras Josefina se entrega, con toda su alma de política ambiciosa, a las manos de sus amorales consejeros catalanes.
Y, por cierto, ¿ningún dirigente político va a pedirle cuentas a estos “expertos en marketing de importación?¿Aún a sabiendas de que se llevan una millonada, con el aval de Los Pinos, y maniobran suciamente siguiendo lineamientos superiores? Para ello requieren, naturalmente, de la gran parafernalia presidencial, los búnkers desde donde se espía y la estructura policíaca puesta al servicio de la política malsana. Tal han hecho los personajes en cuestión para vender cara la derrota de Josefina y acabar haciendo suyo el triunfo de quien lo obtenga. No tienen límites.
En esta rebatiña, a veces grotesca, resalta la impunidad que, desde ahora, ofrece López Obrador a Calderón cuando asegura que no perseguirá a éste por las miles de víctimas civiles de la “guerra” entre las mafias. Esto es como si no tuviera ninguna responsabilidad histórica en el asunto o como si a Díaz Ordaz se le brindara un homenaje exonerándolo, de modo discrecional y arbitrario, por el genocidio de Tlatelolco. Es ésta la razón por la cual ls más radicales del grupo izquierdista, digamos Gerardo Fernández Noroña, parece haber optado por el distanciamiento del personaje.
Es importante recalcar que, sin duda alguna, cada uno de los candidatos ha ido dejando en el camino a grupos numerosos de supuestos simpatizantes por que éstos se han sentido defraudados por alguna postura o anuncio de quien los abanderaba. Ello no es muestra de la dinámica democrática, como algunos presumen, sino del profundo desconcierto que priva en diversos sectores del colectivo ante la falta de conocimientos y de conexión respecto al aspirante “escogido” al principio. De allí la incertidumbre acerca de que el primero de julio “cualquier cosa puede pasar” como, de hecho, ya anunció Calderón al expresar que “nada está definido”... salvo su salida de la Presidencia en diciembre próximo; a menos, claro, que alguien piense en un indeseable golpe inconstitucional.
Todo ello, además del antecedente de las alianzas entre el PAN y el PRD en 2010 y 2011, nos lleva a pensar que, muy posiblemente, el faro presidencialista pretenda alumbrar...¡a quien le negó toda legitimidad, moral y política, desde los desaseados comicios de 2006! Así se explicaría la extraña discordancia en las encuestas –alguna, en el diario Reforma, señaló a López Obrador apenas a cuatro puntos de distancia de Peña-, el cambio notorio en la actitud de Andrés Manuel, antes renuente a aceptar cualquier invitación de Televisa y ahora en el papel de verdugo de informadores pero sin dejar de ser protagonista central de sus noticiarios –otro síntoma poco democrático-, y el hecho de que en las entidades, y el Distrito Federal, en donde habrá elecciones regionales, los candidatos del PRI están muy a la baja. La catástrofe anunciada de Beatriz Paredes en el Distrito Federal da buena cuenta de ello.
¿Quiere decir lo anterior que Peña sólo veló para su santo y descuidó los costados y sus arterias? Posiblemente, sí. Y en ello, claro, perdió un número considerable de puntos, entre otras cosas por no abrirse y posibilitar un juego más libre entre sus correligionarios. Algo, por demás, muy parecido a cuanto hizo el “arrogante” –el término es de sus propios compañeros perredistas-, López Obrador, en 2006, cuando se permitió el “lujo” de no acudir al primer debate general entre candidatos ni a ninguno de los foros, empresariales y sociales, a los que fue convocado para no contrariar su discurso a favor de una cruzada por “los pobres”, elemento que ahora, por cierto, quedó muy relegado.
Tal le permite mover sus cartas con mayor libertad, esto es pensando que es quien no tiene nada por perder, aun cuando la ambición le domine, a tal grado, que no le importe incurrir en la mayor contradicción política de la historia, esto es su soterrada cercanía con Los Pinos a cambio de la impunidad en pro de Calderón si Andrés llega a sentarse en la silla del águila. Otra cosa, claro, es que cumpla porque igualmente puede argüir que su potencial político se lo debe al manejo de las “redes sociales”, a los jóvenes que no quieren volver a las zahúrdas priístas, y al “todo México” siempre indefinido numéricamente. Su postura ahora es ganar como sea, no perder por efecto de su excesiva confianza, y está, por ello, cuidando todos los aspectos. Si tiene la bendición de la Presidencia, por la ingenuidad torpe de Calderón, podrá sentirse al otro lado del océano.
Debate
De lo anterior se deriva la importancia de lo que haga Peña Nieto en estos diez días. Y nada parece de mayor peso que romper el “puente” entre Los Pinos y la izquierda convenenciera, exhibiéndolo primero, y anulándolo después. De no hacerlo por allí pasaran todos los vehículos blindados contra él y no podrá frenarlos; de hecho, en el espacio cibernético -no sabemos si por condescendencia o tontería-, ha perdido señaladamente su lugar cediéndoselo incluso a Josefina Vázquez Mota, quien ya no puede sonreír más sin riesgo de cirugía. Peña, por su parte, parece haber perdido la jovialidad que le encumbró entre cuantos son afectos a las modas y las candilejas, para mostrarse más parco y preocupado.
Mala señal si requiere inspirar confianza y no dudas entre sus presuntos votantes cuando la tendencia en los sondeos parece haber entrado en una peligrosa espiral hacia abajo. No hay duda de que dispone, cada vez, de menor distancia respecto a su inmediato seguidor, López Obrador, listo a iniciar todas las tácticas ya conocidas en defensa en un eventual triunfo electoral, preparando a sus incondicionales –y a cuantos hayan acordado con él “en lo oscurito”-, a un largo y pernicioso proceso poselectoral con las movilizaciones cargadas de dinamita en el peor escenario concebible.
El riesgo de una larga parálisis, en tiempos de crisis recesiva para colmo, es muy alto. Mientras las economías más sólidas del mundo alertan sobre los efectos inminentes de los reajustes norteamericanos y europeos, México, mejor dicho su gobierno, se permite el lujo de ser sede de la reunión del G-20, en Baja California, ¡a diez días de los comicios federales! Es obvia la carga de propaganda que ello conllevará... ¿a favor de quién?
Sería muy sencillo para el PRI o la izquierda “unida” utilizar este argumento como prueba de que el gobierno de Calderón contaminó el proceso al no poderlo controlar. Sin embargo, la presencia de los líderes mundiales también puede ser un indicativo de que nuestras elecciones deberán ser muy observadas y, por ende, maduras.
La Anécdota
En 1999, Andrés Manuel López Obrador comenzaba su finiquito en el PRD cuyo desenlace fue, además, muy desaseado porque se debieron repetir los comicios internos con una enorme cantidad de resentidos.
Fue entonces cuando le pregunté sobre sus proyectos:
--Ya cumplí; lo mío es volver a Tabasco, que es un edén. ¿El Distrito Federal?¿Cómo gobernarlo si todavía me pierdo por sus calles?
Pero, claro, ni se fue a Tabasco ni renunció a administrar una enorme metrópoli a la que conoció, a pulso, en campaña. Ahora no niega que se siente cansado, después de tanto trote, pero aún así insiste en seguir.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
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