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Giorgio Manganelli |
El homenaje a los dinosaurios
Siempre he sentido una profunda, aunque no claramente explicable, simpatía por los dinosaurios. Son muchos los rasgos fascinantes de su historia: eran enormes, eran los dueños absolutos del planeta por una suerte de derecho heráldico hereditario, tenían bajo control el mar, el cielo y la tierra y, por último, no desaparecieron poco a poco, volviéndose día tras día más decrépitos, sino de golpe, cuando su extraordinaria fuerza física se encontraba en plenitud; y nadie, hasta ahora, ha podido explicar por qué desaparecieron de un modo tan sobrio, discreto y radical.
La desaparición de los dinosaurios ocurrió aproximadamente hace unos setenta millones de años, lo que explica por qué ningún hombre, ni el más rudimentario y emotivo, se haya topado jamás con un dinosaurio. Tuvieron que transcurrir varias decenas de millones de años antes que hiciera su aparición ese ser extraño que profesa la matemática, la literatura, la teología y la guerra. Pese a eso, los dinosaurios pertenecen a nuestro mundo; representan una suerte de imagen monstruosa y fantástica que habita en la oscuridad de nuestros sueños.