La dimisión de Humberto Moreira como dirigente del PRI se veía venir. Para pronosticar su caída jamás fue un requisito ser un consumado analista de la política. Hasta para un incipiente comentarista que a provecta edad se contagió del germen patógeno del periodismo -a la vejez viruelas- era fácil presagiar su renuncia tal y como lo hice en mi columna del pasado 10 de noviembre a la que titulé: “Moreira, ¿cargará los peregrinos?”
Recordaré algo que en esa ocasión escribí: Si el domingo el PRI pierde en Michoacán, la vida del exgobernador de Coahuila como dirigente puede entrar en su periodo de agonía. Sus escándalos financieros -día a día se demuestra su involucramiento explicable en ellos- son ya, a querer o no, un lastre para esa entelequia llamada nuevo PRI. Aunque, en un principio, Enrique Peña Nieto, desestimó las críticas al dirigente nacional de su partido, poco a poco se desmarca de él. Ya señaló que corresponde a Moreira “establecer las argumentaciones sobre las descalificaciones a su persona”. Lo que entre líneas puede interpretarse como que el dueño del copete más afamado de México no piensa meter las manos al fuego por aquel que metió las manos a las arcas estatales de Coahuila.
El jueves siguiente reconocí que me equivoqué en mi anterior pronóstico, expresé que Moreira sí cargaría los peregrinos,“ya que su gusto por la cargada es algo inherente a su persona”. Me precipité en reconocerme fallido adivinador. Lo bueno para mi fama de profeta es que me cubrí, en otra parte de texto predije: “Si bien no acerté al vaticinar que don Humberto no iba a cargar los peregrinos, me atrevo a augurar que no llegará vivo como dirigente tricolor al 14 de febrero. Se aceptan apuestas”.
La deducción la hice basado en un enunciado del filósofo de Güemes: “Si dos perros persiguen una liebre, si no la alcanza el de adelante, cuantimenos el de atrás”.
Aplausos
El domingo 27 de noviembre durante su registro como precandidato del PRI, Peña Nieto leyó en su teleprompter: “Humberto Moreira es un gran amigo y un eficiente operador que ha avasallado a la oposición con elecciones zapato”. Antes de una semana, el ya precandidato único del Revolucionario Institucional -el único que manda al interior del partido- despidió a su gran amigo y eficiente operador con la punta del zapato. Creó que fue el filósofo de Güemes quien sentenció: “En política no hay amigo pequeño”.
Dicen los que saben que con la eliminación de Moreira, tal como sucedió con el manejo de su sucesión como Gobernador cuando eligió al más idóneo aunque éste no fuera de su total predilección, el político mejor peinado del país, demostró, a propios y extraños, que debajo del copete tiene materia gris política.
Que el mexiquense no es sólo una carita frente a un teleprompter -aparato también llamado Walt Disney porque hace hablar a los animales-, sino que tiene cualidades y olfato, sutileza y mano izquierda, es pragmático y no se anda con medias tintas. Dijo el filósofo de Güemes: “Los buenos políticos son como el amor de madre, ¡no se fijan en chingaderas!”.
“Renuncio -dijo Moreira- porque confío en un hombre que es esperanza de México: Enrique Peña Nieto. No quiero hacerle daño a mi partido”. Dicho lo cual, el nuevo PRI lo despidió con cuatro minutos de aplausos. Homenaje priísta a la antigua usanza. En relación con las prácticas tricolores que son imposibles de abolir porque están en la naturaleza de este partido, cabe aquí otra frase del invitado de honor en la columna de hoy, el filósofo de Güemes: “En política, si las cosas no cambian es porque siguen igual”.
El dirigente que salió por la puerta de atrás fue despedido con una ovación de cuatro minutos, lo que significa matemáticamente hablando que se hizo acreedor a 30 segundos de aplausos por cada mes que al frente del tricolor estuvo el coahuilense bailarín. Otra frase del filósofo de Güemes: “En política el que baila bien es payaso, y el que baila mal es pendejo”.
¿Cuál es el futuro de Moreira? Si viviéramos en un verdadero Estado de Derecho lo menos que podríamos esperar es que se presentara como indiciado ante la PGR. Pero eso no forma parte de los usos y costumbres que imperan en el país. Don Humberto aspira a ser representante plurinominal -no está el horno para hacer campaña- de su partido a una senaduría o diputación, ahí lo que sea su voluntad para tener un periodo de fuero. “En política hay que ser como los frijoles de olla, arriba o abajo, ¡pero adentro!”, frase -¡adivinó usted!- de nuestro filósofo invitado al que despedimos con un fuerte aplauso. “No soy político, pero me gustan los aplausos”, dijo, también, el de Güemes.
De políticos y libros
Para hablar de su libro México, la gran esperanza, Enrique Peña Nieto asistió -con todo y su teleprompter- a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Fuera de programa -lo que significa sin teleprompter- un periodista español le preguntó sobre los tres libros que han marcado su vida. No pudo decir tres títulos de corridito. “Definitivamente la Biblia -y cómo no, si uno se la encuentra en todos los hoteles gringos- ha sido uno de ellos -manifestó- no hablo de haberla leído toda pero sí algunos pasajes”. (Por ejemplo, leyó el pasaje -sólo de ida- que Moisés compró para sacar a los judíos de Egipto -con apertura del Mar Rojo incluida). Dijo que un libro que marcó su vocación por la política fue La silla del águila -donde quiere sentarse y no precisamente a leer. Atribuyó su autoría a Enrique Krauze. El libro es de Carlos Fuentes y la confusión de nombres -Krauze y Fuentes tienen una guerra desde los tiempos de Paz- debe de haberle caído como patada al hígado al creador de La región más transparente. (Título con el que Josefina Vázquez Mota alguna vez dio un traspié).
En franca debacle libresca dijo que también le había gustado “ese de los caudillos”. Ése si es de Krauze: Siglo de Caudillos. Agregó que en la actualidad ha estado leyendo uno que se llama La inoportuna muerte del Presidente, pero no supo decir el nombre del autor. Se refería a la novela de Alfredo Acle Tomasini que yo tampoco he leído. Confesó que cuando se pone a leer se olvida de autores o títulos -tal vez hasta de contenidos.
Le robo una idea a la inteligente y joven actriz mexicana Leonora Cohen, para decir que el libro favorito de Peña Nieto es La insoportable levedad del gel.
Por lo que se ve en materia de libros y autores entre los jóvenes políticos cundió el ejemplo de Vicente Fox. Al ser entrevistado en matutino programa de radio ayer, el aspirante panista Ernesto Cordero declaró que en materia de libros le gusta La isla de la pasión de Isabel Restrepo. El entrevistador le hizo ver que el nombre de la autora colombiana es Laura. Horas más tarde en una conferencia de prensa Cordero reconoció su error. Pero dijo que comparado a lo sucedido a Peña “hay de resbalones a resbalones, ¿eh? A mí me agarraron muy temprano” (Con esta última frase Ernesto definió el drama que vive como precandidato: lo agarraron muy temprano, se hubieran esperado cuando menos seis años para que madurara).
Entrevista de política ficción
Estamos frente al candidato X para hablar de Literatura: ¿Ha leído los libros de Octavio Paz? Los libros no, pero lo sigo en el Twitter. Le recomiendo que lea Salamandra. Ése no es libro, es canción y ya la oí, es de Miguel Bosé. Me imagino que de adolescente leyó De perfil. No, yo siempre he leído de frente. ¿Le gusta como escribe José Emilio Pacheco? Pues no escribe tan mal, pero creo que sería mejor que escribiera en sus cinco sentidos. Por último: ¿actualmente qué libro está leyendo? Ensayo sobre la ceguera de José Feliciano.
Lo mismo en
http://eleconomista.com.mx/columnas/columna-especial-politica/2011/12/06/ya-bailo-beto-las-calmadas