Humberto Moreira finalmente cayó. Y ahora muchos dicen que fue un
acierto de Peña Nieto que así fuera. Yo, por el contrario, creo que se
trató de un error. No el que Moreira dejara la dirigencia nacional del
PRI sino que, en primera instancia, Peña lo hubiera promovido para
llegar a tal puesto.
Me explico. Los políticos profesionales,
antes de tomar una decisión de a quién van a nombrar para un puesto,
deben someter al aspirante a un proceso de investigación. El famoso
vetting. El concepto es muy importante: antes de designar a Fulanito a
un puesto de gran importancia hay que indagar todos los posibles
"esqueletos dentro del clóset" que tiene y que eventualmente puedan
salir a la luz pública causando un desastre de proporciones mayores.
Sabemos
que Peña Nieto fue el que apoyó a Moreira para llegar a la presidencia
del PRI. La pregunta es muy sencilla: ¿alguien del equipo de Peña hizo
el vetting de Moreira? Hay tres posibles respuestas:
1. No lo hicieron e igual apoyaron para que Moreira se convirtiera en dirigente nacional del PRI.
2.
Lo hicieron, pero mal, de tal suerte que nunca se enteraron de la
contratación multimillonaria de deuda en Coahuila presuntamente
falsificando documentos.
3. Lo hicieron, sabían de la deuda del
estado que gobernaba Moreira, pero consideraron que no era un tema que
pudiera convertirse en escándalo.
Cualquiera de las respuestas,
se trata de un error de Peña y su equipo. No es posible que un político
profesional como el ex gobernador del Edomex no haya realizado el
vetting de Moreira o lo haya hecho mal o no haya medido las
consecuencias. A la postre, le costó una andanada de críticas en contra
del presidente del partido. Eventualmente tuvo que removerlo. Se trata
de un acierto el que lo haya destituido, pero dicho acierto es hijo de
un error.
El otro error lo cometió Peña la semana pasada. Ante
una pregunta muy simple y predecible, sobre todo en una Feria del Libro,
dio una respuesta lamentable. Cuando le preguntaron los tres libros que
lo han marcado, no supo qué contestar. Vale la pena ver el video que
circula en internet para observar cómo se fue enredando. De pena ajena
el laberinto que incluye olvidos, confusiones y tartamudeos.
Lo
cual demuestra una verdad de Perogrullo: que Peña es humano y puede
errar. Y esa es precisamente la importancia de las campañas electorales:
demostrar quién es quién en la competencia por el poder.
Cuando
me preguntan quién va a ser el próximo Presidente de México yo siempre
contesto que no sabemos. Y no sabemos porque las campañas pesan. Pongo
el ejemplo de lo sucedido con el gobernador de Texas, Rick Perry, quien
se lanzó a conquistar la candidatura presidencial del Partido
Republicano para las próximas elecciones estadunidenses de 2012. Muchos
pensaron que se trataba de un gran candidato presidencial: un populista
de derecha con un buen récord gubernamental en su estado. Los primeros
días después de anunciar su intención de competir subió como la espuma,
tanto en las encuestas como en las apuestas. Se volvió el favorito para
quedarse con la nominación republicana. Hasta que comenzó a hablar. Dijo
un sinnúmero de estupideces, se olvidó de detalles importantes y
trastabilló. En pocos días, cayó. Subió como globo, pero sus propias
palabras lo pincharon.
He ahí la importancia de las campañas:
que los candidatos hablen. Pero, como dice mi colega Carlos Elizondo, si
eso sucedió con Perry fue porque en Estados Unidos los candidatos están
obligados a hablar mucho. La presión es tremenda. Los medios los
cuestionan todo el tiempo de todo tipo de temas. El problema es que, en
México, con la absurda legislación electoral que tenemos, se privilegia
más el silencio de los candidatos que el debate constante e intenso.
Algo que, sin duda, tendríamos que cambiar. Porque las campañas son un
elemento indispensable para que los electores veamos de qué están hechos
los candidatos que pretenden gobernarnos.
Lo mismo en http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=791904
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