Pocos presidentes de México han querido permanecer en el país y seguir haciendo política después de cumplir su mandato constitucional. Pocos en el mundo. Es una regla no escrita que se retiran de la vida pública a tareas privadas, y sólo participan en ciertos actos a los que el Estado los llama. No me explico mucho; es un tema conocido. No necesito recordar el trauma que ha provocado a la vida institucional que Plutarco Elías Calles, el mismo Lázaro Cárdenas o Vicente Fox no entendieran (entiendan) ese acuerdo tácito que, como decía, existe casi en todas las democracias del mundo.
Lo cito, sin embargo, porque toda la información que poseo me dice que Felipe Calderón Hinojosa pretende permanecer con un pie dentro de la política mexicana después del 1 de diciembre de 2012.
Ya puso a sus amigos a un paso de Congreso. A sus amigos, a los incondicionales y a una parte de su familia: la sobrina, la hermana, el compadre, los viejos amigos de tragos van por la vía plurinominal rumbo a la Cámara de Diputados o al Senado.
A otro grupo de amigos e incondicionales ya los atrincheró en el PAN. Tienen los principales cargos del Comité Ejecutivo Nacional, y a los que han siquiera respirado a disidencia los ha expulsado con humillación y marrullerías.
Josefina Vázquez Mota ya sintió lo que es retarlo. No digo que él, pero sí creo que gente cercana a Calderón fue la que filtró esas conversaciones telefónicas, y si no fue así, por lo menos ya las utilizaron a su favor: poco después del “Pinche Sota Gate”, el equipo de campaña debió aceptar a gente como Juan Manuel Oliva, identificada no solo con El Yunque, sino con los panistas duros que sustentan la actual presidencia de la República.
Pero aun si Josefina no gana, los calderonistas ya aseguraron su pase al siguiente sexenio.
Ahora Felipe Calderón ha dicho que se queda en México, y yo lo creo. También dijo, en el programa Tercer Grado de Televisa, que ve a su esposa, Margarita Zavala, compitiendo por la presidencia en 2018, y lamento decir que sí creo que hará todo lo que deba hacer para lograrlo.
Lástima, Margarita.
Me dicen que, dentro de esa parvada de ambiciosos muchas veces inmorales, destaca porque es de lo más decente. Me dicen que es inteligente y bien intencionada. Pero eso no es suficiente. Es el soporte moral y ético de un hombre que no fue ni ético ni moral, y citar el “haiga sido como haiga sido” me evita dar explicaciones.
Lástima, Margarita, porque servirá, si se presta, de ariete de Calderón para tratar de mantenerse dentro de las puertas del poder después de que lo ha ejercido con mano dura y muchas veces por las malas.
Lástima, Margarita, porque ella es, sea o no culpable, uno más dentro del equipo de políticos que llevó a México a una guerra fratricida que no terminará en este sexenio pero que dejará, en esta administración, unos 60, 70 mil muertos, decenas de miles de desaparecidos y cientos de pueblos y ciudades abatidas, y miles de familias en duelo.
Lástima, Margarita, porque en su ambición, Calderón la meterá a una lucha que no veo cómo vaya a ser ganada: una lucha contra las lógicas de su propio partido, una lucha contra las lógicas de una vida institucional, una lucha inspirada en la ambición y en principios innobles que a posteriori intentan justificarse con una frase ruda y clarificadora: el “haiga sido…” mentado.
Lástima, Margarita, porque Calderón hará todo lo que tenga que hacer -lo hemos visto- para cumplir con su siguiente objetivo.
Lástima, Margarita; lástima, PAN; lástima, México. Ojalá y Margarita sea tan inteligente y sensible como me la han vendido en varias ocasiones. Ojalá lo sea, para que tome a su marido de la mano y le muestre en qué condiciones deja este país: dividido, roto, adolorido. Seis años terribles, terribles.
Y si no logra que Felipe Calderón lo entienda a tiempo; si ella misma sonríe frente a la idea, pues lástima, Margarita. Lástima, de veras
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