domingo, 11 de diciembre de 2011

Riva-Palacio - El clon de macuspana


¿Quién es este hombre que ahora hace política predicando el amor? ¿Quién ha cambiado su discurso social por el moral? ¿Qué pretende con la construcción de una plataforma ética y de inyecciones masivas de amor para transformar un país? ¿Cómo piensa que con el amor se soluciona la violencia, y la desigualdad, y la crisis de valores? No es el verdadero Andrés Manuel López Obrador, el luchador social con una ideología definida quien plantea una revolución basada en el amor, sino un clon que pretende limpiar con algodones rosas su pasado beligerante.

¿Le resultará a López Obrador su nueva, original y profundamente disruptiva estrategia? O mejor dicho, ¿se encuentra en este Andrés Manuel, que evoca la Era de Acuario de quien iba a San Francisco para colocarse flores en el pelo, el futuro de la nación? ¿Le alcanzará el tiempo para revertir la desconfianza y el desencanto de las clases medias que hace cinco años daban la vida por él?

Para los centenares de miles de mexicanos a quienes estos referentes no dicen nada, el precandidato a la Presidencia viró en un lustro de la izquierda de las calles y los mítines, al epicentro y el Nirvana de los hippies y la Revolución Cultural de fines de los 60, que contribuyó a cambiar al mundo, pero no con sus iconos como sus nuevos líderes, sino a costa de ellos, aplastados por quienes querían acabar.

López Obrador, en todo caso, desconcierta. A mediados de año, después de un largo periodo de terapias del equipo que no dejó de acompañarlo durante todo el invierno posterior a la elección presidencial de 2006, comenzó sus confesiones.

Sí incurrió en errores de campaña, dijo, al crear una estructura paralela separada del PRD. Esta afirmación fundamental sobre la estrategia de 2006, fue refutada con insultos por sus acólitos contra aquellos que se atrevieron a observar el error del tabasqueño. Ahora que López Obrador lo admite, sus feligreses incendiarios, callan. Si el acto de expiación de uno queda en un mero discurso, ¿se podrá creer en las palabras de su guía y motor?

Sí cometió otros errores, agregó. Tuvo que haber ido al primer debate cuya ausencia le costó puntos irrecuperables. Debió haber atendido a los empresarios que se le acercaron. Sí necesitó haber matizado su discurso sobre ricos y pobres, entender que vivir en el microcosmos era una visión etnocentrista trasnochada. Debió abrirse a todos los medios de comunicación, a quienes en cambio fustigó con la mentira de que le cerraban los espacios. Pero una vez más, si el acto de expiación de uno queda en un mero discurso, ¿se podrá creer en sus palabras?

Ahora tiene a un empresario regiomontano de chaperón, Alfonso Romo ‒quien quiso comprar Convergencia a Dante Delgado en 2006 para ser él mismo candidato a la Presidencia‒ que le abre las puertas de los capitanes de la industria. Ya dice que no todos los que tienen dinero son malvados, pues entre ellos también hay gente buena. Ya viajó a Estados Unidos y España en precampaña electoral. Ya tuvo tres semanas en Washington a su leal asesor financiero, Rogelio Ramírez de la O, en el cabildeo con los factores reales de poder en ese país. Ya dejó su zona de confort mediática para incursionar en terrenos no controlados y a veces hostiles.

López Obrador, puede ver hoy que lo que rechazó entonces ni lo comprometía, ni lo pervertía, ni alteraba el curso de sus aspiraciones. Aunque es dialéctico rectificar, su caso puede ser demasiado tarde para reconstruir los puentes que él mismo destruyó con una sociedad que se formó a su lado y que decepcionó.

El giro en su discurso y sus acciones de hace meses pareció una señal clara de maduración política. La realidad, fue cosmética. Mostró al público una nueva cara, pero debajo de la epidermis fue el mismo de siempre. Obligó a Marcelo Ebrard a aceptar su derrota en las encuestas para la candidatura de la izquierda, pese a que había elementos para que el jefe de Gobierno del Distrito Federal argumentara que para efectos de crecimiento y potencial de victoria, debía ser él y no López Obrador el candidato. El tabasqueño amenazó con romper si eso se daba, sin importar lo que sucediera con la izquierda. En público llenó de miel a Ebrard por su aceptación de derrota, y éste, que no le quiso levantar la mano, dijo cáusticamente que lo hacía por la unidad.

El giro de su discurso ha ido al extremo. Quiere hacer de la moral el eje de la Constitución. Quiere anclas éticas a la función pública y que por decreto la nación se embriague de amor para resolver problemas estructurales, sociales y económicos. Aspira a la República Amorosa, como la llama libremente, sin que sus asesores encuentren todavía argumentos políticos para sustentar lo que no deja de ser una descripción meramente simpática y pegajosa.

Es el amor y la paz el nuevo eje discursivo de su programa de gobierno. López Obrador, el político más astuto que hay en el cuadro de los presidenciables, debe saber que como plataforma programática, lo que dice carece de sentido. Entiende que la moral se sustenta en la religión y que es un conjunto de valores que por definición son subjetivos. Pero la política no gira sobre ese eje porque el factor humano, actor central en ese arte, es volátil e impredecible.

Si esto es así, ¿qué pretende López Obrador? ¿Vacunarse socialmente? ¿expiar sus pecados políticos? ¿quiere convencer a todos aquellos cuyos votos perdió que hay un renacimiento cristiano en él a partir del reconocimiento de sus pecados políticos? López Obrador, a veces tan claro, a veces tan misterioso, no ha dejado de ser lo que siempre fue, un teólogo en la política. Pero ahora tiene un doble trabajo, pues toda esa labor de convencimiento de proyecto de la República Amorosa tiene que comenzar con los suyos, totalmente confundidos de lo que quiere su líder.


Jorge Ramos Ávalos- Olvidos que nunca se olvidan


Guadalajara.- Es imposible evadirlo o esconderlo. Es noticia que el precandidato presidencial de Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, no haya podido decir cuáles eran los tres libros que más habían marcado su vida. De hecho, no pudo citar correctamente otro libro además de la Biblia. Eso habla de sus intereses y preparación. Como reporteros no debemos proteger ni promover a ningún candidato. Y menos si va ganando.

Era obligado que en la Feria Internacional del Libro (FIL) le preguntaran a Peña Nieto sobre libros y no iba preparado. Punto. Yo estuve ahí en la extraordinaria feria (con un récord de más de 659 mil asistentes) y era lo que todo el mundo comentaba.

Durante tres minutos y 16 segundos, interminables -aquí está el link: http://www.youtube.com/watch?v=AsNRQM_qzbw- el exgobernador del Estado de México confundió al novelista Carlos Fuentes con el historiador Enrique Krauze y luego se enredó aún más: "No recuerdo el título exacto...es que quiero recordar el título del libro...hay uno que salió que eran las mentiras sobre el libro de este libro...¿cómo se llamaba el otro libro?...alguien recuérdeme quién es el autor...cuando leo los libros me pasa que no registro del todo el título".

Por muchos días este incidente ha sido uno de los tópicos más populares en Twitter, en parte, por un retweet que hizo su hija Paulina. En un intento por defender a su padre, ella repitió un mensaje de su novio (@JoJoTorre) que calificaba de "pendejos" y "prole" a los críticos del olvido de Peña Nieto.

El propio Peña Nieto se disculpó en su cuenta (@EPN) -"definitivamente fue un exceso"- y luego ella (@pau_95pena) explicó lo que había pasado: "Fue un impulso de mi parte al leer algunos tweets que ofendían a mi papá y a la memoria de mi mamá".

Esto nos lleva al segundo olvido de Peña Nieto. En marzo del 2009, cuando le pregunté en una entrevista para Univision de qué había muerto su esposa, Mónica Pretelini, a los 44 años de edad, no me pudo responder correctamente: "Ella llevaba dos años de tener una enfermedad parecida a...se me fue el nombre de la, de la...el nombre de la enfermedad...No es epilepsia propiamente, pero algo parecido a la epilepsia". Decenas de miles vieron ese video en Youtube.

Nos volvimos a ver en febrero del 2011 y le comenté a Peña Nieto la sorpresa de muchos cuando él no supo contestarme de qué había muerto su esposa. "Es absurdo pensar, Jorge, que no sepa de qué murió mi esposa", me dijo. "Fue un lapsus no poderte decir que mi esposa sufría en ese entonces de ataques de epilepsia, que habían derivado en una insuficiencia cardíaca y que eso la había llevado a perder la vida. ¿Cómo no tener claro y conocer esto? Simplemente fue un lapsus". (Este tema lo trato en el libro Los Presidenciables, publicado por Grijalbo, y aquí está el link de las dos entrevistas: http://youtu.be/hSxk48jKa7Y)

En esa última entrevista, Peña Nieto aún no abría su cuenta de Twitter, pero me dijo que "las redes sociales facilitan el mayor conocimiento de un actor de la política. Al final de cuentas, en una carrera por una Presidencia, lo que buscan (los electores) es conocer más a la persona, qué piensa, qué haría en ciertos escenarios, qué propone, cuál es su pensamiento, cuáles son sus convicciones, cómo es en lo personal".

Exactamente. Para eso son las campañas; para conocer a los candidatos. Y ahora el gran reto de Peña Nieto es tratar de evitar que esos olvidos personales lo definan y lo tumben. Las encuestas indican que él es el favorito. Pero todos los otros candidatos están esperando un resbalón del puntero.

Si no estuvo preparado para hablar de libros en la FIL ni tampoco para explicar la muerte de su primera esposa, ¿estará preparado para ser Presidente? ¿Es la mejor persona que existe en todo México para ese puesto? ¿Es importante que el próximo Presidente sea, también, un buen lector?

La mayor vulnerabilidad de Peña Nieto en estos momentos es en lo personal, más que en lo político. ¿Está capacitado y tiene la personalidad para enfrentar el periodo de mayor violencia desde la revolución, crear un millón de empleos al año y reorganizar una sociedad donde el 10 por ciento más rico gana 26 veces más que el 10 por ciento más pobre (según la OCDE)?

Para ser justos, todos los candidatos olvidan cosas. Ernesto Cordero, del Partido Acción Nacional (PAN), confundió a la escritora Laura Restrepo y dos veces la llamó Isabel en una entrevista de radio. Y hace poco el gobernador de Texas y aspirante presidencial, Rick Perry, no pudo nombrar durante casi un minuto una de las secretarías -la de Energía- que eliminaría si llegara a la Presidencia.

Estos olvidos, sin la menor duda, han ocurrido en muchas otras campañas presidenciales. Pero la gran diferencia es que ahora -con las redes sociales y con los celulares actuando como vigilantes continuos de todo, absolutamente todo, lo que digan o dejen de decir los políticos- ya nada es secreto ni nada se olvida. Todo se queda registrado. Nada se puede borrar. Y menos si eres el puntero.

Hay olvidos que nunca se olvidan.



Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/637/1273599/default.shtm

Federico Berrueto- El presidente Calderón y la polarización

Politizar la lucha contra el crimen organizado es un caso de extrema irresponsabilidad. El daño es inconmensurable. No hay quien pueda contener al Presidente en su afán de reclamar sin actuar en consecuencia. Inaudito de quien representa el Estado. Si tiene la convicción de que el narco se metió a las elecciones, como ciudadano debe denunciar, como presidente, exigir a la PGR actuar.
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Desde la Presidencia el país se encamina a la polarización. Ayer, con Fox, la embestida fue contra López Obrador. Ahora, el invento del publicista ibérico Antonio Solá, “un peligro para México”, apunta al PRI y, nuevamente, al político con la mayor intención de voto. Pero hoy no es ayer, politizar la lucha contra el crimen organizado es un caso de extrema irresponsabilidad. El daño al país y a sus instituciones es inconmensurable. No hay quien pueda contener al Presidente en su desbordado afán de reclamar sin actuar en consecuencia. Inaudito de quien representa el Estado y encabeza a las instituciones.

El pacto antinarco no es entre partidos y candidatos. Tampoco el Presidente le puede exigir al IFE blindar la elección, no es Ministerio Público. La mala ley de 2007 lo hizo policía de los medios electrónicos, no de los partidos o candidatos. Corresponde a las instituciones sobre las que tiene mando el presidente Calderón emprender la acción punitiva o preventiva contra el crimen organizado. Si el Presidente tiene la convicción de que el narco se metió a las elecciones, como ciudadano debe denunciar ante la ventanilla del MP, como presidente exigir a la procuraduría actuar con los elementos de convicción que le proveen los servicios de inteligencia, las policías, la DEA o el big brother, quien quiera que sea.

Debe quedar claro que el país es mucho más que los partidos y sus candidatos. La nación enfrenta uno de los problemas más graves de su historia contemporánea. La amenaza del crimen organizado no sólo ha alterado la vida y la paz social en amplias regiones del país, también se expresa en una inaceptable cuota de muerte, en el deterioro de las instituciones públicas y en una soberanía nacional comprometida. La gravedad de la situación no admite pausa, como lo ha dicho el Presidente, pero tampoco que se tergiverse con un evidente sentido electoral. No hay partido del narco, tampoco una opción partidista que pueda ganar la batalla. Se requiere de todos y en eso debe ocuparse el Presidente.

En 2009, el PAN de Germán Martínez, también aconsejado por Antonio Solá, pretendió utilizar al crimen organizado y la lucha contra éste como una forma de refrendo para ganar la mayoría en la Cámara de Diputados. El resultado fue abrumadoramente adverso. De allí se pasó con César Nava a concertar con los colaboracionistas del PRD, la alianza opositora al PRI. El resultado fue bueno para millones de votantes, hartos de malos gobiernos estatales y, más que todo, para los priistas postulados por los opositores del PRI, pésimo para el PAN y de no ser por Gabino Cué, también hubiera sido así para las izquierdas. Hoy se pretende regresar al expediente tramposo de “el PAN o el narco”.

López Obrador tiene un reto mayor en esta lucha. Su tercería es fundamental para impedir que la Presidencia salga a hacer campaña a favor de su grupo. Seguramente, de no haber ocurrido la parcialidad de Fox, el tabasqueño ahora fuera presidente. Andrés Manuel dice que la política es cuestión de principios, no de ambiciones o de intereses personales. Su tesis está a prueba, obligado a demandar que la disputa se limite a los partidos, sus candidatos y los ciudadanos. López Obrador no sólo tiene autoridad moral, tiene la fuerza de la razón y el sustento de su indiscutible congruencia.

El PRI está desarmado. Sería un suicidio, como ocurrió hace seis años, que su candidato se enfrentara al Presidente. Las palabras de su dirigente Pedro Joaquín pesan, pero para los propios, no para la sociedad o los millones de electores independientes de los partidos. Los coordinadores tricolores de los diputados y senadores están ausentes. Contra el Presidente hablan poco, en muy baja voz. Uno, por el agravio de no haber ganado preferencia a pesar de sus poderosas alianzas políticas y mediáticas, de un activismo legislativo atractivo al círculo rojo y de una propuesta de reformas más ingeniosas que inteligentes. Otro, actúa con culpa, como si pesara contra él un inminente desvelo de actividades comprometedoras. Culpable y culposo han hecho que el PRI pierda fuerza en el Congreso. Una oposición con candidato, con propuestas, con estructura, con legisladores y gobernadores, pero sin dientes y fortaleza para contener el activismo partidario de la Presidencia.

El activismo del presidente Calderón se da en el contexto de una contienda ejemplar por la candidatura presidencial en su propio partido. Josefina Vázquez Mota mantiene una amplia ventaja. Cordero, favorito presidencial, ya casi empata a Creel, más por la baja de éste que por crecimiento propio. La imparcialidad del Presidente está a prueba en su propia casa. Propios y ajenos no le demandan heroicidad, sólo que cumpla con lo que la ley y la ética democrática le exigen.

Ricardo Alemán - ¿Pueden matar a un presidenciable?



Si recordamos el asesinato de Luis Donaldo Colosio —que bien a bien nadie aclaró a plenitud—, y si rescatamos de la memoria el crimen del candidato al gobierno de Tamaulipas, el priista Rodolfo Torre Cantú —también en el olvido—, la pregunta anterior no parece ociosa.

Pero si recurrimos a las elecciones celebradas en Michoacán el pasado 13 de noviembre, y al clima de violencia desatado por las bandas criminales antes, durante y después de ese proceso electoral local —incluido el crimen artero del alcalde de La Piedad, Ricardo Guzmán, cuando realizaba campaña electoral—, entonces la pregunta adquiere matices de verdadera preocupación.

Y en efecto, si preguntamos sobre la existencia de condiciones para que las bandas criminales intenten matar a un candidato presidencial, lo cierto es que la respuesta resulta escalofriante. Por donde se quiera ver, la respuesta es afirmativa. Sí, existen todas las condiciones para que tal o cual grupo criminal intente lanzar un atentado contra un candidato presidencial.

Y por supuesto que no se trata de adoptar una postura extrema, alarmista o irresponsable. No, simple y llanamente basta con pulsar la forma en que la violencia y el crimen se han entreverado con procesos electorales como el de Michoacán —entre muchos otros—, para concluir que existe un riesgo real y latente de que el crimen organizado se meta en los procesos electorales federales de 2012 y, en el extremo, decida atentar contra un candidato presidencial.

Y precisamente de todo eso se empeñó en hablar —en las semanas recientes— el presidente Calderón, quien apenas el pasado viernes pidió a los partidos y líderes sociales y políticos “unidad, en lugar de confrontación, ante las amenazas del crimen, que se ciernen contra activistas sociales, periodistas, candidatos, partidos y procesos electorales”.

Gritos y amenazas.

Sin embargo, está claro que un llamado de alerta como el que durante semanas ha enarbolado Felipe Calderón puede ser entendido como una maniobra político-electoral. De hecho, no resultaría descartable que el Presidente busque un beneficio político-electoral con esa estrategia.

Pero más allá de los beneficios que pueda buscar el Presidente —y que todos lo buscan en tiempos político-electorales—, lo cierto es que sí existen las condiciones para pensar en la posibilidad de atentar contra un candidato presidencial. ¿Y cuáles son esas condiciones? Vamos por partes.

Primero, vale la pena preguntar lo que hay detrás del intento de las bandas criminales —sean del crimen organizado, sean del narcotráfico—, al apoderarse de determinadas alcaldías y jefaturas de policía municipales, y por el control de tal o cual entidad del país, sea por la fuerza, la amenaza o, en el extremo, el pago de campañas y el triunfo electoral. Está claro que los criminales pretenden el control político y policiaco de los municipios y de los estados que son clave para su actividad criminal.

Ahora bien, cuando esas bandas no logran cooptar al alcalde y a sus policías por los medios convencionales —la amenaza y el dinero; la plata o el plomo—, y cuando los candidatos a alcaldes y/o diputados no aceptaron ser financiados en sus campañas por las bandas del crimen, entonces aparecen los métodos extremos: el asesinato, la desaparición, la amenaza a la familia, la quema de la casa, el crimen de un familiar o, de manera directa, el asesinato del implicado.

Ciegos y sordos.

Todo eso ocurrió en Michoacán, antes, durante y después de las pasadas elecciones del 13 de noviembre. Aquí denunciamos —por si lo olvidaron— que el crimen sacó de la contienda a poco más de 50 candidatos de los distintos partidos y a diversos puestos de elección popular, mediante el método de la amenaza de muerte. ¿Y a qué amo creen que responden los candidatos que relevaron a los aspirantes que fueron bajados por presiones del narcotráfico y el crimen organizado? No sirven al partido que los postuló y menos a una doctrina política.

Está claro que sirven a quienes les regalaron la candidatura y el dinero para ganar: a las bandas criminales. Y el escándalo es tal que hoy en Michoacán un número no determinado de alcaldes, regidores y diputados locales, están en funciones gracias a sus padrinos políticos y financieros: los criminales, que mantienen el poder fáctico en importantes regiones de esa entidad.

¿Y qué dicen de eso los líderes del PRI, del PAN y del PRD?, ¿qué dicen alcaldes, gobernadores, candidatos presidenciales? No dicen nada porque les conviene callar, porque prefieren de aliados silenciosos a los criminales o —lo peor y más lamentable— porque sólo les importa el poder por el poder, a pesar de que sea gracias al apoyo del crimen organizado.

Pero vamos más allá. ¿Por qué los criminales organizados mataron a un virtual gobernador como Rodolfo Torre Cantú?, ¿por qué los criminales mataron a un alcalde como el de La Piedad?

Los mataron porque posiblemente se cerraron todos los caminos de la negociación entre políticos y bandas criminales, y porque probablemente los políticos se negaron a transar con tal o cual banda criminal.

¿Por qué las bandas del crimen organizado y el narcotráfico han matado a decenas de periodistas y activistas sociales? Está claro que los mataron porque significaban un peligro para los criminales y porque de esa manera silenciaban voces entrenadas para la denuncia de fechorías criminales.

Nadie está a salvo

Y frente a una criminalidad desbordada que coopta cada vez más espacios de poder y que ha llegado al extremo de asesinar, no sólo a policías y alcaldes, sino a un virtual gobernador, a periodistas y líderes sociales entrenados en la denuncia; que corrompe jueces, calla medios, que ha infiltrado sociedades completas a grupos empresariales; que corrompen al clero católico, financia candidaturas a puestos de elección popular y hasta han metido a San Lázaro a un narcodiputado, los criminales organizados y los barones de la droga no están lejos de meterse a la contienda presidencial y, en el extremo, atentar contra el candidato presidencial incómodo a sus intereses.

¿Y cuál sería ese candidato? Aquel que se atreva a decir que su prioridad será combatir al crimen. ¿Por qué?

Porque podrán decir misa los detractores de Felipe Calderón; podrán recurrir al barato expediente de “los muertos de Calderón”, pero lo cierto es que las bandas criminales no soportarán un segundo gobierno como el de Calderón. Al tiempo

EN EL CAMINO.

El amor y la paz por decreto… ¿Quién lo dijo… quien? ¡Claro..! Hugo Chávez, el dictador bananero.

Lo mismo en http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=793788

Fuenteovejunos - Aguilar Camín


“Debajo de mi manto, al Rey mato”.
El Quijote, Prólogo

Hay una revolucionaria novedad en las redes sociales y en su impregnante contagio de los medios de opinión
tradicionales.

La democratización horizontal del habla pública apenas puede exagerarse, lo mismo que la multiplicación de sus emisores, el gran tumulto de la conversación a la vez diversa y simultánea de las redes sociales.

Es La Masa por otras vías, La Masa individualizada, con micrófonos propios y tribunas que cada quien se otorga y comparte con quien quiere: los medios masivos por medios personales.

No es una novedad menor. Se dirá que el tumulto se anula con el escándalo, la arbitrariedad y la diversidad de su propio torrente. Cierto, pero también se ordena y se impone con la espiral de sus modas, temas y tendencias favoritas.

Hay algo, sin embargo, en lo que esta novísima ágora, esta nueva forma de la masa, a la vez ubicua y elegible, es idéntica a las masas de todos los tiempos. En ella vive también el espíritu de Fuenteovejuna, el espíritu de la impunidad anónima, vengadora y arbitraria, que lincha en grupo, que actúa sus peores pasiones en el manto protector de la masa.

Las redes sociales rebozan fuenteovejunos.

Libertarios innegociables que no se atreven a dar su nombre. Radicales anónimos. Justicieros que lanzan el tuit y esconden su compu. Paleros disfrazados de ciudadanos. Pandilleros disfrazados de indignados. Linchadores vestidos de pueblo justo.

Son los instantáneos dinosaurios del internet, los falsos modernos que tienen instrumentos nuevos, pero hábitos públicos viejos. Y cursilería de todos los tiempos. Basta ir al identificador de alguno de estos insobornables demócratas anónimos para leer, en lugar de su modesto nombre y su posible oficio, vaciedades atontabobos del tipo: “Crítico sin concesiones, soñador sin límites, odiador de todo lo que debe ser odiado en nuestro país”. Y cosas por el estilo.

Fuenteovejunos.

Juan Villoro - Libros y poder


Libros y poder
Juan Villoro
9 Dic. 11

En los países que no leen, los libros adquieren insólito prestigio; son como talismanes que otorgan un poder desconocido. El caso de Enrique Peña Nieto así lo muestra.

Durante su visita a la Feria Internacional del Libro, el candidato del PRI a la Presidencia fue incapaz de mencionar en forma correcta un libro que no fuera la Biblia (título conveniente, que evita conocer al autor). Además confundió a Enrique Krauze con Carlos Fuentes. En otras palabras, actuó como un mexicano normal.

Pero sus aspiraciones no son normales. Esto explica que un amplio sector de la población -que a juzgar por las ridículas ventas de libros tampoco lee mucho- condene su incompetencia.

Aparentar cultura en una rueda de prensa no es muy difícil. Basta que un asesor te pase una tarjeta en la que inventa tu bibliografía.

Los políticos han desarrollado argucias para complacer a los escritores (cuya vanidad es fácil de tocar). Norman Mailer contaba que John F. Kennedy ejercía un método infalible: no elogiaba a un novelista por su obra más conocida, sino por algún volumen marginal o incluso fracasado. Ante esa inesperada mención, el autor se sentía al fin comprendido. De acuerdo con el método Kennedy, si uno se encuentra a Gabriel García Márquez, no debe encomiar Cien años de soledad sino Ojos de perro azul.

Por lo demás, tener aficiones culturales genuinas no garantiza un buen desempeño político. Rod Blagojevich, ex gobernador de Illinois que recita a Kipling de memoria, acaba de ser sentenciado por cargos de corrupción. Y no hay que olvidar que Hitler fue un pintor apasionado (Kokoschka no se perdonaría haberle ganado una beca: si se la hubieran dado a Hitler, habría dejado la política). Un artista puede ser un cretino e incluso un criminal.

Ya tuvimos un Presidente con veleidades de escritor. José López Portillo fustigaba el lenguaje para decir que sus enemigos eran "enanos del tapanco" y "zaratustras". Tristemente, es recordado por una frase poco literaria, su incumplida promesa de "defender el peso como perro".

"Somos los libros que nos han hecho mejores", escribió Borges. La frase admite un complemento: el efecto de la lectura no es automático; es necesario querer mejorarse en ella. Un campesino analfabeta puede tener una moral más alta que un profesor de Harvard. Los libros mejoran a quien así lo decide.

Lo que está en juego en el caso Peña Nieto no es su acercamiento a la cultura, sino lo que su pifia expresa de su condición política. El hombre que muchos ven como virtual Presidente asistió a un acto público sin la menor preparación. ¿Actuará con la misma superficialidad en otras áreas? Hubiera sido sencillo que alguien de su equipo le pasara una lista con suficientes autores nacionales para lucir patriota, pero se sintió tan encima de la circunstancia que ni siquiera buscó una excusa del tipo: "Prefiero no decir títulos para no dejar fuera a nadie". Habló como quien cumple una rutina inerte, mostrando las posibilidades de un hombre hueco. No se equivocó un líder sino un robot. Peña Nieto no delató que estaba mal preparado, sino mal programado.

Tampoco calculó el paradójico peso que los libros tienen en un país donde los maestros no leen pero se espera que un líder sea tan excepcional que pueda mencionar tres títulos.

En México los libros adquieren una fuerza social compensatoria. Se habla de ellos en el tono reverencial que se le otorga al objeto sagrado, o por lo menos inaccesible. Esto explica que en Twitter la laguna cultural de Peña Nieto se transformara en un dinámico trending topic. ¿Cómo evaluar la condena masiva en las redes sociales? La lección política parece ser la siguiente: causa escándalo que el poderoso no domine una actividad que casi nadie practica, pero que se considera positiva; el libro puede ser ignorado por la mayoría, pero no por quien pretende gobernar. Al modo de una bola de cristal, semeja un recurso de poder, intangible y oracular. Por eso los políticos suelen tener bibliotecas escenográficas que no han leído.

El affaire también revela el desplazamiento del juicio al que somos tan proclives. La incapacidad de Peña Nieto no se juzga en su campo de acción. El político mexiquense representa el nuevo eslabón de la impunidad. Los 71 años en que el PRI confundió lo público y lo privado regresan de la mano de quien perfeccionó la opacidad ante los delitos de Atenco y Arturo Montiel. Eso bastaría para invalidar su candidatura. Pero el consenso no depende de la información. ¿La mala memoria de quienes lo mantienen como favorito en las encuestas será puesta a prueba por la mala memoria del político ante la literatura?

De 116 millones de mexicanos, sólo 500 mil compramos libros por gusto. Integramos un grupúsculo que trata de ampliarse con entusiasmo y pocos logros. Para la mayoría de la población, lo importante es que lea el Otro, el "picudo", es decir, el Presidente.

El ridículo de Guadalajara no definirá la campaña electoral; sin embargo, reveló que en un país donde las representaciones son más importantes que los hechos, los símbolos también votan.



Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/637/1273173/

Ramnr recomienda algo de lectura para este domingo

Antes de lanzarse a la fama, Jorge Luis Borges fue bilbiotecario, gente con mucho, mucho tiempo para leer. Este caso se parece al de Albert Eisntein que fue encargado de la oficina de patentes, antes de ser declarado genio y sus genialidades:


Jorge Luis Borges
(19 de diciembre de 1978)
Primera pregunta: ¿va a hacer usted conmigo lo que sue¬le hacer con todos los periodistas?
—¿Y qué hago?
Tomarles el pelo sin ninguna misericordia.
—Jamás he hecho eso en mi vida. Sucede que yo siempre he contestado sinceramente. Y todo el mundo prefiere suponer que esas contestaciones mías son bromas o ironías. Yo soy una persona educada, no le tomo el pelo a nadie. Y espero que no me lo tomen, tampoco.
¿Sigue insistiendo en esa delicia de frase: la democracia es un espejismo de la estadística?
—Es un abuso de la estadística. Eso es verdad, es evidente.
¿Por qué evidente?
—Porque si se tratara de un problema matemático nadie su¬pondría que la mayoría de la gente puede resolverlo. En polí¬tica, sin embargo, sí se supone que la mayoría tiene la razón. Eso se vio en mi país, cuando el que sabemos obtuvo nueve millones de votos…
El que sabemos… ¿Perón, verdad?
—Sí.
Su odiado Perón… Borges, usted lo llamó cobarde y rufián.
—Bueno, podría haber empleado palabras más duras…
¿Pero le parece justo eso? ¿Ahora que él está muerto y han pasado algunos años?
—Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muer¬to no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo: no hay cosa como la muerte para mejorar la gente.
Usted dijo alguna vez: «Yo siempre le pido a Dios —que no existe— el privilegio de dudar hasta que muera». ¿Sigue us¬ted dudando, Borges?
—No. Yo ahora estoy seguro de que no hay otra vida y que no hay Dios. Es una certidumbre que me satisface, me tranqui¬liza. Saber que todo esto pasará, que yo me olvidaré, que seré olvidado… Yo soy un hombre ético pero no religioso.
Ha dicho también, Borges, que considera un bochorno vi¬vir tanto y que quisiera morirse. ¿Esa proximidad a la muerte no lo conduce a Dios?
—No. Me conduce a la esperanza de que no haya Dios y que no haya otra vida. Desde luego, las Sagradas Escrituras, lla¬mémoslas así, aconsejan vivir hasta los 70 años. Yo he cumplido 79. Recuerdo cuando mi madre cumplió 98 años —ella murió a los 99— y me dijo: «¡Caramba, se me fue la mano!».
Usted es para muchas gentes tan edípico, Borges…
—¿Por qué?
Su relación con su madre fue siempre tan intensa, tan ob¬sesiva… ¿No cree que había algo de edípico en ello?
—Bueno, como dijo Chesterton lo único que sabemos de Edi¬po es que no padecía del complejo… Yo tengo un recuerdo tan puro y tan grato de mi madre. Ella ha muerto hace tres años. Yo no he querido cambiar nada de su pieza. Y cada vez que vuel¬vo a casa me asombro de que ella no esté esperándome. A la sirvienta, que es mujer del pueblo y que habla guaraní aparte del castellano, le pregunto: ¿Usted no la siente a madre? Y ella me dice: «Pero claro que la siento. La señora está aquí». No me lo dijo para alarmarme sino, al contrario, para tranquilizarme. Y entonces le hice otra pregunta: ¿Si usted la viera a mi madre en su cuarto, sentiría miedo? Y esta muchacha, la correntina, me dice: «¿Por qué miedo? Si no le tenía miedo cuando vivía, ¿por qué ahora habría de sentir miedo?».
Borges, usted ha cultivado una sorprendente modestia en torno a la estimación de su propia obra…
—Bueno, es que yo quiero ser olvidado…
Pero usted sabe que es un gran escritor.
—No creo. Yo no tengo obra. Mi obra es…
Una miscelánea…
—Una miscelánea, una ilusión óptica lograda por la tipografía.
Me está tomando el pelo, Borges. Usted no puede pensar eso de su obra.
—Claro que sí. Lo que me parece raro es que la gente sea tan indulgente conmigo. A mí no me gusta tanto lo que yo escri¬bo. Claro que eso le pasa a todo escritor. Se han escrito libros sobre mí y yo no he leído ninguno. Alicia Jurado escribió un libro sobre mí, que me aseguran que es muy bueno, y yo le dije: «Alicia, tú sabes que leo todo lo que escribes pero en este caso no voy a leer tu libro porque se trata de un tema que no me in¬teresa o que, quizá, me interesa demasiado».
Como se lo recordó un periodista hace algún tiempo, Car¬pentier dice de usted que sus opiniones políticas son incalifica¬bles…
—No conozco a Carpentier. En cuanto a mis opiniones políticas, no creo que tengan importancia. Cuando escribo trato de prescindir de mis opiniones. La literatura es una operación mis¬teriosa. Recuerdo aquí algo que dijo uno de mis autores preferidos, Kipling: «A un escritor le está permitido componer fábulas, pero no puede saber cuál es la moraleja». Es decir, un escritor no puede sa¬ber cuál será el resultado de lo que escribe en la mente de otros. Y eso le sucedió al propio Kipling, que, a pesar de ser inglés, demues¬tra en sus obras una evidente simpatía por la India y cuya casa na¬tal, en Bombay, es ahora un museo. Las opiniones son generalmente superficiales, cambian…
Y usted ha cambiado ¿verdad? Fue comunista, fue radical, hoy es conservador.
—Sí, pero ser conservador es una forma de ser escéptico. Cuando me afilié al partido conservador dije algo que molestó…
Que solo los caballeros siguen las causas perdidas.
—Sí. Porque me preguntaron: «¿Usted va a afiliarse? Pero es¬ta es una causa perdida». Y yo dije: «A un caballero solo le in¬teresan las causas perdidas». Y después dije otra cosa que los molestó: que el partido conservador tenía la ventaja de no poder provocar ningún fanatismo.
¿Nunca se ha sentido irresponsable cuando habla de polí¬tica?
—Yo tengo mi conciencia clara. Nadie puede tomarme por comunista, por fascista, por nacionalista…
Usted fue condecorado por Pinochet…
—Sí. Yo creo que Pinochet es un buen gobernante. Ese es el único Gobierno posible, así como el de Videla es el único Gobier¬no posible en Argentina. Estoy hablando de determinados países en determinadas épocas. ¿Pero por qué importan tanto mis opinio¬nes políticas?
Porque usted es, aunque no lo quiera, un líder de opinión y lo que usted dice se toma con respeto…
—Pero no tiene por qué aceptarse. Yo mismo no estoy muy seguro de lo que digo.
Claro que no tiene por qué aceptarse. A mí me parece inaceptable lo que dice. Estamos de acuerdo.
—Si estamos de acuerdo, podemos cambiar de tema… Yo tengo mi conciencia cívica limpia. Por ejemplo, yo era director de la Biblioteca Nacional, que es un cargo no bien rentado pero muy visible. Cuando supe el resultado de ciertas elecciones, renuncié. Mi madre me dijo: «No podés servir a Perón decorosa¬mente». Claro que no, le dije yo.
¿Esa fue la última vez, verdad? Porque la primera…
—La primera vez yo era simplemente bibliotecario…
¿Y es cierto que los peronistas lo nombraron inspector de precios?
—No, no. Me nombraron inspector para la venta de aves y huevos, para que yo renunciara. Yo comprendí e inmediatamen¬te renuncié. ¿Qué sabía yo de venta de aves y huevos en los mer¬cados? No poseía la erudición necesaria. Y la verdad es que les agradezco a los peronistas. Porque si esto no sucede yo hubiera seguido en esa pequeña biblioteca de barrio, ganando 240 pesos mensuales. Dos o tres meses antes de que ocurriera aquello yo fui a una reunión con unas señoras inglesas. Y había una de ellas que leía el porvenir en las hojas de té. Me dijo que iba a hablar mucho, que iba a viajar, que iba a ganar dinero hablando. Yo nunca había hablado antes en público. Pero así sucedió. Me echaron de ese cargo y tuve que resignarme a dar conferencias, cosa que me aterraba.
Usted ha dicho que de sus obras tal vez se puedan resca¬tar seis o siete páginas. ¿Cuáles?
—Es que si nombro una quizá me dé cuenta de que no es res¬catable… A ver… Hay un poema que se titula «Otro poema de los dones»…
¿Es posterior a «Elogio de la sombra», verdad?
—No recuerdo bien la cronología de mis obras… Hay un poe¬ma sobre mi bisabuelo, el coronel Suárez, que comandó la carga de caballería peruana en la batalla de Junín. Tenía 26 años.
Y el prólogo a Lugones…
—¡Ah, sí! Yo creo que eso es lo mejor que he escrito. Vamos a condenar todo lo demás y vamos a salvar ese prólogo, ¿qué le parece?
Ese texto es absolutamente magistral pero no puedo estar de acuerdo en que sea lo único salvable… Es extraño, sin em¬bargo, oír de usted palabras generosas sobre algo de su obra.
—Hay también un poema que se titula «El otro tigre». Es lin¬do también, la verdad… Mis amigos me dicen que soy un in¬truso en la poesía. Yo creo que no. En todo caso, mi poesía es más inmediata y más íntima que mi prosa. La prosa siempre ha sido un objeto que yo he fabricado. Pero tengo la impresión que la poesía es algo que sale directamente de mí. Ahora, ¿qué haríamos sobre ese prólogo a Lugones? ¿A usted qué le parece? ¿Es poesía o es prosa? Creo que la diferencia es formal. De al¬guna manera es poesía también, ¿no?
Eso creo yo también… Sin embargo, usted tiene una ima¬gen, digamos pública, de escritor cerebral, casi glacial a veces.
—No soy frío. Desgraciadamente, soy incapaz de pensamien¬tos abstractos. He leído a los filósofos, pero me dejo llevar por la belleza de una frase. «Peregrina paloma imaginaria / que enar¬deces los últimos amores / alma de luz, de música y de flores / peregrina paloma imaginaria…». Que no quiere decir absoluta¬mente nada, pero que es muy linda… El otro día encontré esta metáfora, que es tan hermosa: «Si no me hubieran dicho que era el amor yo habría creído que era una espada desnuda». ¿No es lindo y terrible? «Si no me hubieran dicho que era el amor yo habría creído que era una espada desnuda».
¿Dónde la halló?
—En una página de Kipling. ¿Increíble, verdad? No parece de Kipling. Cuando un verso es muy bueno ya no pertenece a nadie ¿no? Se diría que cuando un verso es característico del au¬tor ya no es excelente.
¿Alguna vez ha sentido el impulso de plagiar?
—Continuamente… Aunque, en verdad, la palabra plagio es errónea. El idioma es una serie de plagios, de convenciones. En la escultura, por ejemplo, todas las estatuas ecuestres serían pla¬gios de la primera estatua ecuestre. Todos los cuadros de la Vir¬gen y el Niño se parecen. Y en literatura hay tan pocos temas.
Borges, usted ha dicho varias veces de sí mismo que es un desdichado. ¿Pero sabe una cosa? Ni en su obra ni en su ros¬tro hay desdicha.
—Sí es cierto… Creo que nuestro deber es no ser desdicha¬dos. Yo he escrito muchas letras de milongas y en una de ellas, que trata de un compadrito al que lo mataron, digo: «Entre otras cosas hay una, de la que no se arrepiente nadie en la Tierra; esa cosa es haber sido valiente. Siempre el coraje es mejor, nunca la esperanza es vana. Vaya pues esta milonga para Jacinto Chi¬clana». Jacinto Chiclana se llamaba el compadrito. Tengo otra sobre otro compadrito que se llamaba Alejandro Albornoz, que peleó contra muchos y entre muchos lo mataron a puñaladas. La milonga concluye así: «Un acero entró en el pecho: ni se le movió la cara; Alejo Albornoz murió como si no le importara»… Yo estaba buscando una frase para que él la dijera. Pero creo que así quedó mejor, ¿no?
Usted admira la valentía pero siempre ha dicho que no ha sido valiente.
—Que lo diga mi dentista… La verdad es que en cualquier destino uno puede ser valiente o puede ser cobarde. Un hom¬bre, por ejemplo, que acepta que una mujer no lo quiere es valiente a su manera.
Usted dijo alguna vez algo que me pareció terrible: que tanto su padre como su abuelo virtualmente buscaron la muerte, por valientes; y que usted no se atrevería a hacer lo mismo…
—Sí, mi abuelo, el coronel Borges, se hizo matar en la bata¬lla de Laverde, en 1864, durante una revolución que organizó Mitre y que fracasó. Por razones políticas, mi abuelo decidió ha¬cerse matar. Se puso un poncho blanco, montó un caballo tordi¬llo, avanzó al trote hasta las trincheras enemigas y le metieron dos balazos. Mi padre sufría de hemiplejía y él me dijo: «Yo me hubiera debido meter un balazo. No te voy a pedir a ti que lo hagas, pero me las voy a arreglar, no te aflijas». Efectivamente, rehusó todo alimento, toda medicación, solo tomaba agua y se dejó morir. Fue un suicidio poco escénico. Yo escribí un soneto sobre eso: «Te hemos visto morir con el tranquilo ánimo de tu padre ante las balas…».
Borges, usted no lee desde 1955…
—Sí, pero tengo amigos que me leen. Seis o siete amigos buenos que me visitan siempre y que me leen…
Así conoció a García Márquez…
—Claro, un gran escritor, aunque creo que el principio de Cien años de soledad es mejor que el final. Pero es normal. Al final el autor se cansa.
García Márquez es casi el único escritor latinoamericano de hoy sobre el que usted emite una opinión…
—No. Hablando de argentinos, por ejemplo, le diría que Ma¬llea es un excelente escritor…
¿Cortázar?
—No. Cortázar se ha perdido en juegos formales.
¿Por qué sigue comprando libros, tantos libros?
—¡Qué raro! Es un poco de superstición, ¿eh? Acabo de ad¬quirir una enciclopedia alemana que quería tener desde hace muchos años. No puedo leerla pero sé que está ahí y es esa presen¬cia lo que importa.
Quizá, Borges, si hubiera leído a Sartre, como no lo ha he¬cho…
—No, lo he leído…
…Se habría sentido tan próximo cuando él habla en Las palabras de ese fetichismo por los libros que sintió desde niño. Porque es eso, ¿no?
—Es el objeto del libro, sí… Si me hablan de un libro sagra¬do, lo entiendo. Pero si me hablan de una revista sagrada, o de un disco sagrado, ya no. Quizá dentro de 500 años se hable de discos sagrados y de periódicos sagrados.
Hablando de discos y periódicos sagrados, ¿por qué fue us¬ted tan duro con Estados Unidos?
—Es que viví cuatro meses ahí. Y me encontré con un gran país hecho de individuos muy mediocres. En la Universidad de Michigan hay un curso, para estudiantes que tienen de 25 a 30 años, de conversación en inglés. Y yo le digo a la profesora: ¿Qué les enseña? Y me dice: «Bueno, yo les digo que un buen método para agilizar el diálogo es hablar del tiempo: se puede decir que ha nevado, que ha dejado de nevar, que nieva o que va a ne¬var». Bueno, los estudiantes tienen que aprender esa miseria y tomar notas… ¿No le parece triste? Otro día hablaba con unos estudiantes a los que solo les faltaba la tesis para ser doctores en letras. Yo cometí el error de mencionar a George Bernard Shaw. «¿Who’s he?», me preguntaron. ¿Qué les parece? Es espan¬toso.
¿Sigue pensando que la literatura española no existe?
—Creo que fuera de tres o cuatro libros podría prescindir de la literatura española. La literatura española comenzó admirable¬mente. El romancero es admirable. Fray Luis de León es un gran poeta. San Juan de la Cruz también. Y luego… Garcilaso repite lo que había hecho en Italia. Y con Quevedo y Góngora todo se vuelve rígido, ya empieza lo barroco. De todo esto se salva El Quijote, sobre todo su segunda parte. Lo demás de Cervantes es horroroso.
Borges, de su desdén por las multitudes…
—No es que las desdeñe, es que no existen, son abstracciones…
Bueno, de ese desdén surge su convicción de que el fútbol o el tango son algo estúpido ¿verdad?
—A mí me gustan algunos tangos. Me gusta «El choclo», por ejemplo. Me gustan los tangos viejos. Lo que pasa es que con Gardel se inicia la decadencia. Ahí empieza el sentimiento. El tango no puede ser sentimental. Nace en los prostíbulos y las pri¬meras letras son muy obscenas.
¿Por qué no ha escrito una novela, Borges?
—Yo no soy lector de novelas. ¿Por qué voy a ser escritor de novelas? La novela no me gusta, es un género que me desagrada.
¿Por qué?
—Porque está lleno de ripio. En un cuento de Kipling, o un cuento de Henry James, todo es esencial. En las novelas hay mucho de inservible. Tienen que ponerle paisajes, digresiones, in¬tervienen las opiniones del autor.
¿Y la poesía?
—Sigue siendo lo más importante. Esa convicción la tengo con toda el alma y con todo el cuerpo. Es mi mayor necesidad…
Borges, lo está llamando su secretaria…
—Bueno, lo siento, tenemos que terminar, lo siento… Discre¬pamos de muchas cosas, ¿verdad? Pero eso está bien. Porque entenderse es una miseria.

Video espectacular sobre la naturaleza

Un video maravilloso sobre el planeta en el que vivimos


Cortometraje muy corto.


Alex Prager  es una fotógrafa que  fue seleccionada por el MoMA para su exposición “New Photography”. Sus imágenes son un cruce entre fotogramas de Hitchcock, literatura pulp, muchas horas de revistas de moda y alguna que otra en el cine. En ellas hay mujeres, muchas y maquilladas, mucho; algunas son anónimas y otras menos.

A propuesta del New York Times, realizó 13 minicortometrajes sobre "Touch of Evil"

Aquí el cortometraje que hizo con la actriz Kirsten-Dunst.





También hizo cortometrajes con George Clooney, Brad Pit, Ryan Gosling, Glenn Close entre otros.

Ve todos los cortos en http://www.nytimes.com/interactive/2011/12/06/magazine/13villains.html#