domingo, 24 de junio de 2012

Jaime Sánchez Susarrey - El despeñadero

Jaime Sánchez Susarrey
Todas las encuestas recientemente publicadas le otorgan una enorme ventaja a Enrique Peña Nieto. El promedio de 6 casas (Reforma, Mitofsky, OEM, Excélsior, Milenio y El Universal) arroja los siguientes números: EPN 43.5%, AMLO 28%, JVM 25.4% y GQ 3.1%.

La más sintomática de todas es la de Reforma. A finales de mayo, registraba una competencia muy reñida: 38% EPN vs 34% AMLO. La diferencia ahora, es de 12 puntos (42% vs 30%).

La verdadera incógnita no está en quién ocupará el primer sitio, sino en el empate técnico que se registra en el segundo lugar. El promedio de las 6 casas es de 2.6% a favor de AMLO sobre JVM, que se sitúa dentro del margen de error (+ - 3%). Así que la moneda está en el aire.

La distancia que separa al puntero del segundo lugar ha sido consistente. A principios de la contienda, Peña Nieto llevaba una ventaja de casi 20 puntos. Esa diferencia se ha reducido, pero continúa siendo enorme. Baste recordar que en 2006, según los números de Covarrubias y Asociados (C&A), casa encuestadora de la Coalición por el Bien de Todos, AMLO tenía una ventaja de 12 puntos sobre Calderón.

Sin embargo, López Obrador y sus camaradas insisten en 2 cosas: a) las encuestas publicadas son pura propaganda; b) ellos tienen sus propios sondeos donde van arriba. Escuchar al rayito de esperanza repetir esa tarabilla no sorprende. Fue exactamente lo que dijo hace 6 años. Pero resulta penoso que Jesús Zambrano y Jesús Ortega se monten en semejante disparate.

El antecedente está allí y es conocido por todos ellos. La ventaja de 12 puntos con la que arrancó la elección de 2006 se fue reduciendo paulatinamente hasta que a finales de marzo y abril se registró un empate entre AMLO y Calderón. Estos números no sólo eran de la mayoría de las casas encuestadoras, sino también de C&A.

Y según el testimonio de Ana Cristina Covarrubias, por esas fechas dejó de publicar los resultados de sus encuestas, porque ¿qué necesidad tenía de divulgar tendencias que no favorecían a su cliente?

Por cierto, la última encuesta publicada por C&A en este proceso electoral fue el pasado mes de mayo y otorgaba una ventaja de 10 puntos a EPN. Desde entonces a la fecha, la casa encuestadora de AMLO ha guardado un prudente y elocuente silencio, como en 2006.

El hecho es que hace 6 años en el Auditorio Nacional, a principios de abril, López Obrador empezó a difundir sus propios números: AMLO 40%, FCH 30% y Madrazo 30%. Las cifras de C&A para ese mismo mes eran completamente distintas: AMLO 34%, FCH 31%, Madrazo 21%.

López Obrador repitió como un mantra que llevaba esa ventaja de 10 puntos hasta el 1º de julio de ese año. No importaba que todos los sondeos, incluido el de su casa encuestadora, arrojarán un empate técnico entre él y Calderón. La pregunta a formular es quién y con qué metodología le proveyó esas cifras.

La respuesta sigue siendo un misterio. Nunca lo dijo. Pero no hay duda que es la misma “casa encuestadora” que ahora lo sitúa, según él, 2 ó 3 puntos arriba de Peña Nieto. El hecho es que la negativa a reconocer las tendencias de los sondeos de opinión en 2006 se convirtió en el paso previo a la denuncia de un gran fraude.

Las mentiras y los delirios no terminaron allí. Pasadas las 11 de la noche del 2 de julio en el Hotel Marquis Reforma y hacia la una de la madrugada del 3 de julio en el Zócalo, afirmó que los conteos rápidos le otorgaban una ventaja de 500 mil votos. Pero la realidad era completamente diferente.

La noche del 2 de julio sólo una encuesta de salida, la de C&A, le otorgó una ventaja de 2.4 puntos. Tres declaraban empate: Parametría, Ipso-Bimsa y Mitofsky. Y las 7 restantes le otorgaban una pequeña ventaja a Felipe Calderón: BGC, Gaussc, Arcop, Presencia Ciudadana Mexicana, GEA-ISA, TV Azteca y Mirac.

Y lo más importante: todos los conteos rápidos, basados en las actas de casillas, incluido el de Covarrubias y Asociados, le otorgaron la ventaja a Felipe Calderón, coincidiendo con los números del Programa de Resultados Preliminares del IFE. En otras palabras, López Obrador mintió a sabiendas en el Zócalo y en el Hotel Marquis de Reforma.

Él sabía que los 500 mil votos de ventaja eran inexistentes y sabía también que los resultados de los conteos rápidos le eran adversos. Pero nada de eso importó. La estrategia había sido delineada desde el mes de abril, cuando el empate con Calderón era un hecho. Porque hubiera resultado completamente contradictorio reconocer esas tendencias y, luego, denunciar un fraude.

Hoy, la historia se repite a pie juntillas. Si bien de manera mucho más acusada. Por eso no reconoce que la ventaja de Peña Nieto es, cuando menos, de 12 puntos. Hacerlo equivaldría a cancelar la posibilidad de denunciar un fraude.

De ahí la ambigüedad. Un día declara que le harán la guerra sucia, y si falla, tramarán un fraude en su contra. Al día siguiente corrige y dice que respetará el resultado de la elección. Pero luego señala que las televisoras pretenden imponer a Peña Nieto.

La ruta, pues, está claramente trazada. La derrota de AMLO será la confirmación absoluta de un fraude electoral. La única prueba aceptable de comicios limpios y transparentes es su victoria. Nada más y nada menos.

La tarde y noche del 1º de julio veremos la reedición del 2 de julio de 2006. López Obrador se proclamará vencedor y desconocerá el resultado de la elección.

La gran pregunta es si Marcelo Ebrard y Nueva Izquierda lo seguirán en su aventura hacia el despeñadero.

Leído en: http://www.am.com.mx/Columna.aspx?ID=20711

Juan Villoro - Encuéntame otra vez

Juan Villoro
Alguien recuerda la época primitiva en que la realidad dependía de los sucesos? Gracias a la tecnología y a numéricos métodos de conocimiento, ahora conocemos los hechos antes de que ocurran. Al fin nuestra vida se parece al periodo clásico maya, donde el acontecer estaba previsto en la rueda del cosmos.

Las estadísticas y los sondeos de opinión han logrado que dispongamos de una cosmogonía confiable, que no depende del tránsito de Venus ni del carácter de los dioses, sino de números, tendencias y porcentajes. Considerados de uno en uno, los individuos no dejan de ser caprichosos e insondables; sin embargo, su comportamiento colectivo responde a patrones fáciles de medir y de prever.

En tiempos anteriores a las encuestas, Descartes pudo celebrar la duda. Hoy en día esta molestia ya no es necesaria, al menos en lo que toca a las preferencias sociales. El principio de incertidumbre se ha convertido en una superstición, y la experiencia, en un fenómeno preventivo que adelanta certezas.

Los resultados se conocen de antemano. Cuando un chicle de sabor inédito sale al mercado, los especialistas ya saben cuántas bocas lo habrán de masticar.

La ansiedad anticipatoria se vuelve crónica en temporada electoral. Todos los días las encuestas confirman lo que ya sabemos. Esto resulta tranquilizador para quien está conforme y deprimente para quien desearía concebir una esperanza.

¿Las encuestas tienen la capacidad profética de que el destino se ajuste a lo que anuncian? ¿Hay un cálculo orquestado para que esto ocurra o la voluntad de los mexicanos es tan pareja que resulta inmutable? Como se trata de preguntas sin respuesta, narro una anécdota que ofrece una parábola sobre el asunto.

Federico Cifuentes Bing, ex condiscípulo de la carrera de Sociología, me saludó el otro día con una frase enigmática: “Soy el margen de error”.

Desde hace años se dedica a la sociometría. El mundo es para él un pay que se rebana en porcentajes. Me habló de “frecuencias de flujo”, “puntos de inflexión” y otras expresiones de su oficio. Estaba por despedirme cuando repitió: “Soy el margen de error.

No existo”.

No hay nada tétrico en mi amigo. Es tan optimista que cree que el desodorante de vainilla mejora su coche y que los pelos que cruza al modo de un queso de Oaxaca ocultan su calvicie. Sin embargo, era capaz de decir: “No existo”.

Por azares del destino había sido encuestado cinco veces en las últimas semanas. En un principio, le pareció magnífico ayudar a medir la intención de voto. Pero en las cinco ocasiones se quedó con la impresión de que el sondeo había sido inútil.

Los datos eran idénticos a los previstos en una encuesta anterior. Para poner a prueba el sistema, votó de manera distinta en cuatro ocasiones y en la quinta anuló su voto con sincero hartazgo ciudadano.

Aunque un voto no puede marcar una diferencia, mi amigo se identificó con el margen de error del 3%. Es lógico que un experto en sociometría se deprima más que otras personas por su falta de impacto estadístico.

Federico vio esos ejercicios como un test psicológico. Pero no todo tenía que ver con la voluntad colectiva. Su segunda mujer lo había dejado y sus hijas no le hablaban. “Sólo tengo amigos en Facebook”, dijo en tono de humillación social.

“¿Hace cuánto que no me hablas por teléfono?”, agregó, incluyéndome en su vida sin consecuencias.

“Haga lo que haga, todo sigue igual: ya sé quién va a ganar las elecciones y ya conozco todas las maravillas que no me van a suceder. El futuro, mi futuro, ya sucedió”, se tocó el pecho como un mártir sobreactuado.

Me pregunté si en su sistema de valores habría algo que equivaliera al voto útil y pudiera salvarlo del suicidio.

En ese momento crepuscular, el cielo llegó en nuestro auxilio. Comenzó a llover. Por unos segundos no hubo otra noticia que el agua. Nos refugiamos en el quicio de una cochera. Federico revisó el pronóstico del tiempo en su iPhone: los meteorólogos habían anunciado una tarde despejada.

Este error le devolvió la confianza en el destino. “¡Hay cosas que no pueden predecirse!”, sonrió con dicha demencial. No quise estropear su ánimo recordándole que los errores de los expertos en el clima son tan frecuentes que conforman estadística.

Federico Cifuentes Bing volvía a creer en el asombro. “¡Que me encuesten otra vez!”, exclamó, convencido de que aún es posible que un sondeo revele una realidad inédita.

Me dio un abrazo y caminó bajo la tormenta, alzando el rostro, como si recibiera un bautizo, satisfecho de avanzar hacia un horizonte incierto.

Mientras tanto yo llegaba a otra conclusión. Las elecciones se celebran en temporada de lluvias para que el cielo -residencia de las cosmogonías antiguas- nos recuerde que existen el viento y las sorpresas, que no todo está previsto en la estadística y que las voluntades pueden cambiar como las nubes.

Leído en: http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=99817

CACAROOOO!!! PRIMERA FUNCIÓN

Janis, the way she was
(1974) 
Documental Canadiense 
Director: Howard Alk




Película biográfica sobre Janis Joplin, desde sus orígenes en Texas hasta Woodstock y el mega estrellato. Muestra presentaciones de Big Brother y The Holding Company. La voz más desgarradora del rock en un documental tan conmovedor como imprescindible. Tiene mucho material en vivo con sus distintas bandas.






CACAROOOO!!! SEGUNDA FUNCIÓN.

El secreto de la pirámide. 
(1985)
 País: USA
Director: Steven  Spielberg.



Sinopsis
El secreto de la pirámide (llamado originalmente Young Sherlock Holmes en inglés). En el Londres de 1870 en la prestigiosa universidad Brompton Academy, el joven Sherlock Holmes (Nicholas Rowe) conoce al que será un gran amigo suyo, Watson (Alan Cox). Varias personas de la ciudad son atacadas por un misterioso encapuchado con dardos venenosos, provocando que acaban suicidándose. Holmes sospecha que los suicidios no son casuales, sino asesinatos, pero el Inspector de Scotland Yard, el Inspector Lestrade, niega que haya relación entre las muertes. Entre tanto, Holmes se enamora de la sobrina de su mentor Rupert T. Waxflatters (Nigels Stock), Elizabeth (Sophie Ward).






UN POEMA DE:

Luis Gonzaga Urbina
(1868-1934)

La herida

¿Qué si me duele? Un poco; te confieso
que me heriste a traición; mas por fortuna,
tras el rapto de ira vino una 
dulce resignación.... Pasó el exceso. 

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso? 
El amor es un huésped que importuna; 
mírame como estoy, ya sin ninguna 
tristeza que decirte. Dame un beso. 

Así, muy bien; perdóname, fui un loco; 
tú me curaste –gracias-, y ya puedo 
saber lo que imagino y lo que toco. 

En la herida que hiciste, pon el dedo. 
¿Qué si me duele? Sí; me duele un poco, 
mas no mata el dolor.... No tengas miedo.






Más en: http://www.los-poetas.com/i/urbina.htm
http://amediavoz.com/urbina.htm

Mijail Zóschenko - La psiquiatría

Mijail Zóschenko
(1894-1958)

La psiquiatría

Ayer estuve en la clínica para curarme. Había un enorme gentío. Casi como en el tranvía. Lo más curioso de todo era ver la hilera de gente que quería consultar al psiquiatra. Yo le dije a mi vecino:
– ¿Sabe usted? Lo que me asombra es la cantidad de gente que está enferma de los nervios. Forman una mayoría abrumadora . Un ciudadano bastante gordo, que posiblemente había sido antes un verdulero o quién sabe qué demonios, dijo:
– ¿Qué tiene eso de extraño? La humanidad quiere comerciar, y aquí lo único que puedes hacer es mirar. Por eso yo estoy enfermo.
Otro, de semblante ceroso, seco, con una vieja guerrera, salta y dice:
– Oiga usted, cuidado con lo que dice, porque, de lo contrario, voy a telefonear a donde corresponde y ya le darán a usted humanidad.
Un hombre con bigote gris pretendió aplacar los ánimos.
– ¿Qué le importa a usted esa gente? –dijo, dirigiéndose al del rostro ceroso–. Son simplemente ignorantes. No saben nada. No; las enfermedades nerviosas tienen causas mucho más profundas. La humanidad está desbordada. La razón del auge de las enfermedades nerviosas está en la ciudad, en los tranvías, los balnearios... la civilización, en suma. Nuestros antepasados de la Edad de Piedra vivían y bebían a placer, y hacían esto y aquello sin resentirse de los nervios. Hasta creo que entonces ni siquiera tenían médicos.
Y el de la cara cerosa dice: 
– ¡Ah!, no le gusta la civilización, ¿eh? ¿No le gusta nuestra administración? Bonita manera de hablar, dentro de un establecimiento soviético. No mezcle usted la ciencia con sus opiniones burguesas. ¿Sabe usted cómo se arreglan esas opiniones? 
En este momento llama el médico: 
– El siguiente. 
Y el hombre de rostro ceroso, con su vieja guerrera, se apresura, sin terminar la frase, y desaparece detrás del biombo. 
Al poco rato oímos que al otro lado del biombo el enfermo dice: 
– En realidad, estoy completamente bien; lo único que padezco es de insomnio. Duermo mal. Recéteme algunas gotas o algunas píldoras. 
El médico le contesta: 
– No, píldoras no le receto. No hacen más que perjudicar. Yo me atengo a los modernos métodos terapéuticos. Yo busco la causa de la enfermedad y la ataco en su raíz. Ese es mi método. Usted tiene el sistema nervioso deshecho. Y ahora le pregunto: ¿Ha sufrido usted alguna emoción? Piense bien. 
En un principio, al enfermo le cuesta comprender; luego suelta diferentes sandeces, y, por fin, afirma que no ha sufrido nunca emoción alguna. 
– Piense usted bien –insiste el médico–. Es muy importante recordar la causa. Ya la encontraremos, la analizaremos, y quizá vuelva usted a recobrar la salud. 
El enfermo repite: 
– No, no he sufrido emociones. 
– Está bien –dice el médico–; quizá se ha excitado por algo. 
Alguna excitación violenta, algún trauma, ¿eh? 
– Sí, una vez tuve una emoción, pero hace ya mucho tiempo, quizá diez años. 
– Diga, diga –insiste el médico–. Eso le aliviará. Es decir, que se ha estado atormentando durante diez años. De acuerdo con mi método, tiene usted que contarme esa vivencia abrumadora. Y entonces se sentirá usted más aliviado y podrá volver a dormir. 
El enfermo carraspea un poco, reflexiona y empieza a contar: 
– Acababa de regresar del frente. No había estado en casa desde hacía medio año. Llego y subo la escalera. Mi ropa, naturalmente, se hallaba en bastante mal estado. El capote y los pantalones. Por todas partes pululaban los piojos. Y de este modo me llego hasta mi esposa, a quien no había visto desde hacía medio año. Me dirijo, pues, hacia ella, pensando que no está bien presentarse con un aspecto tan desastrado ante mi mujer. Entro en la habitación y veo que allí hay una mesa. Y sobre la mesa, vodka y arenques. A la mesa está sentado mi sobrino Mishka., el cual rodea con el brazo el cuello de mi mujer. No, no; esto no me soliviantó lo más mínimo. No; yo pensé: “¿Acaso una mujer joven no puede dejarse abrazar?” En ese momento, los dos me ven. Mishka coge rápidamente la botella de vodka y la esconde debajo de la mesa. Mi mujer dice: “Buenos días.” Esto tampoco me excitó, y le di los buenos días. Entonces me fijo en que Mishka lleva puesta mi chaqueta. Mire usted, yo nunca he sido pendenciero ni he concedido demasiado valor al derecho de propiedad, pero aquella conducta me hirió profundamente. Sentí angustia y noté que el corazón me dolía. Mishka me dice: “Me he puesto su chaqueta como un disfraz, nada más. Sólo por broma.” Yo grité: “¡Quítate la chaqueta, cerdo!” Mishka dice: “¿Cómo voy a desnudarme delante de una dama?” Yo grito: “Aunque hubiese seis damas, te quitas la chaqueta, cerdo.” De pronto Mishka coge la botella de vodka y me da con ella en la cabeza... 
En este punto el médico interrumpe el relato y dice: 
– Ahora se comprende todo. 
Y desde ese momento padece usted de insomnio y duerme mal.
– No –dice el enfermo–; entonces todavía dormía bien. Precisamente entonces dormía a pierna suelta. 
El médico dice: 
– ¡Ah! Pero cuando se acuerda de esa ofensa no puede dormir, ahora lo veo claro: el solo recuerdo ya le soliviantaba. 
El enfermo contesta: 
– Bueno. En el primer momento, quizá. Pero, por lo demás, hace mucho tiempo que lo he olvidado. Desde que me separé de mi mujer ya no he vuelto a pensar en ello ni una sola vez. 
– ¡Ah! ¿Está separado de ella? 
– Sí, me separé. Y me casé con otra. Y luego con una tercera, y después con una cuarta, y he dormido siempre admirablemente. Pero desde que mi hermana llegó del pueblo y se instaló en mi habitación con todos sus niños, he dejado de dormir. Llego del trabajo a casa, me echo, y no puedo conciliar el sueño. Los críos andan alrededor, arman jaleo, juegan y se burlan de mí. Y no puedo dormir. 
– Un momento –dice el médico–; de modo que son los niños los que no le dejan dormir. 
– Naturalmente. Ellos son los que me molestan. Pero aun sin ellos tampoco puedo dormir. 
La habitación es pequeña y, además, es un lugar de paso. Y hay mucho trabajo. Y la alimentación es insuficiente. Uno está cansado. Pero uno se echa y no puede dormir. 
– Bueno, pero si no estuviesen los niños..., sí. Supongamos... que hay silencio absoluto en la habitación. – Tampoco puedo dormir. Durante las fiestas, mi hermana se marchó al campo con los niños. Cuando empezaba a dormirme, llegó la vecina –esa mala arpía–; llevaba unas brasas de carbón y pasó por mi cuarto. Tropezó y me echó el carbón encima. Quiero dormir y me doy cuenta que no puedo hacerlo porque la manta se quema. Y al lado, además, alguien toca la mandolina. Y los pies se me abrasan. 
– Oiga usted –dice entonces el médico–, ¿a qué diablos viene a verme? Vístase. ¡Está bien, está bien! Le recetaré unas pastillas. 
Detrás del biombo se oye suspirar y bostezar, y al poco rato aparece el hombre del rostro ceroso. 
– El siguiente –dice el médico. El hombre gordo que antes se había mostrado tan preocupado por el libre comercio, desaparece detrás del biombo. Pero mientras se dirige hacia allí, hace un ademán de desilusión con la mano y murmura: 
– No es un buen médico. Muy superficial. Este tampoco me curará. Contemplo su cara y veo que seguramente tiene razón. La medicina no podrá curarle.

Leído en: http://milcuentosrusos.blogspot.mx/search?updated-min=2012-01-01T00:00:00-08:00&updated-max=2012-04-10T16:19:00-07:00&max-results=9&start=4&by-date=false