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Macario Schettino |
En estos días empiezan las clases en muchas universidades, si no es que en todas. También anda por ahí un movimiento de “rechazados”, como se llaman quienes no pudieron aprobar el examen de admisión de la UNAM, el Poli o la UAM.
Podrían estudiar en otro lado, pero no quieren, o podrían pasar el examen, pero evidentemente no pueden. Esto pasa todos los años, y a pesar del crecimiento poblacional (que está ya casi terminando) la proporción de niños y jóvenes que queda fuera se va reduciendo. Es decir, cada año son menos los que no pueden entrar en la universidad pública de su preferencia.
Una parte no menor de estos nuevos espacios, sin embargo, ocurre en universidades privadas de calidad muy reducida. Escuelas “patito” se les ha dado en llamar. En esas universidades, al tema de la pertinencia, preocupante por sí mismo, debe uno agregar el de la calidad. Buena parte de quienes van a estudiar a esas universidades jamás logrará encontrar empleo en lo que estudió. La mayoría no lo imagina, y será para ellos una gran frustración, dentro de cinco años o poco más, confirmar que perdieron tiempo y dinero. Hay un par de soluciones para esto. Una es aplicar un examen profesional del Estado, como se hace en algunos países, que sea la condición para obtener la cédula profesional. El Ceneval es un paso en esta dirección, pero como de costumbre, la UNAM no participa, porque ellos se cuecen aparte. La otra posibilidad sería aplicar regulación más adecuada desde el Estado, para impedir que escuelas patito engañaran a los jóvenes y sus familias. Acá también se ha avanzado por el camino de las acreditaciones, pero como los académicos no aceptan evaluación que no sea de sus pares, este mecanismo creo que ya tampoco tiene utilidad alguna.