José Woldenberg |
En 1973 Gore Vidal escribía un divertimento. Una secuela de su novela Myra Breckinridge (1968) en la que un hombre se convertía en una suculenta mujer a la conquista de Hollywood (luego se haría una película encabezada por Raquel Welch). En la novela que apenas estaba creando, Myron, volvía a ser un hombre gracias a un tratamiento de hormonas, a la reimplantación de un pene y a la succión de las fabulosas tetas de Myra. Se trataba de un hombre de 35 años, conservador, casado, que entraba por la televisión al Hollywood de 1948 pero que no podía despojarse de los resortes que lo movían como mujer. Myron era tradicionalista, Myra turbulenta, Myron quería ser fiel a su esposa, Myra deseaba capar a todos los hombres, Myron aspiraba a la tranquilidad hogareña, Myra anhelaba conquistar a la Meca del cine. Sobra decir que se trataba de una comedia disparatada, plagada de incidentes chuscos, de referencias continuas al cine y de provocaciones al por mayor.
Por supuesto el texto estaba plagado de alusiones a vergas, vaginas, senos, güevos, que explicaban las sucesivas transformaciones de hombre en mujer (Myra) y de mujer a hombre (Myron). Vidal, creo, se divertía con sus ocurrencias; le gustaba sacar de sus casillas a los bien pensantes. No resultaba siquiera demasiado original, pero sí un hombre desafiante, juguetón, llamativo.
En esas estaba, cuando "una decisión del Tribunal Supremo deja a cada comunidad el derecho de decidir qué es pornografía. Hablando en nombre de la mayoría del Tribunal, el presidente del mismo, Warren Burger, admitió que, aunque no se ha encontrado todavía ninguna relación entre el consumo de pornografía y la conducta antisocial, cualquier comunidad puede llegar a la conclusión de que esta relación existe si así lo quiere; dicho de otro modo, una comunidad indignada puede quemar a una bruja aunque, en realidad, las brujas no existan". (Myron. Grijalbo, España, 1976).
La decisión pretendía ser "salomónica". Que cada comunidad decida lo que considera o no pornografía; pero como bien señalaba Vidal, si el propio presidente del Tribunal afirmaba que no existían evidencias de que el consumo de pornografía tuviese derivaciones perversas, el dejar que en cada condado se decidiera acarrearía males mayores (léase censuras).
Escribía sonriendo: "Naturalmente, la decisión del Tribunal ha alarmado y confundido a los traficantes de obscenidad, quienes aseguran arteramente que en la actualidad faltan pautas. Se quejan de que los ancianos de Drake, Dakota, pueden poner objeciones a la aparición de la expresión 'me cago en...' en una novela mientras que los bohemios de Los Ángeles tal vez quieran leer palabras aún peores. ¿Debe el editor, preguntan, sacar dos ediciones, una con la expresión 'me cago en...' para los poco exigentes
habitantes de Los Ángeles y otra con la expresión 'mecachis en...' para los exigentes de Drake? ¿O bien zanjar la cuestión publicando solo para Drake?" (La traducción original al español es de Ramón Alonso).
Ante esas dudas y esas vacilaciones, que según la ironía de Vidal tenían en vilo a la industria editorial y a los creadores y editores; él, afirmaba, tenía la solución. "Con el deseo de atenerme en todo momento a la letra y el espíritu de la decisión del Tribunal, he eliminado cuidadosamente de este libro (Myron) aquellas palabras que podrían molestar a alguien. Como los libros no son sino palabras, un libro es pornográfico si contiene palabras 'malas' o 'soeces'. Eliminando esas palabras 'malas' o 'soeces' se tiene una obra 'limpia'".
¿Cuál debía ser la fórmula? Leamos: "En esta novela he sustituido las malas palabras por unas muy buenas: los nombres de los magistrados que participaron en la decisión mayoritaria del Tribunal. Burger, Rehnquist, Powell, Whizzer White y Blackmun llenan este vacío; sus nombres sustituyen a las palabras 'malas' o 'soeces'. También me he apropiado de los nombres del padre Morton Hill S.J. y del señor Edward Keating, dos conocidos luchadores en la batalla contra la obscenidad. Creo que estas situaciones son no sólo edificantes y redentoras socialmente sino que tienden a revitalizar un lenguaje que se ha vuelto anticuado e inexacto a causa de una preocupación exclusiva por el contenido".
Así, el pene se convirtió en rehnquist, los güevos en powells, la vagina en whizzer white, un chupapollas en un chuparenquist, las tetas serían padres hill; el culo, blackmun, coger era sustituido por burgeren. Problema resuelto. Todos contentos.
Leído en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/jose-woldenberg-una-ocurrencia-de-gore-vidal,408bf376e1b09310VgnVCM5000009ccceb0aRCRD.html
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