Difícilmente algún biógrafo podría encontrar un rasgo en la vida pública de Ernesto Zedillo que le diera luces sobre la más mínima intención de ser Presidente. Zedillo se había preparado toda la vida para ser tecnócrata, más encaminado a la política económica con una aspiración implícita en el Banco de México, que en Los Pinos. Su aproximación más grande a la política fue como coordinador de la campaña de Luis Donaldo Colosio, cuyo equipo lo tenía acotado, marginado y le expresaba permanentemente su desprecio. La vida le cambió la noche del 23 de marzo de 1994, cuando en Lomas Taurinas asesinaron al candidato presidencial.
El entonces presidente Carlos Salinas buscó personalmente las opciones para el relevo, y resistió presiones inmediatas, como la del ex presidente Luis Echeverría que esa misma noche llegó a Los Pinos, sin anunciarse, para proponer a Emilio Gamboa, a la sazón secretario de Comunicaciones, como candidato. Salinas quería a Pedro Aspe, en una lógica ya no de extender su sexenio, como habría sido el caso con Colosio, a quien construyó como candidato presidencial, sino en la misma por la cual Miguel de la Madrid se inclinó por él seis años antes: para mantener el modelo económico neoliberal.