domingo, 4 de noviembre de 2012

Adela Celorio - Un lento viaje hacia el D.F.

Volvíamos con el espíritu sosegado por las horas, que sin dejarse presionar por los minutos, se pasean tranquilamente por las calles de San Miguel de Allende. Volvíamos de caminar sin rumbo, despejando laberintos y callejones, concediendo a las imponentes fachadas la atención que se merecen. Hurgando en los bazares para detectar algún tesoro de los que se encuentran de puerta en puerta: ángeles de hojalata, estofados en madera, eróticas artesanías de Acumichu, emplomados, muebles antiguos, magníficos trabajos de herrería, textiles; una abigarrada fiesta de color que la vista no alcanza a asimilar.


Volvíamos de San Miguel donde todavía el peatón tiene preferencia sobre el automóvil, y las personas de tercera edad son ciudadanos de primera. Donde quince mil extranjeros jubilados, viven y disfrutan la tranquilidad de las plazas, estudian nuestro idioma en el Instituto Allende, toman clases de baile en la academia Arthur Murray también retirada en San Miguel; y en ese remanso que es la placita central, esperan a media mañana la prensa que llega de la capital, pero también de Alemania, de Francia, de España y de Estados Unidos; para leer los periódicos y dormitar entre palomas y chiquillos que revolotean a su alrededor.




Imagino que esperan la prensa porque al mantenerse informados del mundo explosivo del que se han retirado, valoran más el mágico San Miguel que es ya patrimonio de la humanidad.
Dejábamos atrás el aire limpio y el cielo que mantiene el color exacto que sugiere la palabra cielo, para integrarnos al neblumo de la carretera de cuota, porque claro, es la más segura. Volvíamos relajados y contentos al D.F. hasta que frente a nosotros la carretera comenzó a cuajarse. Desaceleramos, frenamos, paramos. ¿Qué pasa?
-Parece que hubo un accidente- dijo un hombre que fuera de su auto intentaba conseguir información por su celular. La primera hora del paro dispusimos de las reservas de tranquilidad adquiridas el fin de semana, y amenizamos la espera con los periódicos y revistas que llevábamos en la camioneta.
Treinta minutos, una hora ¿dos horas? Seguíamos parados y comenzamos a discutir: acaloradamente ya que el sol caía a plomo sobre la interminable fila de autos; hasta que sorpresivamente, una señora metió la cabeza en la ventanilla del Querubín para preguntar si traíamos agua porque su anciana madre necesitaba tomar una medicina.
Le ofrecí el botellín que en el último momento tomé del cuarto del hotel, y la mujer se retiró con el agua sin siquiera dar las gracias. Ayudada por su madre una chiquitina orinó tras la portezuela de la camioneta parada junto nosotros, mientras divertidos, dos hermanitos le gritaban a coro "miona" "miona".
Tres horas y seguíamos ahí. De pronto un sesentón descamisado y con el cabello recogido en una ralita cola de caballo, se sentó en una piedra y comenzó a tocar su violín; relajando con su música la tensión que enrarecía el ambiente.
Cuatro horas. -Parece que en Tepeji hubo una explosión- informó un hombre. Nos bajamos a tomar el humo. Caminamos entre los autos y compartimos maldiciones con otros conductores, antes de volver a nuestra camioneta.
A la hora quinta empezó a fluir el atorón y sólo cuando alcanzamos la caseta de cobro pudimos enterarnos de que desde las cinco de esa mañana, habían desalojado casas y escuelas de la zona.
¿Qué? -Una nube de gas invadió Tepeji y sus alrededores, había peligro de un flamazo -nos dijeron. Por los noticieros nos enteramos de que el escape de gas fue provocado por un nuevo caso de el robo-ordeña en un ducto de Pemex (maniobra imposible si no se realiza por personal especializado).
En las fotos se podía ver, abandonada, la Pipa ladrona enchufada al ducto. La gasera explicó que la pipa fue robada el día anterior ¡y ya!
Según los informes, estuvimos muy cerca de una tragedia de proporciones similares a la de hace algunos años en San Juanico. ¿Responsables? ¿Qué dice el Director de Pemex y su cauda de carísimos asesores? Pues "que la paraestatal no ha incurrido en indolencia para evitar tomas clandestinas". ¿Y qué dice Deschamps, el líder reelecto hasta el 2018 quien para completar la quincena ha tenido que tomar también la chamba de senador?
Bueno, pues que no hay que maximizar el problema. Ahora entiendo por qué estos señores siempre salen tan sonrientes en las fotos. Seguramente se ríen de lo listos que son y de lo bien que lo pasan. ¿Qué podemos hacer los habitantes de un país cuyos líderes no asumen ninguna responsabilidad? Imagino que buscarnos en el gobierno una buena chamba que nos permita vivir a toda… y reír como ellos.
Adelace2@prodigy.net.mx



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