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La impotencia que invade a Miguel es tanta como la fuerza que tiene la tabla de madera que le incrusta las astillas en la espalda. A lo lejos, escucha también la fuerza con la que ruega su amigo Diego, con quien hace una hora comía en un local de la carretera que conduce al municipio de Ciudad Anáhuac, Nuevo León.
Son las 13:00 horas del 27 de diciembre de 2011 y ellos conversan durante su almuerzo hasta que varias camionetas pickup verde ingresan al estacionamiento del restaurante. Miguel vio llegar a las unidades del Ejército Mexicano, pero no le dio mayor importancia.
De pronto, cuatro hombres armados con uniformes verde camuflado y chaleco antibalas bajan de los vehículos e inspeccionan a través de sus pasamontañas los vehículos de los clientes que se encuentran en lugar.
Los soldados tardan 30 minutos en llegar al área de los comensales. El sonido de los cuatro pares de botas que se aproximan a paso acelerado quebrando el pasto seco, ponen nerviosos a los clientes.
"¿De quién es el vehículo blanco?", pregunta uno de los uniformados. Ana, quien trabaja en el restaurante, responde que aquel auto fue abandonado desde las primeras horas de la mañana. Pero la respuesta de la mesera no es suficiente para los militares.
Sin embarggo, a cachetadas y golpes con las armas de fuego, los militares sacan del negocio a Miguel y Diego, cubriéndoles el rostro con sus propias camisas: Los separan y los suben a empujones a dos camionetas militares.
Miguel está tirado en la caja de la furgoneta, donde recibe patadas y golpes alrededor del cuerpo con las culatas de las armas que portan los soldados, mientras alguien le pisotea la cabeza; no sabe qué le ha pasado a Diego.
Después de 10 minutos, la camioneta se detiene en una brecha de la carretera Anáhuac y es arrastrado por sus agresores fuera del auto. Apenas se mantiene de pie cuando le descubren el rostro, y se da cuenta que está rodeado por 10 militares.
Los soldados le ordenan quitarse toda la ropa hasta quedar completamente desnudo. Mientras lo hace, distingue a lo lejos el edifico de la unidad deportiva de su municipio y a 200 metros, otras dos camionetas en las que, supone, está su amigo Diego.
Uno de ellos lo tira al suelo boca abajo y escribe en un papel la letra Z.
"¿Sabes lo que significa?, ¿para quién trabajas?, ¿dónde están las armas?", le preguntan, mientras Miguel es golpeado con barrotes de metal y tablas de madera. No obtienen respuesta. "Te voy a matar" amenaza el soldado, al mismo tiempo que corta cartucho y dispara tres veces cerca de los oídos de Miguel.
Dan la orden de que continúen hasta que "cante" el nombre del propietario del vehículo blanco y a qué se dedica su amigo Diego, a quien escucha suplicar que ya no lo golpeen. De pronto, tantos golpes hacen que Miguel se desvanezca.
Cuando logra recobrar el conocimiento, Miguel alcanza a escuchar a un soldado decir "se nos pasó la mano con el otro". Se estremece y vuelve a desmayarse.
Cuando despierta, ya no hay nadie a su alrededor. Se levanta y avanza, con dificultad, hacia donde está su amigo sentado en el suelo, apenas vivo, pero se le dificulta respirar.
Miguel trata de cargar a Diego para llevarlo a un hospital, pero su amigo tiene las manos y los pies rotos, así que cualquier movimiento le causa un tremendo dolor; pide que, por favor, lo deje ahí acostado y regrese con ayuda médica.
En la carretera, Miguel encuentra a unas personas que le ofrecen cubrirse con una chamarra y lo llevan hacia casa de su papá, quien sale en busca del amigo de su hijo para llevarlo a un hospital.
A las 15:00 horas de ese mismo día, Diego fue declarado muerto a causa de la golpiza. Tenía el cuerpo deshecho.
A los pocos días, Miguel denunció las agresiones a la CNDH, que integró su caso en el expediente 2/2012/199/Q, donde quedó asentado que días después de la muerte de su amigo, los militares regresaron a su casa y amenazaron de muerte a su familia si alguien se metía con ellos.
Este relato se desprende de la recomendación 29/2012 dirigida al secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, la cual no ha sido aceptada.
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