lunes, 3 de agosto de 2015

David Marcial Pérez - Se apagó la cámara, se apagó el activista

Uno de los primeros trabajos de Rubén Espinosa en Veracruz fue hacerle fotos a Javier Duarte. El entonces candidato del PRI a gobernador del Estado contrató en 2009 al joven fotoperiodista para aquella campaña electoral que ganó con holgura. Tenía 25 años. Pero pronto abandonó su puesto de fotógrafo de cámara para curtirse en el peligroso zafarrancho del periodismo local.

Espinosa se tuvo que ir de Xalapa, capital de Veracruz, seis años después, el pasado de junio. Sintió que su vida corría peligro. Unos desconocidos armados habían empezado a seguirlo. Hacían guardia en la puerta de su casa, le sacaban fotos, dijo que llegó a sentir su aliento a un palmo. Denunció las amenazas y apuntó directamente a aquel hombre que algún día fotografió, Javier Duarte. La salida iba a ser un paréntesis. Tenía pensado volver a Veracruz. Allí había dejado a su novia, a sus amigos, a su casa y con las prisas por ponerse a resguardo en el Distrito Federal, a su propio perro. Su cadáver apareció el viernes pasado con dos tiros en el pecho y uno en la cabeza junto con otras cuatro mujeres asesinadas, en un apartamento de la ciudad donde pensó que se podía salvar.






Denise Dresser - Fue el Estado

Porque a la lista de periodistas muertos se acaba de añadir el nombre de Rubén Espinosa, fotorreportero de la revista Proceso.




Lea la columna completa aquí http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1139207.fue-el-estado.html




Lydia Cacho - La verdad no se mata

Hace un par de semanas recibí la llamada de un joven colega. Rubén me preguntó cómo llevaba tantos años manejando el miedo, cómo se aprende a procesar una interminable cantidad de amenazas de muerte, unas veladas y otras claras y directas. Para este joven fotorreportero, corresponsal de la agencia noticiosa gráfica Cuartoscuro y de la revista Proceso, el insomnio, la falta de apetito, la depresión a que siempre quiso llamar tristeza para no invocar su dura presencia cotidiana, eran enemigos con los que había que acostumbrarse a vivir.

Lo recomendé con una terapeuta especializada en estrés postraumático, ese síndrome que se convierte en daño colateral de la labor de periodistas y de quienes defienden profesionalmente los derechos humanos.







Raymundo Riva Palacio - La peor crisis de Peña (I)

Hace escasa una semana, un juez federal atendió la petición de la PGR y halló elementos para enjuiciar a dos funcionarios del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), como presuntos responsables de no haber emitido de manera oportuna la alerta para que se activaran los protocolos de emergencia que impidieran la fuga de Joaquín “El Chapo”Guzmán.

Sin el spin gubernamental en los medios, se difundió que un juez federal los dejó en libertad. La PGR apeló el fallo y se está en espera su resolución. Los funcionarios regresaron al CISEN donde pasarán por el polígrafo, por lo que para efectos públicos, el caso está casi cerrado. No debiera ser así.








Ciro Gómez Leyva - ¿Qué le van a decir a Beltrones si designan a Aurelio Nuño?

El consejo político del PRI citará hoy a la sesión del miércoles, donde se emitirá la convocatoria para elegir al presidente del partido. El jueves debería publicarse la convocatoria y ese mismo día, o el viernes, se registraría el candidato seleccionado por el Presidente de la República, quien desahogados los trámites, rendiría protesta ante el consejo después del lunes 17.

Todo indica que el número de candidatos quedó reducido a tres, que en realidad son dos, pues el secretario de Agricultura, Enrique Martínez y Martínez, sólo ganaría si las consultas de última hora paralizaran al presidente Peña Nieto. Sería un líder de poca relevancia, encargado de suministrar los servicios administrativos y logísticos, al estilo de Pedro Joaquín Coldwell en la campaña de 2012.








Jesús Silva-Herzog Márquez - El miedo del periodista

Tenía razón Montesquieu al advertir que, en el fondo, lo que cuenta en la política es la naturaleza de las emociones que nos vinculan. El viejo aristócrata sabía perfectamente bien que las reglas eran cruciales. Si el poder se concentra en una sola persona (o en una sola institución o en un solo grupo) habrá abusos. Sólo con equilibrios puede haber tranquilidad. Pero esa prudencia institucional, esa apuesta por los contrapesos expresaba su confianza en que podría cultivarse un tipo de relación social. La moderación permitiría la convivencia. El barón creía que la convivencia civilizada podía asentar en la deferencia o en la igualdad. República y monarquía podían ser escenarios auspiciosos de la civilidad política. El tuteo de la igualdad o las reverencias de la jerarquía podrían acoger algún tipo de convivencia digna. Sólo un sentimiento la haría imposible: el miedo.



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Sergio Sarmiento - Privatizar el IMSS

"No es que no vean la solución. Es que no pueden ver el problema."

G.K. Chesterton

Como derechohabiente yo estaría completamente de acuerdo con privatizar el Instituto Mexicano del Seguro Social. El problema sería encontrar quién lo comprara.





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Eduardo Ruiz Healy - Mazapil

Con una superficie de 12,139 kilómetros cuadrados, Mazapil es el municipio más extenso de Zacatecas, abarcando el 36% del territorio del estado. Es más extenso que el Distrito Federal (1,495 Km 2 y los estados de Tlaxcala (4,016 Km 2 ), Morelos (4,879 Km 2 ), Aguascalientes (5,471 Km 2 ), Colima (5,616 Km 2 ) y Querétaro (11,699 Km 2 ).

Pese a su extensión, en 2010 el municipio apenas tenía 22,172 habitantes; 20 años después quedaban 17,813. Hoy tal vez sean menos si recordamos que Zacatecas ocupa el segundo lugar nacional en exportación de mano de obra a Estados Unidos debido a la falta de oportunidades que gobiernos priístas y perredistas no han sabido generar y promover durante los últimos 50 años.







Mario Benedetti - Un reloj con números romanos

Mario Benedetti  ( 1920 - 2009 )

Un reloj con números romanos

No se culpe a nadie de mi vida.
Julio Cortázar

¿Te llama la atención mi reloj? A mí siempre me gustaron los relojes con números romanos. ¿Crees que está atrasado porque marca las once y cuarto? No, no está atrasado. Simplemente, hace diez años que está detenido en esa hora. ¿Por qué? No es tan simple de contar. Nunca hablo de eso, nada más que por miedo a que no me crean. ¿Serías capaz de creerme? Entonces te lo cuento. Más que un recuerdo, es un homenaje. Diez años. Recuerdo la fecha, porque todo ocurrió al día siguiente de mi cumpleaños. Tenía quince y estaba bastante orgulloso de mi nueva edad. Pasaba ese verano en casa de mis tíos, en un pueblecito mallorquín, en medio de un increíble paisaje montañoso. Después de las muchedumbres y el tránsito enloquecido de Barcelona, aquello era un paraíso. Por las mañanas me gustaba ir a la cala que quedaba allá abajo; en hora tan temprana estaba siempre desierta. En esa época nadaba muy mal, así que nunca me alejaba mucho de la orilla porque en ciertos momentos del día las olas, altísimas y todopoderosas eran siempre un peligro. Me bañaba desnudo y eso constituía todo un disfrute en aquel agosto particularmente caluroso. Esa mañana descendí casi corriendo por el sendero irregular y pedregoso que llevaba a la cala, y una vez allí, sin mirar siquiera a mi alrededor, me quité el short. Iba a meterme en el agua, cuando sentí que alguien me gritaba, algo como buenos días. Miré entonces y vi a una mujer joven, morena, hermosa. Llevaba una mínima tanga, pero su busto estaba al descubierto. Sentí un poco de vergüenza y me tapé con las manos, pero ella empezó a caminar y enseguida estuvo junto a mí. No tengas vergüenza, dijo (en un correcto español pero con acento extranjero, como si fuese inglesa o alemana). Mira, yo también me quito esta menudencia, agregó, y así estamos iguales. Preguntó cómo me llamaba y le dije que Tomás. Tom, repitió ella. Eres lindo, Tom. Creo que me puse rojo. Ven, dijo, y tendió su mano hacia mí. Yo le di la mía. Ven, repitió y me miró calmosamente. Sonreía, pero era una sonrisa triste. ¿Nunca has estado con una mujer? Dije que no, pero sólo con la cabeza. ¿Y qué edad tienes? Ayer cumplí quince, contesté con mi orgullo algo recuperado. Entonces empezó a acariciarme, primero los hombros, luego el pecho (yo reí porque me hizo cosquillas), la cintura, siempre sonriendo con infinita tristeza. Cuando llegó a mi sexo, éste ya la estaba esperando. Entonces sonrió más francamente y con un poco menos de tristeza, pero no se detuvo allí, continuó acariciándome y así llegó a mis tobillos y a mis pies llenos de arena. En ese momento comprendí que me estaba enseñando algo y resolví ser un buen alumno. También yo empecé a acariciarla, pero en sentido inverso, de abajo hacia arriba, pero cuando llegué a aquellos pechos tan celestiales, me sentí desfallecer. De amor, de angustia, de esperanza, de nueva vida, de qué sé yo. Nunca más he sentido una sensación así. Entonces, sin decirnos nada, nos tendimos un poco más allá, donde el agua apenas lamía la arena, y ella prosiguió minuciosamente su clase de anatomía. La verdad es que a esa altura yo ya no precisaba más lecciones y la cubrí sin ninguna timidez, casi te diría que con descaro. Y mientras disfrutaba como un loco, recuerdo que pensaba, o más bien deliraba: esta mujer es mía, esta mujer es mía. Cuando todo acabó, continuó besándome durante un rato. Luego se quitó el reloj (precisamente este reloj) de su muñeca y me lo dio. Mira, se ha detenido, eso quiere decir algo, guárdalo contigo. Y yo, que siempre había querido tener un reloj con números romanos, lo puse en mi muñeca, a ella le dije gracias y la besé otra vez. Entonces dijo: Eres lo mejor que me podía haber pasado, justamente hoy. Ahora me voy contenta, porque nos descubrimos y fue algo maravilloso, ¿no te parece? Sí, maravilloso, pero a dónde vas. Al mar, Tom, me voy al mar. Tú te quedas aquí, con el reloj que se ha detenido, y no digas nada a nadie. A nadie. Me besó por última vez y su lengua estaba salada, como si fuera un anticipo del mar que la esperaba. Empezó a caminar lentamente, se metió en el agua y de inmediato fue rodeada por el coro de las olas, que cada vez se fueron encrespando más. Ella siguió avanzando, sin nadar, dejándose llevar, empujar, acosar violentamente por aquel mar que (lo pensé entonces) era un viejo celoso, desbordante de ira y de lujuria. Un viejo que no la iba a perdonar y a mí me salpicaba como escupiéndome. Y así hasta que la perdí de vista, porque las olas, una vez que golpeaban en las rocas, regresaban con ímpetu y la llevaban cada vez más lejos, más lejos, hasta que por fin tomé conciencia de mi abandono y empecé a llorar, no como un muchacho de quince años sino como un niño de catorce, sobre los despojos de mi brevísima, casi instantánea felicidad. Jamás apareció su cuerpo en las costas de Mallorca, nunca supe quién era. Durante unos meses quise convencerme de que tal vez fuese una sirena, pero luego descartaba esa posibilidad, ya que las sirenas no usan relojes con números romanos. Bueno, creo que no usan relojes en general. Aun hoy, cuando voy de vacaciones a Mallorca, bajo siempre hasta la cala y me quedo allí, desnudo y a la espera, dispuesto a darle cuerda nuevamente al reloj no bien ella surja desde el mar, huyéndole a las olas iracundas de aquel viejo rijoso. Pero ya ves, en mi reloj de números romanos las agujas siguen marcando las once y cuarto, igual que hace diez años.




El reencuentro

Empezamos a hablar­
Nos miramos; dejamos de mirarnos
Las lágrimas subían a mis ojos Pero no podía llorar
Deseaba tomar tu mano
Pero mi mano temblaba.
No dejabas de contar los días que faltaban para nuestro próximo encuentro
Pero las dos sentíamos en el corazón
Que nos separábamos para siempre.
El tictac del relojito llenaba la habitación en calma­
Escucha, dije, es tan fuerte
Como el galope de un caballo en un camino solitario
Así de fuerte - un caballo galopando en la noche.
Me hiciste callar en tus brazos­
Pero el sonido del reloj ahogó el latido de nuestros corazones.
Dijiste `No puedo irme: todo lo que vive de mí Está aquí para siempre'.
Después te fuiste. El mundo cambió.
El ruido del reloj se hizo más débil
Se fue perdiendo –se tornó minúsculo-
Susurré en la oscuridad: “Moriré si se detiene”. 

Katherine Mansfield 
( 1888 - 1923 )





Leído en  http://www.poesi.as/mb96b040.htm