Cuando se pregunta a políticos o gobernantes –de todos los partidos–, sobre las razones que animan su “noble tarea” de vivir para la política y el servicio público, de manera invariable dicen que el motor del “apostolado” es “servir a la gente”.
Y cuando un político –del partido que sea–, busca el votos popular para merecer un cargo de elección popular, siempre orienta su esfuerzo a prometer “el oro y el moro” a los potenciales votantes; ciudadanos que son la razón supuesta o real de la política y el servicio público.
Sin embargo, en la práctica –y en el ejercicio del poder y de cargos de elección popular–, lo cierto es que a los político y a los gobernantes lo último que parece importar es “la gente” o “los ciudadanos”. Lo que en realidad importa es mantener la respectiva carrera política, la imagen, las posibilidades a futuro y sobre todo, la comodidad de sus respectivas zonas de confort.
Y cuando un político –del partido que sea–, busca el votos popular para merecer un cargo de elección popular, siempre orienta su esfuerzo a prometer “el oro y el moro” a los potenciales votantes; ciudadanos que son la razón supuesta o real de la política y el servicio público.
Sin embargo, en la práctica –y en el ejercicio del poder y de cargos de elección popular–, lo cierto es que a los político y a los gobernantes lo último que parece importar es “la gente” o “los ciudadanos”. Lo que en realidad importa es mantener la respectiva carrera política, la imagen, las posibilidades a futuro y sobre todo, la comodidad de sus respectivas zonas de confort.