Con la renuncia de Javier Duarte, a quince días de entregar el poder en Veracruz, se abre oficialmente la temporada de caza de gobernadores. A partir de ahora todos los gobernadores están bajo la lupa y todos son candidatos al bote, como lo es ya el veracruzano.
No voy a defender a los gobernadores, en su mayoría son impresentables, pero hay dos puntos que son fundamentales para entender lo que está pasando. El primero es que los gobernadores en México pasaron de “puro baboso”, como le dijo un ex secretario de gobernación de las épocas del partidazo a un gobernador que se le quiso poner al brinco, a reyes chiquitos, en el más fiel reflejo del personaje de Trino. El segundo punto es que se vuelve muy complicado que el Gobierno federal, y particularmente esta administración, sea quien acuse a los gobernadores de corruptos. Nunca mejor aplicado aquel dicho del burro hablando de orejotas.