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Grace Paley ( 1922 - 2007 ) |
El hombre agobiado
El hombre tiene el agobio del dinero. Hace falta todos los días. Cada vez más. Para las cosas corrientes y para vivir. Por eso, las vacaciones para él son una época difícil. Otra época difícil es el fin de semana, cuando no está ganando dinero ni progresando.
Entonces se queda en casa y observa la evolución de la vida de su hijo y la evolución de la vida de su esposa. Parece que no se den cuenta del dinero. No es que sean tontos, pero se dejan las luces del pasillo encendidas. Consumen electricidad. La mujer cocina y cocina sin parar. Tiene que preparar la carne. Tiene que preparar las patatas y llevar a la mesa zumo de naranja. No es que él se oponga a estar sano, pero qué falta hace calentar los panecillos en el horno, con lo caro que está el gas. Su hijo llama por teléfono. Luego llama por teléfono su mujer. Estas llamadas se registran automáticamente en el contador de la Compañía Telefónica, y la IBM las carga a su cuenta. Un día, por accidente, compraron tres periódicos. Otro día, el chico estaba jugando fuera en el jardín. Nunca tiene cuidado. Naturalmente, se cae y se rompe los pantalones. Este derroche se produce un sábado. El domingo llama una vecina a la puerta, furiosa porque los pantalones son de su hijo, se los prestó y se los han roto y cuestan cinco dólares y noventa y cinco centavos, unos pantalones estupendos, de pana, de raya fina.
Cuando el hombre oye esto, pierde el control. No sabe de dónde va a salir el dinero. La verdad es que gana muy buen sueldo y aparta cinco dólares a la semana para cuando su hijo vaya a la universidad. Lleva haciéndolo todas las semanas y ya tiene en el banco dos mil setecientos cincuenta dólares. Pero no sabe de dónde va a salir el dinero para todas las cosas de la vida. En la misma puerta, sin decir palabra, le da a la vecina seis dólares en efectivo y recibe dos centavos de vuelta. Contempla los dos centavos en la mano. Se siente arruinado y piensa que va a desmayarse. Para darse fuerza, le tira los dos centavos a la vecina, que grita, y luego echa a correr. Él la persigue a lo largo de dos manzanas. El marido de la vecina no puede acudir en su ayuda porque ese domingo está de guardia. Sus hijos están en el cine. Cuando la vecina llega al buzón de la esquina, se apoya en él, se vuelve temerosa y le tira los seis dólares. Él coge los flotantes billetes en el aire. Y se los devuelve lanzándolos con todas sus fuerzas. Flotan como hojas hasta el abrigo de ella y ella grita: «¡Basta! ¡Basta!»