martes, 22 de septiembre de 2015

Denise Dresser - Para el 'premio'

Para el Gobierno de Enrique Peña Nieto, la opinión pública es como la carabina de Ambrosio: un objeto inútil. Algo que se puede ignorar. Algo que no sirve excepto a la hora en la cual hay que convencerla de votar. Y tan es así que el Presidente designa a un delincuente para prevenir el delito. Nombra a Arturo Escobar, exvocero del Partido Verde, como subsecretario de Gobernación, encargado de prevenir el crimen y promover la participación ciudadana. Ignorando la trayectoria maloliente de un marrullero. Ignorando la hoja de vida de alguien que se ha dedicado a violar la letra y el espíritu de la ley. Pero eso no importa. Lo que a Peña Nieto le preocupa no es nombrar a un funcionario eficaz, sino premiar a un operador obediente.



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Raymundo Riva Palacio - La distorsión histórica

Lo más grave en la investigación del exprocurador Jesús Murillo Karam sobre el crimen de los normalistas de Ayotzinapa, en Iguala el año pasado, es lo mucho que parece haber mentido. O si no actuó con dolo, peor aún: lo muy incompetente que resultó como investigador. No hay nada peor a la perversidad en la política que la ignorancia. La verdad histórica en torno a la investigación sobre un crimen que tiene todavía sus páginas abiertas, tendrá como capítulo especial el papel de Murillo Karam y el daño que hizo al presidente Enrique Peña Nieto y a su gobierno.

La investigación de Murillo Karam no debe analizarse bajo el énfasis de una externalidad: si en el basurero de Cocula, cerca de Iguala, se incineraron los cuerpos de 43 normalistas, aunque introduzca el cuestionamiento sobre la cadena de custodia de las evidencias recogidas en ese lugar. El dato es muy relevante para determinar si, como dijo el grupo de expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no fueron incinerados en ese lugar –la Fiscalía General de Guerrero tampoco mencionó nunca en su informe a escasas dos semanas del crimen el basurero-, porque abriría hipótesis sobre quiénes, además de Guerreros Unidos y policías municipales, participaron en la desaparición de los normalistas. El colapso del trabajo de Murillo Karam empieza en Cocula, donde, en todo caso, termina.








Ciro Gómez Leyva - El gol más horrible en la carrera de Oribe Peralta

Vamos a dar por buena la versión del goleador. A validar que dos “golfas” le quisieron sacar dinero con unas fotografías. A ponernos del lado del “hombre ejemplar” que nos regaló el gol del triunfo contra Camerún en el Mundial de Brasil.

Ni con esa parcialidad pasa la narrativa con que Oribe Perlata mandó 13 meses a la cárcel a las hermanas Arlem y Mercedes Torres Ricarte por, supuestamente, tratarlo de extorsionar y sacarle medio millón de pesos. Las mujeres acaban de salir de la cárcel y las fotos no aparecen por ninguna parte.








Eduardo Ruiz Healy - Van dos

Escribí ayer en este espacio que en el sistema político estadunidense es importante que un candidato a un cargo de elección popular gane los debates públicos que sostenga contra sus rivales.

Esto ha sido un hecho desde que entre agosto y octubre de 1858 debatieron siete veces el candidato republicano al senado por el estado de Illinois, Abraham Lincoln, y el entonces senador en funciones por ese estado, el demócrata Stephen Douglas.

Según los comentaristas de la época Lincoln ganó los debates, pero Douglas terminó siendo reelecto por la legislatura de su estado. Sin embargo, la amplia cobertura que la prensa le dio a los debates convirtió a Lincoln en un personaje nacional que dos años después ganó la elección presidencial de Estados Unidos.







Mario Benedetti - La vereda alta

Mario Benedetti  (1920 - 2009)

La vereda alta

Si yo hubiera tenido padre y madre, todo habría sido diferente. Pero mi familia era una abuela materna, y una abuela materna no alcanza para nada. Además, a ésta le faltaban casi todos los dientes y siempre, cuando hablaba, uno creía que iba a escupir el último. Es probable que su odio hacia mí haya empezado en eso. Ella se daba cuenta de lo mal que me impresionaban sus encias inermes y balbucientes. Pero yo no podía evitarlo, así como ella no evitaba el odio.

Sin embargo, en un pueblo como éste, que nunca había sido demasiado benigno, constituíamos un binomio abuela-nieto de tal ejemplaridad que las madres lo señalaban a sus hijos y a sus propias madres para estimular a unos y a otras al mutuo entendimiento.

Era en verdad conmovedor vernos salir por la tarde, a la abuela y a mí, mi mano en su mano, sonrientes y simpáticos, deteniéndonos en la plaza para saludar al zapatero que hablaba de crímenes mientras remendaba, y también en la farmacia para que el boticario me llenara el bolsillo derecho con caramelos de miel o de menta. Era conmovedor escuchar a la abuela preguntándome si quería dar una vuelta en el único autobús de la localidad, para brindarme así el placer de contemplar la chiva que estaba siempre, aburrida y soñolienta, un poco antes de la última curva. Y era conmovedor escucharme decir que no, que hoy no tenía ganas, cuando en realidad todos sabían que yo me sacrificaba para que ella economizara diez centésimos.