Gil no tiene duda: la enfermedad y la muerte son cosa seria, o grave, o si se quiere, oscura. Pero si a estos hechos definitivos se les pone encima una corona de palabras inútiles, entonces esa muerte se convierte en un carnaval. El vicepresidente de Venezuela, Nicolás Maduro, habló del cáncer que cobró la vida del presidente Hugo Chávez con estas palabras: “¿Ustedes saben por qué el comandante Chávez descuidó su salud y ha tenido que batallar durante casi dos años con el cáncer? Porque se entregó en cuerpo y alma, completo, y olvidó sus obligaciones propias para darle al pueblo vivienda, salud, educación”.
Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco con las manos entrelazadas en la espalda y meditó: el asunto no es una enchilada, si amplios sectores de la sociedad tienen derecho a la salud, la vivienda y la educación, el cáncer arrasará con los políticos dedicados al bienestar de las personas. Se dará el caso trágico en el cual los mejores gobiernos apenas sobrevivirán diezmados por el cáncer de sus más altos representantes. Buena política igual a un cancerazo de pronóstico reservado.