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Raymundo Riva Palacio |
PRIMER TIEMPO: La nueva broma del “interino”. ¿En serio? ¿De verdad que un “presidente interino” es el camino que plantea Andrés Manuel López Obrador para sanar la salud nacional porque de otra manera, como lo plantea, es vivir en la “impudicia”? López Obrador seguramente, por la forma como tiene estructurada su mente, se refiere a impudicia como deshonestidad, en este caso la de Enrique Peña Nieto, cuyos votos son resultado, argumenta, de compra de conciencias, de lo que hicieron los gobernadores para acarrearle electores (por cierto, en donde más se centran sus críticas, él ganó la elección o tuvo avances significativos), y de la manipulación de encuestas (que ya le dijeron en el IFE que no es cierto). Su propuesta es sentencia. Antes aún que termine el Tribunal Electoral de revisar y dictaminar sobre el proceso electoral, ya les dijo para dónde deben ir: invalidar la elección y que se proceda a la elección de un interino. Como López Obrador sólo impugna la elección presidencial y admite que quienes resultaron electos como diputados, senadores, gobernadores, diputados locales, presidentes municipales y regidores sí lo hicieron con todas las de la ley, pues recaería en el Congreso, si el Tribunal así lo decidiera, elegir a un nuevo gobernante. El Congreso lo decidiría por mayoría absoluta. Resulta, claro, que el nuevo Congreso que se instala el 1 de septiembre, tiene como primera minoría al PRI, al alcanzar 207 curules, que con sus aliados del Partido Verde, que logró 34, y 10 más de sus aliados informales de Nueva Alianza, pues llegan a 251 diputados, que dan la cifra mágica de la mayoría absoluta. Es decir, aún en el remotísimo caso de que eso sucediera, Peña Nieto podría volver a ser presidente, en calidad de interino, o esperar un mínimo de 14 meses y no más de 18, como lo marca la ley, para volver a contender en nuevas elecciones convocadas por el Congreso. Esto lo sabe López Obrador, pero, una vez más, la impugnación no es, ni lo fue, ni lo será, en el terreno de lo legal, sino de lo político y lo mediático.
SEGUNDO TIEMPO: Elementos nuevos, impugnaciones viejas. Tan pronto como terminó la elección presidencial, los analistas políticos declaraban a la prensa extranjera que Andrés Manuel López Obrador no podría impugnarla por la diferencia que le sacó Enrique Peña Nieto en las urnas. Qué poco lo conocían. Los siete millones de votos no le dieron para reclamar en los mismos términos que lo hizo hace seis años en contra de Felipe Calderón, por lo que en unas cuantas horas abandonó el tema del fraude en las urnas. Se volcó al nuevo factor Hildebrando, un supuesto algoritmo para el fraude cibernético inventado en la semana previa a la elección por un estratega que ahora trabajó para la campaña de Peña Nieto. Ese factor se llamó primero Soriana, pero lo abandonó cuando le comenzaron a mostrar que había sido un montaje, y se enfocó a Monex, una casa de cambio que en una década se convirtió en una poderosa institución financiera, pero llena de lodo y de imputaciones todo este tiempo por lavado de dinero. Como en 2006, sus abogados llevaron las cajas probatorias del fraude al IFE. A diferencia de 2006, cuando las llevaron vacías y Juan Camilo Mouriño, jefe de campaña de Calderón, los obligó a abrirlas, en esta llevaron pacas de recortes periodísticos —igual hizo Jesús Zambrano que presentó clips periodísticos como sus pruebas jurídicas en la denuncia contra el ex consejero de Carlos Salinas, José Córdoba, que perdió en tribunales en 1996— y una muestra de lo que le llaman los partidos “utilitarios” —vasos, lápices, gorras, por ejemplo—, y que están contemplados en los gastos públicos de campaña. La impugnación corre en dos sentidos: la legal, en tribunales, que es completamente irrelevante, pero se tiene que hacer para cumplir con el trámite; y la política, que es la importante y no responde ni a los tiempos de la ley ni a la ley en sí misma. ¿Qué pasará con Soriana y Monex? Qué importa, como ya se vio con el tema de las encuestas. Lo que diga la autoridad electoral será un dicho comprado por el ganador de la elección, porque en esa lógica pertenecen a la misma camarilla. La victoria de Peña Nieto no será validada por López Obrador. Y no es que carezca de la esencia de un buen, perdedor. La suya es la de un político que nunca muere, aunque debió haber nacido en Guadalajara, donde, cuando pierden, arrebatan.
TERCER TIEMPO: Los aliados, acamparon en Televisa. Desde el viernes, unas tres mil personas que quieren que Andrés Manuel López Obrador sea presidente de la República acamparon en las instalaciones centrales de Televisa, para protestar contra Enrique Peña Nieto. Fue un acto sofista. La mayoría de los mexicanos se quedó a ver el futbol olímpico y la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres a través de… Televisa y con los conductores a quienes identifican como satanases. Las demandas no eran nuevas: la democratización y socialización de los medios de comunicación (propuesta original del original movimiento #YoSoy132), reforma al sistema educativo mexicano (que todos los candidatos plantearon), impulsar un cambio de modelo económico para combatir la pobreza (propuesta de López Obrador que fue retomada en esa parte por Peña Nieto), un “viraje” al sistema de justicia (que nadie entiende a qué se refieran) que incluya la retirada del Ejército de las calles (propuesta de todos los candidato presidenciales), que el derecho universal de la salud se cumpla en todo el país (diría el presidente Felipe Calderón que pasa eso está el Seguro Popular) y que la política se enfoque a través de la atención de demandas sociales a través de asambleas locales (o sea, políticas públicas mediante asambleas a mano alzada, que no es una forma de gobernar de nadie, ni su candidato López Obrador). Esta protesta vale como catarsis y espectáculo mediático, pero es un poco decepcionante por lo ramplón de sus ideas. La más interesante, convertir a la Federación en municipios autónomos como los del EZLN, es inviable; las demás ya existen o comparten ideales con su anatema político, Peña Nieto. Universitarios, comuneros, electricistas y toda una gama de la izquierda social que representa López Obrador —que no es toda la izquierda, por cierto, ni la más ideológica— tuvieron en esa protesta el néctar de su frustración. Pero, ¿para dónde va? Pensar que serán la segunda generación de los Fernández Noroña es un poco ocioso. Pero algo tienen que hacer para articularse políticamente y no desperdiciar la testosterona invertida, como, por ejemplo, ser más creativos y audaces en sus propuestas, y despedirse de los lugares comunes que no llevan más que a las instalaciones de Televisa.
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