La sombra de Agatha Christie inspira cada sexenio la publicación del gabinete presidencial. La clásica escritora inglesa acomoda los personajes de sus tramas misteriosas a la manera característica de su estilo: 10 o 12 hombres y mujeres van llegando a un lugar recóndito que puede ser una isla, un castillo o un ático, sin saber por qué fueron invitados, sin vínculo aparente entre ellos que justifique su reunión. Se conocen, saludan, cenan, duermen y fallecen uno por uno. A veces cada muerte acompaña la desaparición de un indiecito de barro hasta que indiecitos e invitados se agotan. “Nadie sabe, nadie supo”, diría el monje loco, hasta que se explica el secreto para tranquilidad de lectores insomnes y curiosos en general.
El método la convirtió en mujer riquísima, le dio fama universal y dejó discípulos, entre ellos los políticos mexicanos, consumidores adictos de su receta que cada seis años nos tienen en vilo, agobiados, al borde de un ataque de nervios, en espera de la revelación de último minuto con los nombres de los miembros del gabinete; lista sorpresiva, clímax casi erótico, evocador, nada menos, que el de Fu Manchú, el mago que empezaba a sacar papel de sus orejas y sacaba y sacaba mientras decía papel, papel, papel, hasta llenar el inolvidable teatro Arbeu, desde el altar ahí conservado de San Felipe de Jesús al foso acústico de agua bajo el escenario, donde otro taumaturgo de peinado afro, Blakamán, había olvidado un cocodrilo.