Cuando el presidente reconoció, varios
meses después, lo que han dicho en todos los tonos posibles muchos
mexicanos: que el país vive una crisis de credibilidad y confianza, lo
que hizo en realidad fue entonar un ‘mea culpa’ con el que aceptó la
responsabilidad en el desánimo social provocado por la falta de logros
en su administración, la inseguridad y violencia reflejada en casos como
la tragedia de Ayotzinapa, y las sospechas de corrupción que han tocado
a su círculo cercano.
Antes de partir a Londres, y ante la
prensa extranjera, Enrique Peña Nieto confirmó lo que días antes dijeron
sus asesores y voceros, desde el jefe de la Oficina de la Presidencia,
Aurelio Nuño, hasta el presidente del PRI, César Camacho, quienes
admitieron la “crisis de credibilidad” y el “hartazgo social”, que ya
era evidente con el derrumbe de la popularidad presidencial y de la
intención del voto del partido oficial.