Tres hechos marcan esta semana. Tres ejemplos de la decadencia de nuestra “democracia”: los debates que desató el semi-debate, el espionaje telefónico al Congreso y la dominación de los medios electrónicos sobre el interés público.
La versión de democracia que se ha impuesto en México es verdaderamente bizarra: se siembra en la conciencia colectiva la idea de que gobernantes y ciudadanos somos clases aparte. Lo digo porque quienes toman las decisiones públicas se van al rinconcito, allá hacen sus cuentas y sus arreglos, deciden y luego nos avisan cómo será la cosa de ahí en adelante, o ni nos avisan.
Supongo que a raíz del debate tan maquillado que ofrecieron los precandidatos del PAN hace días, a las críticas surgidas en ese sentido y sobre todo a que el PAN no dio muestras de querer repetir el experimento ya sin parapetos, varios medios invitaron a los aspirantes a repetir el ejercicio. Especial acento puso Primera Emisión de MVS, sobre todo cuando se topó con la indefinición: ¿Las recientes reformas a la legislación electoral prohiben o no debatir en los medios? Josefina Vázquez Mota no quiso tomar una posición hasta que lo hiciera la Comisión Nacional de Elecciones del PAN; Santiago Creel y Ernesto Cordero se dijeron dispuestos, el segundo con la condición de que el trío estuviera completo. Con precisión micrométrica se fueron eludiendo las posibilidades hasta que el debate se frustró y así, aunque la ley lo permita y la responsabilidad obligue, la democracia que nos han inventado les permitió negarse a debatir sin guión protector.
Evidentemente que eso tuvo la finalidad de evitarle a los tres el riesgo de cometer errores que les pusieran en evidencia, y ahí está lo grave: mediante esa ascéptica medida se busca llevarnos a contratar a ciegas al empleado principal del país. Además, lo obvio: si se esconden es porque algo tienen que esconder. Ya frustrada la posibilidad, entonces sí autoridades, precandidatos y partido, todos coincidieron en que debatir es fundamental en la democracia… pero la verdad es que cada quién hizo lo que quiso.
El espionaje al Congreso revive un asunto anovelado con maestría por Carlos Montemayor (Los informes secretos), pero ahora con un giro nuevo bien detectado por Carmen Aristegui (Reforma, 27 de enero): la incógnita de cuál de los súperpoderes es el que está espiando desde los trabajos hasta los acuerdos y las decisiones, vaya, incluso los asuntos privados de los legisladores. En tiempos de la “guerra sucia”, el entonces jefe de la Dirección Federal de Seguridad Miguel Nazar Haro (26-09 1924 / 26-01-2012) aplicaba estos métodos contra quien resultara incómodo para el régimen. El capítulo actual aporta la novedad de que es la clase dominante espiando a la clase dominante. El enemigo está en casa, pero hay fiesta y no es posible distinguirlo en la bola.
Quedó en evidencia el sometimiento de la clase política al poder de los medios, al ocultarnos también la decisión en el caso de la alianza Televisa – TV Azteca vía Iusacell, unión que anularía a cualquier competidor presente o futuro. No se conoce la decisión de la autoridad. Hay sospechas informadas de que ya fue tomada, y entonces cabe buscar la explicación del silencio oficial. Si se decidió negar la autorización para la alianza, entonces puede ser que se esté escondiendo la resolución para dar tiempo a que las televisoras “convenzan” de cambiar de opinión a quienes fallaron en ese sentido; pero si la autorizaron, entonces pudiera estar provocándose una pausa para que pase el furor de la noticia y luego la destapen ya sin llamar tanto la atención. La autoridad en la materia, la Cofetel, negó que esté retrasando su resolución y como argumentos mencionó varios que son completamente ajenos al caso; ya sabe usted, igual que sucede en las conversciones interpersonales, si la parte interpelada no quiere contestar simplemente responde algo que nada tiene que ver con el tema.
La influencia de los medios en la vida política es, sin rodeos, una amenaza nociva que pudiera sepultar nuestra democracia. El camino que conduce a tal final es el que estamos siguiendo: distorsionar u ocultar la realidad, a la vez que propagar una ilusión que esas voces tienen la fuerza para imponernos como realidad a conveniencia de sus propios intereses. Así es como se llega a controlar incluso a los gobiernos, qué decir de los gobernados.
Ocultar a los candidatos de la mirada pública, espiar el trabajo y hasta la vida privada de los congresistas (vaya usted a saber de quiénes más, quiénes espían y quiénes contraespían) y la imposición de los medios en la conciencia colectiva, todo conduce a la muerte de la democracia. Esto es una realidad dura de tragar, sí, pero es que si seguimos haciendo lo que hemos venido haciendo seguiremos consiguiendo lo que hemos venido consiguiendo.