Jesús Silva-Herzog Márquez |
Algunos han ubicado ahí la falla central de nuestro régimen político. Sin una Presidencia fuerte, el gobierno es incapaz de impulsar las reformas que el país necesita. El péndulo presidencial llegó al extremo contrario, sin detenerse en el punto medio: padecemos desde hace 15 años los efectos de una débil Presidencia de minoría. Podría pensarse que ése es nuestro destino. Con nuestro mapa electoral, con tres sólidas fuerzas políticas nacionales resulta difícil imaginar una votación que restaure el gobierno unificado. Por ello muchos han sugerido cambiar las reglas para favorecer la constitución artificial de una mayoría afín al Presidente. Cambiar las normas para estimular que el Presidente tenga al Congreso de su lado y pueda gobernar con eficacia. Con fórmulas distintas, Acción Nacional y el PRI han propuesto reformas con ese objetivo. Su lógica es clara: para fortalecer gobernabilidad, vale pagar el costo de reducir la pluralidad.