La tentación es enorme. Portadas de los diarios y noticieros de televisión muestran a los maestros de la CNTE flagelar las calles de la capital, agraviar a sus habitantes y desafiar abiertamente a las autoridades. Cientos de personas que perdieron su avión ofrecen testimonios desgarradores: el joven que desperdició sus ahorros y la oportunidad de vida al llegar tarde al vuelo a Tijuana y al empleo que le esperaba en California; la mujer que acudía a una terapia desesperada; el empresario que no llegó a cerrar un negocio en Chiapas; la chica que perdió sus vacaciones.
Los desplazamientos de millones de capitalinos han resultado afectados a lo largo de la última semana. Los comentaristas de radio, prensa y televisión claman contra el hecho de que un grupo político sea capaz de boicotear al poder legislativo; un atentado inadmisible a la democracia, dicen. Otros aseguran que este será el “Atenco” de Peña Nieto, similar al caso de los macheteros que impidieron a Fox construir su aeropuerto para la capital. Otros acusan a Miguel Ángel Mancera, el jefe de gobierno de la capital, de ser un blandengue, incluso cómplice involuntario, por su incapacidad o negativa a reprimir a los protestantes y dar garantías a los poderes federales para actuar con independencia de la presión de provocadores.
Y sin embargo, mal harían autoridades locales y nacionales si intentan resolver el problema a palos. Por razones éticas, desde luego, pero también por razones de cálculo político.