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MÉXICO, D.F. (Proceso).- Muertos, desaparecidos, secuestrados, extorsionados y el consecuente miedo en constante aumento son –es ya un lugar común– los signos diarios del desastre nacional. No existe ciudadano que no los padezca directa o indirectamente ni conversación en donde no aparezcan. Hay, sin embargo, que agregar uno que hace a esa realidad mucho más profunda y aterradora: la lejanía y la sordera de la clase política, a las cuales, aun cuando las conocíamos desde hace mucho, las vimos desplegarse con toda la fuerza del boato y del cinismo en el segundo informe de gobierno de Enrique Peña Nieto.
El presidente, flanqueado de manera perruna por dos representantes de la izquierda –Miguel Barbosa y Silvano Aureoles– y aplaudido por una clase política bovina y condescendiente, nos lanzó a la cara una hora y 40 minutos de un discurso triunfalista donde los muertos, los desaparecidos, los secuestrados, los extorsionados, los territorios tomados por el crimen organizado, la corrupción de las instituciones, la impunidad, la injusticia y la miseria del país quedaron sepultados bajo las fosas comunes de los megaproyectos y los sueños megalómanos del Ejecutivo y sus reformas estructurales.